Doctor Fausto |
Miro su piel lisa, todavía
joven, con perfume a flores del campo. Podría ser sin ninguna duda una Margarita moderna. ¿La había conquistado Lucifer? Su Doctor Fausto sin embargo, a pesar de todas las malignidades que le atribuía el consenso familiar, a pesar de los propios defectos, la miraba con amor sincero. El conjuro no se había cumplido del todo; su maquiavélico amante mostraba en el rostro y en el cuerpo, el paso de los años. Había vivido con
intensidad. Sus ojos sagaces y pequeños la escrutaban. Vio la vejez en la mirada
cansada. Estaban sentados en un bar, ”La Paz”, no en la Edad Media, sino en la época
actual, no en Alemania, sino en ese Buenos Aires cosmopolita y amigo. __¿Estás triste, Margarita, mi pequeña? “Mi pequeña”. Antes otro ser la había llamado así. Rejuveneció veinte, treinta años. Volvió atrás. Unos ojos celestes parecidos a esos la miraban con ternura. __No quiero que estés triste. Nos escribiremos, volveré... En la mesa vecina un hombre esperaba; cerca también, otros conversaban en grupo. La observaban. ¿Era tan extraña esa pareja? Miró a su interlocutor; el cansancio se enseñoreaba en las arrugas profundas del rostro, en las manos cuidadas y hermosas pese a los años. Esa noche -se dijo para sí- completaría el conjuro. ¿De qué se valdría? ¿De una pluma de caburé? La cocinaría y luego... El Dr. Fausto la miraba con bondad. Era necesario completar la tarea. A media noche bebió hasta la última gota el brebaje preparado y esperó...No sentía nada extraño. Estaba sola, aguardando el desenlace. Poco a poco la imagen del espejo le fue dando la respuesta. Había conseguido su fin. Frente a ella, desde el cristal, una anciana muy parecida a su propia imagen, la miraba con una sonrisa. |
Susana Boéchat
Del libro inédito "De mujer a mujer"
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