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La caída del Presidente Irigoyen
Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar

En la historia política de nuestro país ocurrieron hechos demasiados lamentables y escandalosos, nuestra historia se encuentra colmada de momentos complicados y difíciles que fueron sometiendo a la república y así es como se fueron degradando sus instituciones las cuales podrían haberla sostenido con vitalidad y fortaleza si aquello no hubiera acontecido. Hoy los argentinos pagamos las consecuencias por los tremendos avatares que terminaron postergando el futuro de varias generaciones. Dentro de los hechos políticos mas lastimosos que sacudieron a este país en el siglo pasado, el más significativo y lamentable fue el derrocamiento del Presidente Irigoyen el 6 de septiembre de 1930, lo cual constituyó un mazazo demoledor para la república y permitió que aquel nefasto golpe se replicara, aunque con distintos matices y protagonistas, pero con iguales intenciones por más de medio siglo.

Irigoyen en su segunda presidencia debió gobernar la nación en medio de una complicada crisis mundial, pero uno de sus grandes pecados había sido ganarse la fama de “líder popular” quien además había logrado su segunda presidencia con un contundente triunfo por el voto de la flamante “Ley Sáenz Peña” que establecía el sufragio obligatorio y secreto, en donde a partir de esta ley ahora también los pobres y humildes votaban en Argentina.

La hora de la espada

No eran tiempos fáciles, la nefasta política argentina ya mostraba sus dientes y sus miserias, mientras que dentro del ejército se movían algunos generales y coroneles con verdadera ambición de poder, dispuestos según ellos, con sus “mejores intenciones patrióticas” de explotarlas “sabiamente”, la cual estaba latente en sus mentes tomar el gobierno y se mostraban de manera provocadora. El General José Uriburu, desde hacia algunos años ya venía haciendo “incursiones” en la vida política nacional y no dudó en crear por aquellos años la “Legión de Mayo”(grupo de agitadores que se oponían al gobierno) y declaraba públicamente que “derrocaría a Irigoyen y al gobierno constitucional y cerraría el Congreso de la Nación”. Mientras decía estas barbaridades, miles de ciudadanos incautos la aplaudían con fervor.

Leopoldo Lugones, distinguido escritor argentino, también por aquellos días había redactado una proclama para derrocar al gobierno y en la misma divulgaba su doctrina manifestando y difundiendo “La Hora de la Espada”, lo que era un manifiesto que había publicado por muchos países de américa del Sur en donde lo político debía subordinarse a lo militar , mientras que el ejército era el gran protagonista y salvador de la nación y así fue como los miles y ahora más miles de incautos argentinos iluminados con estos cambios y propuestas del Lugones aplaudían con entusiasmo al ver como se podía tirar la república a los leones hambrientos del coliseo, pensando ingenuamente que la intervención militar sería lo que nos salvaría y nos daría prosperidad, sin tener en cuenta que nuestra patria estaba a salvo solamente si se preservaba el gobierno constitucional.

Lejos de la realidad estábamos los argentinos y así vivimos confundidos hasta nuestros días. Atrás había quedado la república, el tren del éxito ya había pasado, pero millones de incautos creían que después de los aplausos a la “sociedad anónima” y no tan anónima formada por “generales & políticos golpistas” venían tiempos de bonanza. Grueso error de los argentinos, “soñábamos con los angelitos”, pero los angelitos no aparecieron, en su lugar vinieron los demonios que se comieron a la nación. A esos demonios, nosotros directa o indirectamente con nuestra inconducta y falta de compromiso republicano los fuimos alimentando y así fue como la grandeza de este país se fue desmoronando y se sepultaron todas las ilusiones de vivir en una gran nación.

El derrocamiento de Irigoyen fue atroz; políticos de casi todos los partidos como conservadores, demócratas, socialistas; militares; estudiantes; senadores y diputados nacionales y de muchas provincias; medios de comunicación y ciudadanos en general se complotaron para tirar abajo al ya viejo y enfermo líder y sentar en el trono al primer general golpista de la nación. La Sociedad Rural, la Federación Agraria; grupo de comerciantes e industriales, muchas instituciones intermedias; parte del Congreso de la Nación, todos coordinaron sus esfuerzos para poner a las Fuerzas Armadas en el poder.

Uriburu ya retirado del ejército, igual pidió tomar el mando del Colegio Militar lugar donde había centenares de ciudadanos con banderas argentinas requiriendo a gritos que el ejército saliera a derrocar al gobierno. El director del colegio, Coronel Francisco Reynolds, que no estaba de acuerdo en romper la constitución fue forzado y cedió el mando a Uriburu quien salió con los cadetes hacia la casa rosada, mientras que en su trayectoria eran aplaudidos con euforia por la ciudadanía sin tener en cuenta que lo que hacían era realmente cavar la tumba para enterrar a la república.

Así daba la lección Uriburu: la ciudadanía debía “aprender” que las fuerzas armadas podían intervenir a su antojo en lo político; los gobernantes debían saber que los coroneles y generales del ejército tenían “poder de policía”, y aquellos jóvenes cadetes del Colegio Militar que marchaban hacia la casa de gobierno (futuros coroneles en 25 años) debían conocer “el ejemplo” de cómo se pisoteaba la democracia, lo que varios de ellos terminaron en muchas oportunidades practicándolo en su carrera años después.

Mientras la casa de gobierno era tomada sin encontrar resistencias, el austero domicilio de Irigoyen era saqueado ferozmente y quemado por grupos de bandoleros e inadaptados; se apropiaron de su busto y lo arrojaron burlona y groseramente a la calle Brasil para ser arrastrado con cuerdas por la juventud descontrolada por varias cuadras hasta ser totalmente destrozado (eran los legionarios de Uriburu y los estudiantes universitarios) Al mismo tiempo que esto ocurría en el Círculo Militar se brindaba con caviar y buenos vinos por la caída de Irigoyen, mientras que desde sus inmediaciones varios “legionarios” se acercaron para entrar al festejo, pero un mayordomo se apersonó para manifestarles que “sus ropas no se lo permitían”.

El día 8 de septiembre de 1930 la Plaza de Mayo se colmaba de mujeres y hombres que fervorosamente concurrían con mucho entusiasmo al “juramento del gobierno militar”. Desde los balcones de la casa de gobierno y después de jurar como presidente el general Uriburu se dirigió a la inmensa multitud allí reunida y también les tomó juramento “Jurais por Dios y la Patria ser fieles a las autoridades que vosotros mismos habéis impuesto” La repuesta no se hizo esperar un ¡SÍÍÍ JUUUURO! ensordecedor y alargado salió de la multitud. Las palomas espantadas y casi con vergüenza volaban desde las torres cercanas rumbo al rio como escapando a la adversidad de los tiempos políticos y del mezquino futuro de nuestra nación. ¡La republica se había perdido!

Es mucho lo que perdió este país con aquel golpe cívico militar que permitió la gestación de futuros golpes dado que esta revolución fue el “método ensayado y aprobado”, pero lo más asombroso fue que dentro del mismo radicalismo existieron dirigentes encumbrados que terminaron justificando el golpe como también lo hizo la Suprema Corte de Justicia de la Nación que convalidó la dictadura y un efervescente movimiento estudiantil que pedía que asumiera un general.

 

Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar

El Puntal, Río Cuarto (Córdoba)
6 de septiembre 2004

 

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