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12. La reconstrucción de la patria |
Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 - ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.
Después del ciclón La reconstrucción de la patria Los niños de la lotería La pesca milagrosa de la lotería nacional Secuestro acumulado de niños Protesta nacional Protesta internacional Los niños atascados como reses de matadero Reunión con el mando supremo Saca a los niños de la fortaleza Abre las puertas del país Ensaya soluciones mágicas para el problema de los niños Se olvida de los niños y vuelve a su rutina de gobierno Ordena el genocidio de los niños
Después del ciclón · Nunca volvimos a oírle aquella frase hasta después del ciclón - cuando proclamó una nueva amnistía para los presos políticos - y autorizó el regreso de todos los desterrados salvo los hombres de letras, - por supuesto, ésos nunca, dijo, tienen fiebre en los cañones como los gallos finos cuando están emplumando - de modo que no sirven para nada sino cuando sirven para algo, dijo, - son peores que los políticos, peores que los curas, imagínense, La reconstrucción de la patria · pero que vengan los demás sin distinción de color para que la reconstrucción de la patria sea una empresa de todos, para que nadie se quedara sin comprobar que él era otra vez el dueño de todo su poder - con el apoyo feroz de unas fuerzas armadas que habían vuelto a ser las de antes - desde que él repartió entre los miembros del mando supremo los cargamentos de vituallas y medicinas y los materiales de asistencia pública de la ayuda exterior, - desde que las familias de sus ministros hacían domingos de playa en los hospitales desarmables y las tiendas de campaña de la Cruz Roja, - le vendían al ministerio de la salud los cargamentos de plasma sanguíneo, las toneladas de leche en polvo que el ministerio de salud le volvía a vender por segunda vez a los hospitales de pobres, - los oficiales del estado mayor cambiaron sus ambiciones por los contratos de las obras públicas y los programas de rehabilitación - emprendidos con el empréstito de emergencia que concedió el embajador Warren a cambio del derecho de pesca sin límites de las naves de su país en nuestras aguas territoriales, - qué carajo, sólo el que la tiene la tiene, se decía, acordándose de la canica de colores que le mostró a aquel pobre soñador de quien nunca se volvió a saber, - tan exaltado con la empresa de la reconstrucción que se ocupaba de viva voz y de cuerpo presente hasta de los detalles más ínfimos como en los tiempos originales del poder, - chapaleaba en los pantanos de las calles con un sombrero y unas botas de cazador de patos - para que no se hiciera una ciudad distinta de la que él había concebido para su gloria en sus sueños de ahogado solita rio, - ordenaba a los ingenieros que me quiten esas casas de aquí y me las pongan allá donde no estorben, las quitaban, - que levanten esa torre dos metros más para que puedan verse los barcos de altamar, la levantaban, - que me volteen al revés el curso de este río, lo volteaban, sin un tropiezo, sin un vestigio de desaliento, - y andaba tan aturdido con aquella restauración febril, tan absorto en su empeño y tan desentendido de otros asuntos menores del estado. Los niños de la lotería · se dio de bruces contra la realidad cuando un edecán distraído le comentó por error el problema de los niños - y él preguntó desde las nebulosas que cuáles niños, los niños mi general, pero cuáles carajo, - porque hasta entonces le habían ocultado que el ejército mantenía bajo custodia secreta a los niños que sacaban los números de la lotería por temor de que contaran por qué ganaba siempre el billete presidencial, - a los padres que reclamaban les contestaron que no era cierto mientras concebían una respuesta mejor, - les decían que eran infundios de apátridas, calumnias de la oposición; - y a los que se amotinaron frente a un cuartel los rechazaron con cargas de mortero y hubo una matanza pública que también le habíamos ocultado para no molestarlo mi general, - pues la verdad es que los niños estaban encerrados en las bóvedas de la fortaleza del puerto, en las mejores condiciones, con un ánimo excelente y muy buena salud, - pero la vaina es que ahora no sabemos qué hacer con ellos mi general, y eran como dos mil. La pesca milagrosa de la lotería nacional · El método infalible para ganarse la lotería se le había ocurrido a él sin buscarlo, observando los números damasquinados de las bolas de billar, y había sido una idea tan sencilla y deslumbrante que - él mismo no podía creerlo cuando vio la muchedumbre ansiosa que desbordaba la Plaza de Armas desde el mediodía - sacando las cuentas anticipadas del milagro bajo el sol abrasante con clamores de gratitud y letreros pintados de gloria eterna al magnánimo que reparte la felicidad, - vinieron músicos y maromeros, cantinas y fritangas, ruletas anacrónicas y descoloridas, loterías de animales, escombros de otros mundo y otros tiempos - que merodeaban en los contornos de la fortuna tratando de medrar con las migajas de tantas ilusiones, - abrieron el balcón a las tres, hicieron subir tres niños menores de siete años escogidos al azar por la propia muchedumbre para que no hubiera dudas de la honradez del método, - le entregaban a cada niño un talego de un color distinto después de comprobar ante testigos calificados que había diez bolas de billar numeradas del cero al nueve dentro de cada talego, - atención, señoras y señores, la multitud no respiraba, cada niño con los ojos vendados va a sacar una bola de cada talego, primero el niño del talego azul, luego el del rojo y por último el del amarillo, - uno después del otro los tres niños metían la mano en su talego, sentían en el fondo nueve bolas iguales y una bola helada, y cumpliendo la orden que les habíamos dado en secreto cogían la bola helada, se la mostraban a la muchedumbre, la cantaban, y así sacaban las tres bolas mantenidas en hielo durante varios días con los tres números del billete que él se había reservado, Secuestro acumulado de niños · pero nunca pensamos que los niños podían contarlo mi general, se nos había ocurrido tan tarde que no tuvieron otro recurso que esconderlos de tres en tres, y luego de cinco en cinco, y luego de veinte en veinte, imagínese mi general, - pues tirando del hilo del enredo él acabó por descubrir que todos los oficiales del mando supremo de las fuerzas de tierra mar y aire estaban implicados en la pesca milagrosa de la lotería nacional, - se enteró de que los primeros niños subieron al balcón con la anuencia de sus padres e inclusive entrenados por ellos en la ciencia ilusoria de conocer al tacto los números damasquinados en marfil, Protesta nacional · pero que a los siguientes los hicieron subir a la fuerza porque se había divulgado el rumor de que los niños que subían una vez no volvían a bajar, - sus padres los escondían, los sepultaban vivos mientras pasaban las patrullas de asalto que los buscaban a medianoche, - las tropas de emergencia no acordonaban la Plaza de Armas para encauzar el delirio público, como a él le decían, sino para tener a raya a las muchedumbres que arriaban como recuas de ganado con amenazas de muerte, - no había espacio en las cárceles para más padres rebeldes mi general, - no había más niños para el sorteo del lunes, carajo, en qué vaina nos hemos metido. Protesta internacional · los diplomáticos que habían solicitado audiencia para mediar en el conflicto tropezaron con el absurdo de que los propios funcionarios les daban como ciertas las leyendas de sus enfermedades raras, - que él no podía recibirlos porque: - le habían proliferado sapos en la barriga, - que no podía dormir sino de pie para no lastimarse con las crestas de iguana que le crecían en las vértebras, - le habían escondido los mensajes de protestas y súplicas del mundo entero, - le habían ocultado un telegrama del Sumo Pontífice en el que se expresaba nuestra angustia apostólica por el destino de los inocentes, Los niños atascados como reses de matadero · Con todo, él no midió la verdadera profundidad del abismo mientras: - no vio a los niños atascados como reses de matadero en el patio interior de la fortaleza del puerto, - los vio salir de las bóvedas como una estampida de cabras ofuscadas por el deslumbramiento solar después de tantos meses de terror nocturno, - se extraviaron en la luz, - eran tantos al mismo tiempo que él no los vio como dos mil criaturas separadas sino como un inmenso animal sin forma que: - exhalaba un tufo impersonal de pellejo asoleado - y hacía un rumor de aguas profundas - y cuya naturaleza múltiple lo ponía a salvo de la destrucción, - porque no era posible acabar con semejante cantidad de vida sin dejar un rastro de horror que había de darle la vuelta a la tierra, carajo, Reunión con el mando supremo · no había nada que hacer, y con aquella convicción reunió al mando supremo, catorce comandantes trémulos que nunca fueron tan temibles porque nunca estuvieron tan asustados, - se tomó todo su tiempo para escrutar los ojos de cada uno, uno por uno, - y entonces comprendió que estaba solo contra todos, así que: - permaneció con la cabeza erguida, - endureció la voz, - los exhortó a la unidad ahora más que nunca por el buen nombre y el honor de las fuerzas armadas, - los absolvió de toda culpa con el puño cerrado sobre la mesa para que no le conocieran el temblor de la incertidumbre - y les ordenó en consecuencia que continuaran en sus puestos cumpliendo con sus deberes con tanto celo y tanta autoridad como siempre lo habían hecho, - porque mi decisión superior e irrevocable es que aquí no ha pasado nada, se suspende la sesión, yo respondo. Saca a los niños de la fortaleza Como simple medida de precaución: - sacó a los niños de la fortaleza del puerto y los mandó en furgones nocturnos a las regiones menos habitadas del país - mientras él se enfrentaba al temporal desatado por la declaración oficial y solemne de que no era cierto, no sólo no había niños en poder de las autoridades sino que no quedaba un solo preso de ninguna clase en las cárceles, - el infundio del secuestro masivo era una infamia de apátridas para turbar los ánimos, Abre las puertas del país · las puertas del país están abiertas para que se establezca la verdad, que vengan a buscarla, vinieron: vino una comisión de la Sociedad de Naciones que removió las piedras más ocultas del país e interrogó como quiso a quienes quiso con tanta minuciosidad que Bendición Alvarado había de preguntar quiénes eran aquellos intrusos vestidos de espiritistas que entraron en su casa buscando dos mil niños: - debajo de las camas, - en el canasto de la costura, - en los fraseos de pinceles, - y que al final dieron fe pública de que habían encontrado: - las cárceles clausuradas, - la patria en paz, - cada cosa en su puesto, - y no habían hallado ningún indicio para confirmar la suspicacia pública de que se hubieran o se hubiese violado de intención o de obra por acción u omisión los principios de los derechos humanos, - duerma tranquilo, general, se fueron, él los despidió desde la ventana con un pañuelo de orillas bordadas y con la sensación de alivio de algo que terminaba para siempre, adiós, pendejos, mar tranquilo y próspero viaje, suspiró, Ensaya soluciones mágicas para el problema de los niños · se acabó la vaina, pero el general Rodrigo de Aguilar le recordó que no, que la vaina no se había acabado porque aún quedan los niños mi general, - y él se dio una palmada en la frente, carajo, lo había olvidado por completo, qué hacemos con los niños. - Tratando de liberarse de aquel mal pensamiento mientras se le ocurría una fórmula drástica había hecho: - que sacaran a los niños del escondite de la selva - y los llevaran en sentido contrario a las provincias de las lluvias perpetuas - donde no hubiera vientos infidentes que divulgaran sus voces, donde: - los animales de la tierra se pudrían caminando - y crecían lirios en las palabras - y los pulpos nadaban entre los árboles, - había ordenado que los llevaran a las grutas andinas de las nieblas perpetuas - para que nadie supiera dónde estaban, - que los cambiaran de los turbios noviembres de putrefacción a los febreros de días horizontales para que nadie supiera cuándo estaban, - les mandó perlas de quinina y mantas de lana cuando supo que tiritaban de calenturas - porque estuvieron días y días escondidos en los arrozales con el lodo al cuello para que no los descubrieran los aeroplanos de la Cruz Roja, - había hecho teñir de colorado la claridad del sol y el resplandor de las estrellas para curarles la escarlatina, - los había hecho fumigar desde el aire con polvos de insecticida para que no se los comiera el pulgón de los platanales, - les mandaba lluvias de caramelos - y nevadas de helados de crema - desde los aviones y paracaídas cargados de juguetes de Navidad - para tenerlos contentos mientras se le ocurría una solución mágica, Se olvida de los niños y vuelve a su rutina de gobierno · y así se fue poniendo a salvo del maleficio de su memoria, los olvidó, - se sumergió en la ciénaga desolada de incontables noches iguales de sus insomnios domésticos, - oyó los golpes de metal de las nueve, - sacó las gallinas que dormían en las cornisas de la casa civil y las llevó al gallinero, - no había acabado de contar los animales dormidos en los andamios cuando entró una mulata de servicio a recoger los huevos, - sintió la resolana de su edad, el rumor de su corpiño, se le echó encima, tenga cuidado general, murmuró ella, temblando, se van a romper los huevos, que se rompan, qué carajo, dijo él, - la tumbó de un zarpazo sin desvestirla ni desvestirse - turbado por las ansias de fugarse de la gloria inasible de este martes nevado de mierdas verdes de animales dormidos, resbaló, - se despeñó en el vértigo ilusorio de un precipicio surcado por franjas lívidas de evasión y efluvios de sudor y suspiros de mujer brava y engañosas amenazas de olvido, iba dejando en la caída: - la curva del retintineo anhelante de la estrella fugaz de la espuela de oro, - el rastro de caliche de su resuello de marido urgente, - su llantito de perro, - su terror de existir a través del destello y el trueno silencioso de la deflagración instantánea de la centella de la muerte, - pero en el fondo del precipicio estaban otra vez: - los rastrojos cagados, - el sueño insomne de las gallinas, - la aflicción de la mulata que se incorporó con el traje embarrado de la melaza amarilla de las yemas - lamentándose de que ya ve lo que le dije general, se rompieron los huevos, y él rezongó tratando de domar la rabia de otro amor sin amor, - apunta cuántos eran, le dijo, te los descuento de tu sueldo, se fue, eran las diez: - examinó una por una las encías de las vacas en los establos, - vio a una de sus mujeres descuartizada de dolor en el suelo de su barraca - y vio a la comadrona que le sacó de las entrañas una criatura humeante con el cordón umbilical enrollado en el cuello, - era un varón, qué nombre le ponemos mi general, el que les dé la gana, contestó, - eran las once, como todas las noches de su régimen: - contó los centinelas, - revisó las cerraduras, - tapó las jaulas de los pájaros, - apagó las luces, - eran las doce, - la patria estaba en paz, - el mundo dormía, - se dirigió al dormitorio por la casa en tinieblas a través de las aspas de luz de los amaneceres fugaces de las vueltas del faro, - colgó la lámpara de salir corriendo, - pasó las tres aldabas, los tres cerrojos, los tres pestillos, - se sentó en la letrina portátil - y mientras exprimía su orina exigua acariciaba al niño inclemente del testículo herniado hasta que se le enderezó la torcedura, - se le durmió en la mano, cesó el dolor, - pero volvió al instante con un relámpago de pánico cuando entró por la ventana el ramalazo de un viento de más allá de los confines de los desiertos de salitre - y esparció en el dormitorio el aserrín de una canción de muchedumbres tiernas que preguntaban por un caballero que se fue a la guerra - que suspiraban qué dolor qué pena - que se subieron a una torre para ver que viniera - que lo vieron volver que ya volvió que bueno en una caja de terciopelo qué dolor qué duelo, - y era un coro de voces tan numerosas y distantes que él se hubiera dormido con la ilusión de que estaban cantando las estrellas, Ordena el genocidio de los niños · pero se incorporó iracundo, ya no más, carajo, gritó, o ellos o yo, gritó, y fueron ellos, - pues antes del amanecer ordenó que metieran a los niños en una barcaza cargada de cemento, - los llevaron cantando hasta los límites de las aguas territoriales, - los hicieran volar con una carga de dinamita sin darles tiempo de sufrir mientras seguían cantando, - y cuando los tres oficiales que ejecutaron el crimen se cuadraron frente a él con la novedad mi general de que su orden había sido cumplida, los ascendió dos grados y les impuso la medalla de la lealtad, - pero luego los hizo fusilar sin honor como a delincuentes comunes porque hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir, carajo, pobres criaturas. Fuente: El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués Enviado por: Rafael Bolívar Grimaldos - rbolivarg@hotmail.es En Letras-Uruguay desde el 27 de junio de 2012 |
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