Episodio de las pampas argentina. Capítulo de la novela
NARCISA de Walter Bonetto |
Aquellos
eran tiempos en que la amenaza del malón había menguado, por lo
tanto se podía transitar los caminos con un poco más de libertad. Existía
una precaria paz entre indios y cristianos, desde 1849 no hubo ataques en
La Concepción y esto era halagüeño; por supuesto que tenía un precio,
y era así como a cambio de “esta paz transitoria” mucho eran los
indios que llegaban a la Villa y exigían infinidad de “regalos”, por
lo tanto se les entregaba carne, pan, yerba , azúcar, aguardiente,
camisas , botas, mantas, calzoncillos, chiripá, tabaco, cuchillos ,
harina, maíz y tantas cosas más que las autoridades y comunidad debían
ofrecer para vivir con tranquilidad, pero lo que ocurría que, cada vez
estos pedían más y más, no siempre era fácil confórmalos y se ponían
medio insoportables. –
¡Comandante! ser poco lo que dando,
no alcanzar a pobres indios. –
¡No es poco!, el cristiano trabaja mucho para darte esto, es un
cargamento grande que te llevás. –
Ustedes tener mucho, mucho… indios pobres, no tener nada, cristiano
sobrar de todo. Es muy poco, lo llevando no alcanzar. El
Comandante, sabía de sobremanera que los indios lo extorsionaban y no les
gustaba trabajar, se especializaban en pedir, al final, miró a su
ayudante y le ordenó: –
Damián, quiero que llevés a estos indios campo ajuera, sacalos a dos
leguas, que se lleven todo y dale diez yeguas más, pero que desaparezcan;
ya hace tres días que están molestando a la gente, me cansaron. –
Tener que dar corderos también Comandante y no llevando. –interrumpió
el indio. –
Está bien, dale tres corderos. –dijo irritado el comandante. –
¡Tres corderos ser poco, no alcanzar!, dar más, dar más a indio pobre. El
Comandante ya no lo soportaba, era cansador y pegajoso el salvaje, quería
que se fuera, miró nuevamente a
su ayudante. –
¡Me entendiste Damián! –
Sí mi comandante. Lo entendí. –
¡Comandante! Dar un poco más para llevar. Respetar tratado, y dar al
indio lo que pide. –
¡No te doy más nada!, ya te di mucho. Desaparecé del pueblo, me tenés
cansado Cuipán. ¡Aprende a trabajar carajo!, y dejá de vivir de jeta,
así no vas a pasar hambre y tu pueblo va a comer. – dijo a los gritos
ya muy enojado y con furia el comandante. Por
fin agachó la cabeza el indio, llamó a sus compañeros que esperaban
durmiendo montado en sus pingos, tomaron los caballos y mulas con la carga
sumaron las ovejas y las yeguas y partieron escoltado por el Teniente Damián
Ávalos y diez soldados. Al principio la columna salió al tranco y en
silencio pero ya en la huella del camino Cuipán interrumpió. –
¡Damianu!, –le decía el indio por Damián–
tu comandante ser cristiano
trompa. No ser bueno con indios,
indios no tener nada y comandante dar
poco. Yanquetrúz cuando vea lo nada que dio
no gustar y va hacerle guerra. Mientras
el indio rezongaba a más no poder, el Teniente Ávalos trataba de
conformarlo –
Bueno Cuipán, el Comandante no es malo, lo que ocurre que no puede, los
soldados también tener hambre. Ahora
te vamos a acompañar hacia el camino. Mirá que es mucho lo que
llevás y te vamos a dar más. –
Damianu ser cristianu bueno y toro, pero indio no gustar tu comandante,
ser trompa… no gustar.
Tampoco hacer falta que Damianu acompañe. Cuipán conocer el
camino porque toda esta ser tierra de indio que el cristiano robó.
–nada respondió el Teniente y seguía silenciosamente con sus hombres
la columna hacia la inmensidad del sur. Habían hecho dos leguas desde que
salieron de la Concepción. –
¡Damianu!, vos que ser soldado toro, dejar llevar vacas de camino para
pobres indios. –
No Cuipán, aquellas vacas no son nuestras, tienen dueño. –
Damianu, por qué no dar un poco más a indio, así no enojarse Yanquetrúz –
¡No Cuipán! No puedo dar lo que no es mío. –
Bueno darme sable de recuerdo entonces. –
¡Noooo!, no te doy nada, seguí tu camino. –sentenció ahora enojado el
teniente. Ya
el indio no habló más, siguieron con su cargamento por la pampa hacia la
inmensidad de aquel territorio pero con una desconformidad total por lo
poco que según ellos llevaban, aunque lo que llevaban no era poco. Los
soldados pararon y los indios enojados no dieron señal de despedida, era
como si las relaciones se tensaran casi al punto de quebrarse. –
A estos indios hay que matarlos a todos. –dijo con severidad un soldado
de la partida mientras miraba con desprecio la caravana que se alejaba. Clavó
la vista el teniente sobre su soldado mientras
sujetaba con fuerza las riendas del alazán y le respondió: –
El indio nació con el mismo derecho de vida que el que vos tenés. –
Sí, pero yo no soy salvaje mi Teniente. –
Nosotros muchas veces somos más salvajes que los indios. –
No lo entiendo. –
Bueno observá con más atención las
cosas que ocurren. –
Está bien mi Teniente…
usted entonces está a favor de estos salvajes. –
¡No carajo! Ya te he observado varias veces Tribiño, vos sacás conclusiones rápidas y te vas de jeta sin causa,
hablás demás y siempre cometés el mismo error.
No me pongas en mi boca las cosas que yo no dije, pensá antes de
soltar tu lengua. Yo lo que le digo siempre a mis soldados, es que hay que
saber respetar al enemigo. Yo no estoy a favor de sus tropelías pero
tampoco estoy a favor de exterminarlos ni de matarlos como me acabás de
decir vos soldado, ni creo que los blancos seamos superior a ellos. No es
cuestión de matar hay que respetar la vida de los demás. –
¿Y por qué ellos nos matan? –
Es difícil responderte… dejémoslo ahí nomás… estás con una idea
fija, pero lo que te digo con algo de sabiduría en esto, es que hay que
saber defenderse como hay que saber respetar la vida de los enemigos. Así se vivía en aquel tironeo de un tome y traiga por la nueva forma de vida que imponía el hombre blanco. La paz y la guerra se mezclaban constantemente con los sueños y las esperanzas. El indio decía que era pobre por eso pedía y cuando no, robaba; el blanco, sostenía que el indio era salvaje y vago y atentaba contra la civilización, por eso había que excluirlo de ésta a cualquier precio en lugar de buscar caminos para incorporarlo a una vida más decente. Queda la sensación de que el blanco era omnipotente, clasista, absoluto y prejuicioso, no se quería conmover por el indio, solamente lo quería desplazar o esclavizar, como lo venía haciendo desde la misma conquista, de manera arrogante y despiadada. |
Walter Bonetto
walterfbonetto@yahoo.com.ar
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