La gran invasión |
Hoy
se cumplen 180 años en que
nuestra ciudad, -por aquel entonces Villa de La Concepción-, soportaba
una de las mas grandes invasiones de su historia; desde el amanecer
era terriblemente acosada por un malón
de gran poder y magnitud enviado, entre otros, por el temible cacique Yanquetrúz, e instigada por
las apetencias de algunos caudillos federales
para acosar los
bastiones unitarios, tal como era considerado este pueblo, muy alineado al
gobierno de la provincia de Córdoba al cual por naturaleza le respondía.
La Villa por aquellos días estaba un tanto desprotegida dado que su
comandante militar, Coronel
Juan Gualberto Echeverria, había
partido hacia San Luis el 1
de enero con el grueso de las tropas del cuartel de La Concepción,
dejando solamente una reserva que no superaban los cincuenta hombres
armados y con muy bajo nivel de munición, situación esta que el enemigo
no desconocía y la sabía explotar. El Alcalde de aquel entonces, don Bruno
Malbran y un importante grupo de vecinos, habían sido advertidos unos días
antes de esta invasión; si bien no
sabían que día se iba a producir, en definitiva la esperaban y para eso
tomaron todas las medidas precautorias para resguardarse de la misma, como:
el de retirar haciendas y llevarla a campos más seguros, hacer trincheras
en las boca calle, y como siempre, fortificar la plaza que ya estaba
alambrada, en donde se
colocaban dos cañones en las esquinas del lado sur, y por sobre todas las
cosas aumentar la guardia de observadores y chasquis para conocer el
“arrime de los salvajes”. Ante este triste panorama, toda la gente de
la villa andaba tan
atemorizada como expectante; se vivía una lacerante angustia por la
terrible amenaza que siempre se les hacia realidad. Los chasquis que venían
matando caballos traían noticias
muy tremendas sobre la gran dimensión de
este ataque y decían que era
una gran fuerza producto de la unión de los caciques Curritipay, Catrilen,
Millapain, Pablo, y Yanquetrúz, lo
que se conocía ahora que se encontraban a unas
veinte leguas al sur de la Villa. No dudó el Alcalde en pedir auxilio al
gobernador informándole del latente peligro y la desolación de la
frontera. El Comandante Arguello, a cargo interinamente de las milicias de Río Cuarto, envió
un negociador al centro del malón para que hablara con los caciques, fue
el indio amigo, Paillaquín, que tenía la misión de persuadirlos para
que dirigieran el ataque hacia San Luis, pero no hubo caso y en el
amanecer del 19 de enero aparecieron en el horizonte centenares de
siluetas de indios con largas lanzas rodeando la Villa como amenazándola
de muerte. Al momento nomás aquellas fantasmagóricas siluetas se
multiplicaban como por arte
de magia, por todos lados se veían indios, y en menos de una hora había
más de mil doscientos que sitiaban a la población; una cantidad
abrumadora, todos corría con desesperación
a la plaza; era la salvación posible, pero fueron muchos, los de los
suburbios, que no alcanzaron esa gloria. Ahora La Concepción
temblaba y sus alrededores se estremecían de espanto. Mientras aquel sitio se mantenía, gran parte
del malón se extendía a sus anchas desparramando terror por
la región causando asaltos crímenes y estragos llegando con sus
calamidades a Corral de Barrancas, Tegua,
Santa Barbara, Chucul, y
hasta los campos de Carnerillo y el Tambo, para luego con miles de cabezas
de ganado volver sobre la villa; traían
además de las inmensas tropas de animales innumerables familias
prisioneras arrebatadas de los campos y una considerable cantidad de
mujeres cautivas que iniciaban su desesperación hacia las tolderías.
Todo era valido en aquel tremendo momento de la vida en las pampas:
polvaredas monumentales que
levantaban de las tropas; gritos feroces de los salvajes; decenas de
columnas de humo de incendios
que provocaban al pasar; gritos desesperados de mujeres robadas y
enloquecidas de espanto por el horror que habían padecido;
niños que morían sin piedad alguna, todo un panorama tétrico
y desesperante. La plaza de la Concepción no fue
tocada porque nunca era fácil alcanzarla por la poderosa defensa de fuego que
siempre poseía; los ciudadanos estaban entrenados para defenderla y los
cuarenta soldados estaban
atrincherados en la misma junto a todo el pueblo que había logrado
guarecerse; pero el gran drama ocurría en los alrededores
en donde los pobladores eran arrebatados brutalmente, sacaban con
“maestría” a la gente del interior de las viviendas, quebrando las débiles
puertas de aquellos ranchos o abriéndole un boquete por el techo de paja
y ramas por donde le introducían bochas de juncos y pastos secos
encendidas ; cuando el habitante
salía inmediatamente lo lanceaban sin piedad y le llevaban la mujer
y las hijas, mientras que a los niños pequeños y a los ancianos los
mataban. En los casos de ataque la ferocidad del indio era total, es que
el malón era su gran negocio y no lo querían desperdiciar porque ahí
lograban lo que el hombre blanco tenía y que ellos lo codiciaban
constantemente; encontraban hacienda, mujeres, licores, alimentos,
muebles, vajillas cubiertos, ropa carros,
caballos… y todo lo rapiñaban y lo
fletaban hacia los toldos, mientras que la hacienda en gran parte
la pasaban hacia el sur y terminaba en campos de Chile. En esta invasión,
vinieron refuerzos de Carlota, Reducción, Calamuchita, y Córdoba,
pero la realidad fue que todos llegaron
tarde y entonces por varios días
los Indios tuvieron en jaque a la Villa
y mientras un gran numero de ellos arreaba su numerosa cosecha
hacia sus toldos, otro grupo
acampó a sus anchas en el
Arroyo del Bañado a solo dos mil quinientos metros de la plaza, estos
contaban con otra inmensa cantidad de animales para después seguir el mismo rumbo de la pampa. El cacique
Yanquetrúz logró concretar un exitoso malón y a pesar que supo aplicar
su estrategia y aprovechar el momento,
no logró penetrar la plaza ni arrasar La Concepción; prometió
volver muy pronto para alcanzar su
objetivo, pero esta guerra no era fácil, ni para el cristiano, ni para el
indio. La invasión del 18 de enero de 1830 fue un acontecimiento tan
tremendo como desesperante más que para La Concepción, para sus
alrededores y sus pueblos vecinos. |
Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar
El Puntal, Río Cuarto (Córdoba)
7 de enero de 2010
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