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14. Husmeó al enemigo oculto |
Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927 - ) es un escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido familiarmente y por sus amigos como Gabo.
¿Quién armó al falso leproso? El traidor y los políticos cómplices La urdimbre de las falsas verdades La única persona de su entera confianza La complicidad del embajador Norton Concibieron el golpe perfecto Habían decidido internarlo en el asilo de ancianos ilustres El general Rodrigo de Aguilar servido en banquete de compañeros El cumplimiento de predicciones antiguas Los periódicos hacían creer en su eternidad Nadie lo había visto en público Solo veíamos Estaba concebido para sobrevivir al tercer cometa Estaba solo en el mundo El pañuelo blanco El cuidado de los pájaros de sus jaulas El zumbido de sus tímpanos se acabó El bochorno de las dos de la tarde Unas cuantas piltrafas de sus recuerdos Escribía las pocas cosas que recordaba
¿Quién armó al falso leproso? No conoció un instante de descanso husmeando en su contorno para encontrar al enemigo oculto que había armado al falso leproso, - pues sentía que era alguien al alcance de su mano, - alguien tan próximo a su vida que conocía los escondrijos de su miel de abejas, - que tenía ojos en las cerraduras y oídos en las paredes a toda hora y en todas partes como mis retratos, - una presencia voluble que silbaba en los alisios de enero - y lo reconocía desde el rescoldo de los jazmines en las noches de calor, - que lo persiguió durante meses y meses en el espanto de los insomnios - arrastrando sus pavorosas patas de aparecido por los cuartos mejor traspuestos de la casa en tinieblas, El traidor y los políticos cómplices - hasta una noche de dominó en que vio el presagio materializado en una mano pensativa que cerró el juego con el doble cinco, - y fue como si una voz interior le hubiera revelado que aquella mano era la mano de la traición, carajo, - éste es, se dijo perplejo, y entonces levantó la vista a través del chorro de luz de la lámpara colgada en el centro de la mesa - y se encontró con los hermosos ojos de artillero de mi compadre del alma el general Rodrigo de Aguilar, qué vaina, su brazo fuerte, su cómplice sagrado, La urdimbre de las falsas verdades - no era posible, pensaba, tanto más dolorido cuanto más a fondo descifraba la urdimbre de las falsas verdades - con que lo habían entretenido durante tantos años para ocultar la verdad brutal de que mi compadre de toda la vida estaba al servicio de los políticos de fortuna - que él había sacado por conveniencia de los trasfondos más oscuros de la guerra federal y los había enriquecido y abrumado de privilegios fabulosos, - se había dejado usar por ellos, les había tolerado que se sirvieran de él para encumbrarse - hasta donde no lo soñó la antigua aristocracia barrida por el aliento irresistible de la ventolera liberal, - y todavía querían más, carajo, querían el sitio de elegido de Dios que él se había reservado, querían ser yo, malparidos, - con el camino alumbrado por la lucidez glacial y la prudencia infinita del hombre que más confianza y más autoridad había logrado acumular bajo su régimen La única persona de su entera confianza Valiéndose de la privanza de ser la única persona de quien él: - aceptaba papeles para firmar, - lo hacía leer en voz alta las órdenes ejecutivas y las leyes ministeriales que sólo yo podía expedir, - le indicaba las enmiendas, - firmaba con la huella del pulgar - y ponía debajo el sello del anillo que entonces guardaba en una caja fuerte - cuya combinación no conocía nadie más que él, - a su salud, compadre, le decía siempre al entregarle los papeles firmados, ahí tiene para que se limpie, le decía riendo, - y era así como el general Rodrigo de Aguilar había logrado establecer otro sistema de poder dentro del poder tan dilatado y fructífero como el mío, La complicidad del embajador Norton - y no contento con eso había promovido en la sombra la insurrección del cuartel del Conde - con la complicidad y la asistencia sin reservas del embajador Norton: - su compinche de putas holandesas, su maestro de esgrima, - que había pasado la munición de contrabando en barriles de bacalao de Noruega amparados por la franquicia diplomática - mientras me embalsamaba en la mesa de dominó con las velas de incienso de que no había gobierno más amigo, ni más justo y ejemplar que el mío, Concibieron el golpe perfecto - y eran también ellos quienes habían puesto el revólver en la mano del falso leproso junto con estos cincuenta mil pesos en billetes cortados por la mitad que encontramos enterrados en la casa del agresor, - y cuyas otras mitades le serían entregadas después del crimen por mi propio compadre de toda la vida, madre, mire qué vaina tan amarga, - y sin embargo no se resignaban al fracaso sino que habían terminado por concebir el golpe perfecto sin derramar una gota de sangre, Habían decidido internarlo en el asilo de ancianos ilustres - ni siquiera de la suya mi general, pues el general Rodrigo de Aguilar había acumulado testimonios del mayor crédito de que yo - me pasaba las noches sin dormir conversando con los floreros y los óleos de los próceres y los arzobispos de la casa en tinieblas, - que les ponía el termómetro a las vacas y les daba de comer fenacetina para bajarles la fiebre, - que había hecho construir una tumba de honor para un almirante de la mar océano - que no existía sino en mi imaginación febril cuando yo mismo vi con estos mis ojos misericordiosos las tres carabelas fondeadas frente a mi ventana, - que había despilfarrado los fondos públicos en el vicio irreprimible de comprar aparatos de ingenio - y hasta había pretendido que los astrónomos perturbaran el sistema solar para complacer a una reina de la belleza que sólo había existido en las visiones de su delirio, - y que en un ataque de demencia senil había ordenado meter a dos mil niños en una barcaza cargada de cemento que fue dinamitada en el mar, madre, imagínese usted, qué hijos de puta, - y era con base en aquellos testimonios solemnes que el general Rodrigo de Aguilar y el estado mayor de las guardias presidenciales en pleno - habían decidido internarlo en el asilo de ancianos ilustres de los acantilados - en la medianoche del primero de marzo próximo durante la cena anual del Santo Ángel Custodio, patrono de los guardaespaldas, o sea dentro de tres días mi general, imagínese, El general Rodrigo de Aguilar servido en banquete de compañeros - pero a pesar de la inminencia y el tamaño de la conspiración él no hizo ningún gesto que pudiera suscitar la sospecha de que la había descubierto, - sino que a la hora prevista recibió como todos los años a los invitados de su guardia personal - y los hizo sentar a la mesa del banquete a tomar los aperitivos mientras llegaba el general Rodrigo de Aguilar a hacer el brindis de honor, - departió con ellos, se rió con ellos, uno tras otro, en distracciones furtivas, - los oficiales miraban sus relojes, se los ponían en el oído, les daban cuerda, eran las doce menos cinco pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, - había un calor de caldera de barco perfumado de flores, - olía a gladiolos y tulipanes, olía a rosas vivas en la sala cerrada, - alguien abrió una ventana, respiramos, miramos los relojes, sentimos una ráfaga tenue del mar con un olor de guiso tierno de comida de bodas, - todos sudaban menos él, todos padecimos el bochorno del instante bajo la lumbre intacta del animal vetusto que parpadeaba con los ojos abiertos en un espacio propio reservado en otra edad del mundo, - salud, dijo, la mano inapelable de lirio lánguido volvió a levantar la copa con que había brindado toda la noche sin beber, - se oyeron los ruidos viscerales de las máquinas de los relojes en el silencio de un abismo final, eran las doce, - pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, - alguien trató de levantarse, por favor, dijo, él lo petrificó con la mirada mortal de que nadie se mueva, nadie respire, nadie viva sin mi permiso - hasta que terminaron de sonar las doce, y entonces se abrieron las cortinas y entró el egregio general de división Rodrigo de Aguilar en bandeja de plata - puesto cuan largo fue sobre una guarnición de coliflores y laureles, macerado en especias, dorado al horno, - aderezado con el uniforme de cinco almendras de oro de las ocasiones solemnes y las presillas del valor sin límites en la manga del medio brazo, - catorce libras de medallas en el pecho y una ramita de perejil en la boca, - listo para ser servido en banquete de compañeros por los destazadores oficiales - ante la petrificación de horror de los invitados que presenciamos sin respirar la exquisita ceremonia del descuartizamiento y el reparto, - y cuando hubo en cada plato una ración igual de ministro de la defensa con relleno de piñones y hierbas de olor, él dio la orden de empezar, buen provecho señores. El cumplimiento de predicciones antiguas - Había sorteado tantos escollos de desórdenes telúricos, tantos eclipses aciagos, tantas bolas de candela en el cielo, que parecía imposible que alguien de nuestro tiempo confiara todavía en pronósticos de barajas referidos a su destino. - Sin embargo, mientras se adelantaban los trámites para componer y embalsamar el cuerpo, hasta los menos cándidos esperábamos sin confesarlo el cumplimiento de predicciones antiguas, como que: - el día de su muerte el lodo de los cenégales había de regresar por sus afluentes hasta las cabeceras, - había de llover sangre, - las gallinas pondrían huevos pentagonales, - y que el silencio y las tinieblas se volverían a establecer en el universo porque aquél había de ser el término de la creación. Los periódicos hacían creer en su eternidad - Era imposible no creerlo, si los pocos periódicos que aún se publicaban seguían consagrados a proclamar su eternidad y a falsificar su esplendor con materiales de archivo, - nos lo mostraban a diario en el tiempo estático de la primera plana con el uniforme tenaz de cinco soles tristes de sus tiempos de gloria, - con más autoridad y diligencia y mejor salud que nunca - a pesar de que hacía muchos años que habíamos perdido la cuenta de sus años, - volvía a inaugurar en los retratos de siempre los monumentos conocidos o instalaciones de servicio público que nadie conocía en la vida real, - presidía actos solemnes que se decían de ayer y que en realidad se habían celebrado en el siglo anterior, Nadie lo había visto en público - aunque sabíamos que no era cierto, que nadie lo había visto en público desde la muerte atroz de Leticia Nazareno - cuando se quedó solo en aquella casa de nadie mientras los asuntos del gobierno cotidiano seguían andando solos y sólo por la inercia de su poder inmenso de tantos años, - se encerró hasta la muerte en el palacio destartalado desde cuyas ventanas más altas contemplábamos con el corazón oprimido el mismo anochecer lúgubre que él debió ver tantas veces desde su trono de ilusiones, Solo veíamos - la luz intermitente del faro que inundaba de sus aguas verdes y lánguidas - los salones en ruinas, - las lámparas de pobres dentro del cascarón de los que fueron antes los arrecifes de vidrios solares de los ministerios - que habían sido invadidos por hordas de pobres cuando las barracas de colores de las colinas del puerto fueron desbaratadas por otro de nuestros tantos ciclones, - abajo la ciudad dispersa y humeante, - el horizonte instantáneo de relámpagos pálidos del cráter de ceniza del mar vendido, - la primera noche sin él, - su vasto imperio lacustre de anémonas de paludismo, - sus pueblos de calor en los deltas de los afluentes de lodo, - las ávidas cercas de alambre de púa de sus provincias privadas donde proliferaba sin cuento ni medida una especie nueva de vacas magníficas que nacían con la marca hereditaria del hierro presidencial. Estaba concebido para sobrevivir al tercer cometa - No sólo habíamos terminado por creer de veras que él estaba concebido para sobrevivir al tercer cometa, - sino que esa convicción nos había infundido una seguridad y un sosiego que creíamos disimular con toda clase de chistes sobre la vejez, - le atribuíamos a él las virtudes seniles de las tortugas y los hábitos de los elefantes, - contábamos en las cantinas que alguien había anunciado al consejo de gobierno que él había muerto y que todos los ministros se miraron asustados y se preguntaron asustados que ahora quién se lo va a decir a él, ja, ja, ja, - cuando la verdad era que a él no le hubiera importado saberlo ni hubiera estado muy seguro él mismo de si aquel chiste callejero era cierto o falso, Estaba solo en el mundo - pues entonces nadie sabía sino él que sólo le quedaban en las troneras de la memoria unas cuantas piltrafas sueltas de los vestigios del pasado, - estaba solo en el mundo, - sordo como un espejo, - arrastrando sus densas patas decrépitas por oficinas sombrías El pañuelo blanco - donde alguien de levita y cuello de almidón le había hecho una seña enigmática con un pañuelo blanco, adiós, le dijo él, - el equívoco se convirtió en ley, los oficinistas de la casa presidencial tenían que ponerse de pie con un pañuelo blanco cuando él pasaba, - los centinelas en los corredores, los leprosos en los rosales lo despedían al pasar con un pañuelo blanco, adiós mi general, adiós, El cuidado de los pájaros de sus jaulas - pero él no oía, no oía nada desde los lutos crepusculares de Leticia Nazareno cuando pensaba que a los pájaros de sus jaulas se les estaba gastando la voz de tanto cantar y les daba de comer de su propia miel de abejas para que cantaran más alto, - les echaba gotas de cantorina en el pico con un gotero, - les cantaba canciones de otra época, fúlgida luna del mes de enero, cantaba, - pues no se daba cuenta de que no eran los pájaros que estuvieran perdiendo la fuerza de la voz sino que era él que oía cada vez menos, El zumbido de sus tímpanos se acabó - y una noche el zumbido de los tímpanos se rompió en pedazos, se acabó, - se quedó convertido en un aire de argamasa por donde pasaban apenas los lamentos de adioses de los buques ilusorios de las tinieblas del poder, - pasaban vientos imaginarios, - bullarangas de pájaros interiores que acabaron por consolarlo del abismo del silencio de los pájaros de la realidad. El bochorno de las dos de la tarde - Las pocas personas que entonces tenían acceso a la casa civil lo veían en el mecedor de mimbre sobrellevando el bochorno de las dos de la tarde bajo el cobertizo de trinitarias, - se había desabotonado la guerrera, se había quitado el sable con el cinturón de los colores de la patria, - se había quitado las botas pero se dejaba puestas las medias de púrpura de las doce docenas que le mandó el Sumo Pontífice de sus calceteros privados, - las niñas de un colegio vecino que se encaramaban por las tapias traseras donde la guardia era menos rígida lo habían sorprendido muchas veces en aquel sopor insomne, - pálido, con hojas de medicina pegadas en las sienes, atigrado por los charcos de luz del cobertizo en un éxtasis de mantarraya bocarriba en el fondo de un estanque, - viejo guanábano, le gritaban, él las veía distorsionadas por la bruma de la reverberación del calor, - es sonreía, las saludaba con la mano sin el guante de raso, pero no las oí, Unas cuantas piltrafas de sus recuerdos - sentía: - el tufo de lodo de camarones de la brisa del mar, - el picoteo de las gallinas en los dedos de los pies, - pero no sentía el trueno luminoso de las chicharras, no oía a las niñas, no oía nada. - Sus únicos contactos con la realidad de este mundo eran entonces unas cuantas piltrafas sueltas de sus recuerdos más grandes, - sólo ellos lo mantuvieron vivo después de que se despojó de los asuntos del gobierno y se quedó nadando en el estado de inocencia del limbo del poder, - sólo con ellos se enfrentaba al soplo devastador de sus años excesivos cuando deambulaba al anochecer por la casa desierta, - se escondía en las oficinas apagadas, Escribía las pocas cosas que recordaba - arrancaba los márgenes de los memoriales y en ellos escribía con su letra florida los residuos sobrantes de los últimos recuerdos que lo preservaban de la muerte, - una noche había escrito que me llamo Zacarías, lo había vuelto a leer bajo el resplandor fugitivo del faro, lo había leído otra vez muchas veces - y el nombre tantas veces repetido terminó por parecerle remoto y ajeno, - qué carajo, se dijo, haciendo trizas la tira de papel, yo soy yo, se dijo, y escribió en otra tira que había cumplido cien años por los tiempos en que volvió a pasar el cometa - aunque entonces no estaba seguro de cuántas veces lo había visto pasar, - y escribió de memoria en otra tira más larga honor al herido y honor a los fieles soldados que muerte encontraron por mano extranjera, - pues hubo épocas en que escribía todo lo que pensaba, todo lo que sabía, - escribió en un cartón y lo clavó con alfileres en la puerta de un retrete que estaba prohibido hacer porquerías en los excusados - porque había abierto esa puerta por error y había sorprendido a un oficial de alto rango masturbándose en cuclillas sobre la letrina, - escribía las pocas cosas que recordaba para estar seguro de no olvidarlas nunca, Fuente: El otoño del patriarca de Gabriel García Marqués Enviado por: Rafael Bolívar Grimaldos - rbolivarg@hotmail.es En Letras-Uruguay desde el 4 de mayo de 2012 |
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