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20. La novicia detrás del general |
Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 - ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.
El desastre de los treinta pianos de cola Recuerdos de aquel mundo remoto Leticia Nazareno lo alfabetiza La pesadumbre de la única verdad de sus cartillas Perdía el rumbo hasta en visitas oficiales Bendición cantada a los minusválidos Sombras de su felicidad senil Cuidados de su legítima esposa Leticia Nazareno Insensible a las súplicas de Leticia Nazareno de mi desventura Concesiones confidenciales a Leticia Nazareno Oyó el borboriteo secreto de la criatura viva de su pecado mortal El hijo de nuestros vientres obscenos Ni de vainas primero muerto que casado Restauración de la casa presidencial después del luto oficial Cumplimiento de órdenes de Leticia Nazareno de mi desgracia El dominio de la novicia escayolada sobre el general
El desastre de los treinta pianos de cola
- había construido el tren de los páramos para acabar con la infamia de las mulas aterrorizadas en las cornisas de los precipicios - llevando a cuestas los pianos de cola para los bailes de máscaras de las haciendas de café, - pues él había visto también el desastre de los treinta pianos de cola destrozados en un abismo - y de los cuales se había hablado y escrito tanto hasta en el exterior aunque sólo él podía dar un testimonio verídico, - se había asomado a la ventana por casualidad en el instante preciso en que resbaló la última mula y arrastró a las demás al abismo, - de modo que nadie más que él había oído el aullido de terror de la recua desbarrancada - y el acorde sin término de los pianos que cayeron con ella sonando solos en el vacío, - precipitándose hacia el fondo de una patria que entonces era como todo antes de él, - vasta e incierta, hasta el extremo de que era imposible saber si era de noche o de día - en aquella especie de crepúsculo eterno de la neblina de vapor cálido de las cañadas profundas - donde se despedazaron los pianos importados de Austria,
Recuerdos de aquel mundo remoto
- él había visto eso y muchas otras cosas de aquel mundo remoto - aunque ni él mismo hubiera podido precisar sin lugar a dudas - si de veras eran recuerdos propios o si los había oído contar en las malas noches de calenturas de las guerras - o si acaso no los había visto en los grabados de los libros de viajes - ante cuyas láminas permaneció en éxtasis durante las muchas horas vacías de las calmas chichas del poder, - pero nada de eso importaba, qué carajo, ya verán que con el tiempo será verdad, decía, - consciente de que su infancia real no era ese légamo de evocaciones inciertas - que sólo recordaba cuando empezaba el humo de las bostas y lo olvidaba para siempre
Leticia Nazareno lo alfabetiza
- sino que en realidad la había vivido en el remanso de mi única y legítima esposa Leticia Nazareno - que lo sentaba todas las tardes de dos a cuatro en un taburete escolar bajo la pérgola de trinitarias para enseñarle a leer y escribir, - ella había puesto su tenacidad de novicia en esa empresa heroica - y él correspondió con su terrible paciencia de viejo, con la terrible voluntad de su poder sin límites, con todo mi corazón, - de modo que cantaba con toda el alma - el tilo en la tuna el lilo en la tina el bonete nítido, - cantaba sin oírse ni que nadie lo oyera entre la bulla de los pájaros alborotados de la madre muerta - que el indio envasa la untura en la lata, papá coloca el tabaco en la pipa, Cecilia vende cera cerveza cebada cebolla cerezas cecina y tocino, Cecilia vende todo, - reía, repitiendo en el fragor de las chicharras la lección de leer que Leticia Nazareno cantaba al compás de su metrónomo de novicia,
La pesadumbre de la única verdad de sus cartillas
- hasta que el ámbito del mundo quedó saturado de las criaturas de tu voz - y no hubo en su vasto reino de pesadumbre otra verdad que las verdades ejemplares de la cartilla, - no hubo nada más que la luna en la nube, la bola y el banano, el buey de don Eloy, la bonita bata de Otilia, - las lecciones de leer que él repetía a toda hora y en todas partes como sus retratos
Perdía el rumbo hasta en visitas oficiales
- aun en presencia del ministro del tesoro de Holanda que perdió el rumbo de una visita oficial - cuando el anciano sombrío levantó la mano con el guante de raso en las tinieblas de su poder insondable e interrumpió la audiencia para invitarlo a cantar conmigo - mi mamá me ama, Ismael estuvo seis días en la isla, la dama come tomate, - imitando con el índice el compás del metrónomo y repitiendo de memoria la lección del martes - con una dicción perfecta pero con tan mal sentido de la oportunidad que la entrevista terminó como él lo había querido - con el aplazamiento de los pagarés holandeses para una ocasión más propicia, para cuando hubiera tiempo, decidió,
Bendición cantada a los minusválidos
- ante el asombro de los leprosos, los ciegos, los paralíticos que se alzaron al amanecer entre las breñas nevadas de los rosales - y vieron al anciano de tinieblas que impartió una bendición silenciosa y cantó tres veces con acordes de misa mayor - yo soy el rey y amo la ley, - cantó, el adivino se dedica a la bebida, - cantó, el faro es una torre muy alta con un foco luminoso que dirige en la noche al que navega,
Sombras de su felicidad senil
- cantó, consciente de que en las sombras de su felicidad senil no había más tiempo que el de Leticia Nazareno de mi vida - en el caldo de camarones de los retozos sofocantes de la siesta, - no había más ansias que las de estar desnudo contigo en la estera empapada en sudor bajo el murciélago cautivo del ventilador eléctrico, - no había más luz que la de tus nalgas, Leticia, - nada más que tus tetas totémicas, tus pies planos, tu ramita de ruda para un remedio, - los eneros opresivos de la remota isla de Antigua - donde viniste al mundo en una madrugada de soledad surcada por un viento ardiente de ciénagas podridas, - se habían encerrado en el aposento de invitados de honor con la orden personal de que nadie se acerque a cinco metros de esa puerta - que voy a estar muy ocupado aprendiendo a leer y a escribir, - así que nadie lo interrumpió ni siquiera con la novedad mi general de que el vómito negro estaba haciendo estragos en la población rural - mientras el compás de mi corazón se adelantaba al metrónomo por la fuerza invisible de tu olor de animal de monte, - cantando que el enano baila en un solo pie, la mula va al molino, Otilia lava la tina, baca se escribe con be de burro,
Cuidados de su legítima esposa Leticia Nazareno
- cantaba, mientras Leticia Nazareno le apartaba el testículo herniado para limpiarle los restos de la caca del último amor, - lo sumergía en las aguas lústrales de la bañera de peltre con patas de león - y lo jabonaba con jabón de reuter y lo despercudía con estropajos - y lo enjuagaba con agua de frondas hervidas cantando a dos voces con jota se escribe jengibre jofaina y jinete, - le embadurnaba las bisagras de las piernas con manteca de cacao para aliviarle las escaldaduras del braguero, - le empolvaba con ácido bórico la estrella mustia del culo - y le daba nalgadas de madre tierna por tu mal comportamiento con el ministro de Holanda, plas, plas,
Insensible a las súplicas de Leticia Nazareno de mi desventura
- le pidió como penitencia que permitiera el regreso al país de las comunidades de pobres - para que volvieran a hacerse cargo de orfanatos y hospitales y otras casas de caridad, - pero él la envolvió en el aura lúgubre de su rencor implacable, ni de vainas, suspiró, - no había un poder de este mundo ni del otro que lo hiciera contrariar una determinación tomada por él mismo de viva voz, - ella le pidió en las asmas del amor de las dos de la tarde que me concedas una cosa, mi vida, sólo una, - que regresaran las comunidades de los territorios de misiones que trabajaban al margen de las veleidades del poder, - pero él le contestó en las ansias de sus resuellos de marido urgente que ni de vainas mi amor, - primero muerto que humillado por esa cáfila de pollerones que ensillan indios en vez de mulas - y reparten collares de vidrios de colores a cambio de narigueras y arracadas de oro, ni de vainas, protestó, - insensible a las súplicas de Leticia Nazareno de mi desventura que se había cruzado de piernas para pedirle la restitución de los colegios confesionales incautados por el gobierno, - la desamortización de los bienes de manos muertas, los trapiches de caña, los templos convertidos en cuarteles, - pero él se volteó de cara a la pared dispuesto a renunciar al tormento insaciable de tus amores lentos y abismales antes que dar mi brazo a torcer en favor de esos bandoleros de Dios - que durante siglos se han alimentado de los hígados de la patria, ni de vainas, decidió,
Concesiones confidenciales a Leticia Nazareno
- y sin embargo volvieron mi general, regresaron al país por las rendijas más estrechas las comunidades de pobres - de acuerdo con su orden confidencial de que desembarcaran sin ruido en ensenadas secretas, - les pagaron indemnizaciones desmesuradas, - se restituyeron con creces los bienes expropiados - y fueron abolidas las leyes recientes del matrimonio civil, el divorcio vincular, la educación laica, - todo cuanto él había dispuesto de viva voz en las rabias de la fiesta de burlas del proceso de santificación de su madre Bendición Alvarado a quien Dios tenga en su santo reino, qué carajo,
Oyó el borboriteo secreto de la criatura viva de su pecado mortal
- pero Leticia Nazareno no se conformó con tanto sino que pidió más, - le pidió que pongas la oreja en mi bajo vientre para que oigas cantar a la criatura que está creciendo dentro, - pues ella había despertado en mitad de la noche sobresaltada por aquella voz profunda - que describía el paraíso acuático de tus entrañas surcadas de atardeceres malva y vientos de alquitrán, - aquella voz interior que le hablaba de los pólipos de tus riñones, el acero tierno de tus tripas, el ámbar tibio de tu orina dormida en sus manantiales, - y él puso en su vientre el oído que le zumbaba menos - y oyó el borboriteo secreto de la criatura viva de su pecado mortal,
El hijo de nuestros vientres obscenos
- un hijo de nuestros vientres obscenos que ha de llamarse Emanuel, que es el nombre con que los otros dioses conocen a Dios, - y ha de tener en la frente el lucero blanco de su origen egregio - y ha de heredar el espíritu de sacrificio de la madre - y la grandeza del padre y su mismo destino de conductor invisible,
Ni de vainas primero muerto que casado
- pero había de ser la vergüenza del cielo y el estigma de la patria por su naturaleza ilícita - mientras él no se decidiera a consagrar en los altares lo que había envilecido en la cama durante tantos y tantos años de contubernio sacrílego, - y entonces se abrió paso por entre las espumas del antiguo mosquitero de bodas - con aquel resuello de caldera de barco que le salía del fondo de las terribles rabias reprimidas gritando ni de vainas, primero muerto que casado,
Restauración de la casa presidencial después del luto oficial - arrastrando sus grandes patas de novio escondido por los salones de una casa ajena - cuyo esplendor de otra época había sido restaurado después del largo tiempo de tinieblas del luto oficial, - los podridos crespones de la semana mayor habían sido arrancados de las cornisas, - había luz de mar en los aposentos, flores en los balcones, músicas marciales,
Cumplimiento de órdenes de Leticia Nazareno de mi desgracia
- y todo eso en cumplimiento de una orden que él no había dado - pero que fue una orden suya sin la menor duda mi general - pues tenía la decisión tranquila de su voz y el estilo inapelable de su autoridad, y él aprobó, de acuerdo, - y habían vuelto a abrirse los templos clausurados, - y los claustros y cementerios habían sido devueltos a sus antiguas congregaciones por otra orden suya que tampoco había dado pero aprobó, de acuerdo, - se habían restablecido las antiguas fiestas de guardar y los usos de la cuaresma - y entraban por los balcones abiertos los himnos de júbilo de las muchedumbres que antes cantaban para exaltar su gloria - y ahora cantaban arrodilladas bajo el sol ardiente para celebrar la buena nueva de que habían traído a Dios en un buque mi general, - de veras, lo habían traído por orden tuya, Leticia, por una ley de alcoba como tantas otras que ella expedía en secreto sin consultarlo con nadie - y que él aprobaba en público para que no pareciera ante los ojos de nadie que había perdido los oráculos de su autoridad - pues tú eras la potencia oculta de aquellas procesiones sin término que él contemplaba asombrado desde las ventanas de su dormitorio - hasta más allá de donde no llegaron las hordas fanáticas de su madre Bendición Alvarado - cuya memoria había sido exterminada del tiempo de los hombres, - habían esparcido en el viento las piltrafas del traje de novia y el almidón de sus huesos - y habían vuelto a poner la lápida al revés en la cripta con las letras hacia dentro - para que no perdurara ni la noticia de su nombre de pajarera en reposo pintora de oropéndolas hasta el fin de los tiempos, - y todo eso por orden tuya, porque eras tú quien lo había ordenado para que ninguna otra memoria de mujer hiciera sombra a tu memoria, Leticia Nazareno de mi desgracia, hija de puta.
El dominio de la novicia escayolada sobre el general
- Ella lo había cambiado a una edad en que nadie cambia como no sea para morir, - había conseguido aniquilar con recursos de cama su resistencia pueril que ni vainas, primero muerto que casado, - lo había obligado a ponerse tu braguero nuevo que siéntelo cómo suena como un cencerro de oveja descarriada en la oscuridad, - lo obligó a ponerse tus botas de charol de cuando bailó el primer vals con la reina, - la espuela de oro del talón izquierdo que le había regalado el almirante de la mar océana - para que la llevara hasta la muerte en señal de la más alta autoridad, - tu guerrera de entorchados y borlones de pasamanería y charreteras de estatua - que él no había vuelto a ponerse desde los tiempos en que aún se podían vislumbrar - los ojos tristes, el mentón pensativo, la mano taciturna con el guante de raso detrás de los visillos de la carroza presidencial, - lo obligó a ponerse tu sable de guerra, tu perfume de hombre, tus medallas con el cordón de !a orden de los caballeros del Santo Sepulcro - que te mandó el Sumo Pontífice por haber devuelto a la iglesia los bienes expropiad os, - me vestiste como un altar de feria y me llevaste de madrugada por mis propios pies a la sombría sala de audiencias - olorosa a velas de muerto por los gajos de azahares en las ventanas y los símbolos de la patria colgados en las paredes, sin testigos, - uncido al yugo de la novicia escayolada con el refajo de lienzo debajo de las auras de muselina - para sofocar la vergüenza de siete meses de desenfrenos ocultos, - sudaban en el sopor del mar invisible que husmeaba sin sosiego alrededor del tétrico salón de fiestas cuyos accesos habían sido prohibidos por orden suya, - las ventanas habían sido amuralladas, - habían exterminado todo rastro de vida en la casa para que el mundo no conociera ni el rumor más ínfimo de la enorme boda escondida, - apenas si podías respirar de calor por el apremio del varón prematuro - que nadaba entre los líquenes de tinieblas de los médanos de tus entrañas, - pues él había resuelto que fuera varón, y lo era,
Fuente: El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués Enviado por: Rafael Bolívar Grimaldos - rbolivarg@hotmail.es En Letras-Uruguay desde el 18 de julio de 2012 |
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