La agonía del libro |
Pintor costumbrista sevillano José Jiménez Aranda (1837-1903): "Bibliófilos" |
Hace muchos años,
un joven llamado Neftalí decidió escribir versos. El sopapo que le
propinó su padre por dedicarse a ese oficio de maricones lo disuadió, no
de la poesía, sino de publicarla con su nombre. Así,
Neftalí Reyes eligió el seudónimo con el que todos lo conocemos:
se llamaría Pablo Neruda. Hoy
Neftalí encontraría otros problemas: nadie quiere publicar poesía. No
se imprimirían los poemas de Neftalí y simplemente se perderían para
siempre. Y si existe otro Neruda escribiendo en las sombras, tal vez no
lleguemos a conocerlo nunca. En
un modelo editorial volcado al mercado, alguien decidió hace unos cuantos
años que el mercado no absorbería poesía y este género literario dejó
de editarse. De este modo, no sólo estamos impidiendo que se conozcan los
nuevos poetas. Neftalí
Reyes eligió ser Pablo Neruda porque se inspiró leyendo los poemas del
checo Jan Neruda, por quien sentía una gran admiración. ¿Encontraría
hay Neftalí una versión castellana de los poemas de Jan Neruda? ¿Alguna
mano piadosa los habrá colgado de esa abigarrada confusión que llamamos
Internet? Al
dejar de publicar poesía estamos rompiendo una línea de continuidad
iniciada mucho antes del nacimiento del idioma castellano, con las poesías
amorosas del romano Ovidio, cuyo tono erótico no pudo soportar el
emperador Augusto, y por eso lo desterró a un sitio infame. Hace
casi dos mil años que leemos a Ovidio, a quien no pudo destruir la
represión de su mojigato emperador. Primero lo leímos en tablillas
de cera, después en pergaminos y más tarde en letra impresa. Mientras
tanto, los poetas nuevos quedan sujetos al efímero destino de un blog
electrónico. La
continuidad de una cultura significa que unos artistas van inspirándose
en los anteriores, por supuesto que si tienen oportunidad de conocerlos. Acaba
de terminar en Buenos Aires una de las Ferias del Libro abiertas al público
más importantes del mundo, y todos los comentarios se refieren a sus
aspectos comerciales. Nos preocupamos mucho menos de lo que ocurre con la
promoción de la cultura. Pero
el mercado no siempre es el mejor regulador de todas las cosas. Por
influjo del mercado, la poesía dejó de ser rentable. Poco después, el
cuento siguió el mismo destino. Si hoy llegaran con su carpeta a una
editorial, sin que nadie los conociera, ¿publicarían sus cuentos Horacio
Quiroga y Jorge Luis Borges? ¿O se perderían sus obras para siempre? Este
año, en medio de la gran fiesta del libro, el mercado dio otra vuelta de
tuerca. Me informan que varias editoriales están reduciendo la edición
de novelas. -Es
un año de crisis y en época de crisis las novelas no venden poco -me
dicen- Vamos a vender muchos libros de autoayuda. De
modo que empecé a preguntar qué destino tendrían algunas grandes obras
de la literatura universal si sus autores fueran noveles en vez de
famosos: -¿Publicarías
el "Ulises", de James Joyce, si el autor fuera desconocido?
-pregunto. -No -me contestan-
es demasiado difícil de leer. -¿Publicarías
"En
busca del tiempo perdido",
de Marcel Proust? -No, es demasiado
largo. Me cuesta mucho vender un libro de más de 200 páginas. -¿Publicarías
"Cien
años de soledad", de Gabriel García
Márquez, si nadie conociera al autor? -No, es demasiado
complicado. Vendemos mejor los libros sencillos. No
sé si será cierto, y en el marco de este comentario tal vez tenga poca
importancia. Lo que sí es cierto es que someter la cultura exclusivamente
a las reglas del mercado está dañando severamente nuestro patrimonio
literario. En
un contexto en el cual cada uno de los actores destaca las
responsabilidades de los otros, el libro se transforma en un objeto
descartable. El mercado (metáfora que habla de las acciones de muchos
seres humanos concretos) está tratando a los libros como si fueran
revistas, con una vida útil cada vez más reducida. Para realizar
ganancias (o solamente para sobrevivir) hay que editar continuamente
nuevos libros que desplacen a los anteriores. Para resguardarse de la
crisis, hay que reducir la tirada y subir el precio. En
consecuencia, el público compra menos. La respuesta de los organizadores
de la Feria no es promocionar la lectura sino reducir la presencia de un público
que mira los libros como objetos de lujo. Los
libros que sobran a menudo se destruyen en vez de enviarlos a las mesas de
saldos, para evitar que el libro barato compita con el libro caro que
acaba de editarse. ¿Queda acaso el
resquicio de las ediciones de autor? No,
de veras que no. Acabo de hablar con libreros, que me dicen: -El
espacio que tengo en las mesas no es infinito. Lo libros que llegan de las
editoriales que trabajan con ediciones de autor se quedan en el depósito
sin abrir los paquetes. -¿Y
si alguien los pide? -pregunto. -Les
tengo que decir que está agotado -me contestan-. Si bajo al depósito
para abrir los paquetes, descuido el local y me roban los libros. Podemos
seguir indefinidamente con el anecdotario, pero lo importante ya está
dicho: más allá de las mejores intenciones de cada uno de los actores
sociales involucrados, la exclusividad del mercado está produciendo
graves daños en nuestro patrimonio literario. Se edita una fracción ínfima
de los libros que se escriben y el criterio de selección no tiene que ver
con la calidad sino con las expectativas de venta. Estas variables no
necesariamente coinciden, como se ve con las ventas de los libros de
autoayuda. Nos
preocupamos por el patrimonio arquitectónico y salvamos de la demolición
a aquellas obras emblemáticas que el mercado inmobiliario quiere
transformar en centros comerciales o en torres de departamentos. También
creamos parques nacionales y reservas naturales para proteger nuestro
patrimonio natural, cuando el mercado quiere arrasar los bosques o
transformar nuestra fauna en tapados de piel. Pero
aún no estamos haciendo nada por salvar el patrimonio literario que todos
los días se redacta y que se va perdiendo por falta de políticas públicas
de protección. Existen editoriales
estatales en Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Cuba. Uruguay firma
convenios internacionales para promocionar en el exterior los libros de
sus editoriales estatales. Las hay en los diferentes Estados de México
y además está su enorme Fondo de Cultura Económica. En Venezuela hay
varias, como la muy importante Monte Ávila, el Perro y la Rana y la
Colección Ayacucho. Estas editoriales tratan de publicar aquellas obras
valiosas que no encuentran un lugar en el mercado. En un reciente
debate en ese país, se planteó el desafío que significaba para el
sector privado el competir con los precios bajos de las editoriales
estatales. Es decir, que tenían que encontrar formas imaginativas de
llegar al público con precios menores, en vez de la fácil solución
de aumentarlos indefinidamente. Se
trata de una alternativa. Sin duda que hay otras posibles, como contratos
de edición por parte de organismos públicos o una red de librerías
estatales, como la que tuvo hace tiempo la Editorial Universitaria de
Buenos Aires. Lo que realmente importa es recordar que el libro no puede
ser vehículo de cultura si no hay políticas públicas al respecto. Me llama la atención el que no estemos analizando propuestas sobre el tema. Y no me refiero solamente a los que ocupan cargos de gobierno. En estos días hay elecciones en la Argentina. Se presentan varios miles de candidatos para ocupar cargos electivos y todavía no conocemos la propuesta cultural de ninguno de ellos. Tanto el Gobierno como la oposición han olvidado que su función es discutir políticas públicas, no solamente candidaturas. ¿Los ciudadanos tendrán la energía necesaria para recordárselo? |
Antonio Elio Brailovsky - 13 de enero de 2009
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