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Tú,
yo,
la soledad inquebrantable
de buscarte,
y el ajetreo de quien calla
a las mareas.
No aflora la flor de tus pupilas
sino el miedo.
En ti estoy yo pero también el extraño,
el mismo extranjero
de ropaje encendido.
Tú,
yo,
la puerta entreabierta
entre dos soledades.
Ya no permuta el viento
y la nada anda desnuda y suspensa
de su propios hilos agoreros.
Adán que palpa a oscuras
el fondo de su noche irrealizable.
Ninguna que seas Tú responde ahora,
sólo el eco de una gruta insondable.
¿Adónde iremos?
Yo solo soy tu abrazo,
despojado de todos sus rescoldos.
Sólo el vértice izquierdo,
el vórtice fugaz
de un corazón sin dientes.
La noche es imposible si no vienes,
reverso de todos mis alvéolos.
Para mi oquedad
quedan tus manos.
Para sangrar está mi pecho
desgastando o esparciendo
los mismos lunes,
las ínfimas caricias.
Tú,
yo,
la misma antorcha de mirarnos,
asustados,
en la orilla de niebla que los besos intentan,
más allá de la vida
que nos vuelve incendiarios. |