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Yo ya me decidí.
Y decidí los nardos y las calas.
Me decidí por ti.
Por ti he conjurado el peligro
de las emigraciones
hacia este faro en la montaña,
desde donde estamos oteando
esta ciudad inmerecida.
Y decidí por mí
escoger tus besos como la última sangre
de tantas estaciones.
Sé bien que me esperabas aunque a veces
te lanzaste a las sombras
desde los más duros acantilados.
Yo me decidí por ti, pequeña agigantándose
entre mis poros
y los verdores lúdicos
de estos amaneceres en tu piel.
Vine por ti, y como no tenía
adónde llevarte con mis fardos y mis poemas,
me asilé aquí en tu sala,
en tu colchón de briznas espontáneas,
y sueños y delirios,
en tu patio, en la ventana que hiciste
para seguir la luna,
sobre las tapias y el naranjo,
sólo conmigo.
Yo me decidí por ti.
Clavé mi lágrima
de tanta inconsistencia,
como un puntal de sed,
como un remo salvándote y salvándome
de todas las aspas astilladas del pasado.
Yo te decidí, yo me decidí.
Ya vine predispuesto ante tu abrazo
a ser mojado por todas tus ventiscas,
a ser alzado por todos tus oleajes,
a ser de pronto sólo
un camino que estalla rasgando las estrellas,
en tu cauce que a sus anchas siempre restablece
mis más altos crepúsculos de fe. |