27 de agosto de 2021

Cine | Re-Visiones › Killer Joe, de William Friedkin

Se pudrió todo

La plataforma Mubi incorporó a su catálogo Killer Joe, que William Friedkin filmó diez años atrás y nunca pudo verse en Argentina. “Film maldito” es poco para una de las películas más revulsivas de la historia del cine, de visión insoportable de a ratos. Como en El exorcista, Friedkin no le ahorra al espectador ningún horror. Todo lo contario: se lo hace tragar.

por Horacio Bernades

Atención: esta nota incluye mil y un spoilers

En 2011, a la bonita edad de 76 años, William Friedkin (Chicago, 1935) produjo una de las películas más extremas de la historia del cine. Teniendo en cuenta que por estos días cumple 86, es de imaginar que será seguramente su despedida. El rótulo “cine negro” le queda corto a una historia –basada en la obra de teatro homónima escrita por Tracy Letts y  guionada por el propio Letts– donde los miembros de una familia white trash de Dallas son capaces de asesinarse entre sí, literalmente, con tal de cobrar un seguro de vida. Podría haber sido una comedia negra, como Eating Raoul de Paul Bartel o Muerte en un funeral, de Frank Oz, pongámosle. Único medio de hacer tragar tanto veneno. Pero lo que quiere Friedkin es justamente hacérselo tragar al espectador sin ningún digestivo de por medio, como quien lo vierte a chorros desde un bidón.

Hay castigos brutales mostrados casi sin cortes, toda clase de conspiraciones y traiciones, débiles mentales, padres y hermanos que venden a su hermana virgen para pagarle un adelanto a un asesino de alquiler, ruegos de filicidio, una mujer obligada a practicar una larga fellatio en la que el pene es sustituido por una pata de pollo de Kentucky Fried y una chica que pregunta, de lo más ingenua, “¿Cómo la vas a matar a mamá?” Es lógico que el hombre que en El exorcista inventó el vómito cinematográfico, el tipo al que se le ocurrió que una nena se masturbe con una cruz sangrante, haya producido (¡a los 76 años!), un verdadero film-vómito, en ambos casos con la misma intención: profanar, espantar y pudrir a la clase media estadounidense (media-alta en el caso de El exorcista, media-baja tirando a del todo baja aquí).

Tras producir dos obras maestras en los 70 (Contacto en Francia, 1971, El exorcista, 1973) y dos films casi irrespirables en los 80 (Cruising, 1980, y Vivir y morir en Los Ángeles, 1985), en la década siguiente a Friedkin se lo notó desorientado, intentando comportarse como un profesional anónimo, en películas como Blue Chips, Jade o Reglas de combate. De pronto y cuando se lo daba poco menos que por cinematográficamente muerto, el autor de la película que hizo cagarse en las patas a varias generaciones empezó a dar señales de vida con La cacería (2003), drama de acción en el que se notaba la mano de un narrador en serio.

Poco después, sin crédito en su país y contando con un financista extranjero, Friedkin se calzó a fondo el traje off-Hollywood. Tomó una obra sumamente enfermiza de Tracy Letts y no la “aireó”, ni le sumó personajes o subtramas, ni multiplicó los decorados. La filmó con dos pesos y tal como estaba escrita: con un actor y una actriz (¡Oh, Ashley Judd, qué ha sido de ti!), en el decorado único, sucio y sumamente claustrofóbico de un cuartito de motel rutero, en tiempo casi real. La película se llamó Bug (“Bicho”), llegó a Cannes en 2006, hizo mucho ruido allí (sobre todo teniendo en cuenta su mínimo tamaño) y se estrenó en Argentina, con bastante retraso, con el título de Peligro en la intimidad. No la vio nadie.

Pero ése fue apenas un prolegómeno. Producida por el francés Nicholas Chartier y otra vez sobre obra de Letts, en Killer Joe Friedkin se puso a volumen 11. La película se estrenó en Venecia 2011, ganó una buena cantidad de premios (de asociaciones de críticos, sobre todo), y en Argentina no se estrenó, ni salió en devedé ni nada. Recién ahora podemos verla en Mubi, con diez años de retraso.

Lo primero que se ve es una concha peluda y la bandera estadounidense. Bah, no es lo primero, pero es lo primero que funciona como un cross a la mandíbula. Antes de la concha y la bandera se ve correr a un veinteañero (Emile Hirsch), en medio de una de esas tormentas que parece que se viene el mundo abajo. Llega a un parking de casas rodantes y golpea desesperadamente la puerta de una de ellas, mientras el bull terrier de la casa de al lado da la sensación de que en cualquier momento rompe la cadena y se le tira encima. El chico golpea, golpea y es allí donde lo recibe la concha. La de Gina Gershon, cuya boca era de por sí, como se sabe, un órgano más genital que facial. Friedkin la encuadra en plano detalle, asomando por debajo de la remera. Se trata, desde ya, de la vagina menos erótica que pueda imaginarse: la mujer está semidormida, toda desarreglada, con el rimmel corrido, una cara de culo incomparable y a puteada limpia. No es una vagina erótica sino bestial la que recibe al chico. Al espectador.  

La señora no es cualquier señora: es la esposa del papá del muchacho y sigue así, concha al aire, a pesar de que el chico le grita que saque esa concha de ahí. Lo que sigue es un policial negro en el infierno, entre parajes derruidos del sur estadounidense (el bacilo de Trump empezaba a fermentar allí), disfuncionalidad familiar en estado extremo, esclavitud humana, estallidos de violencia como para épater hasta al espectador más curtido, escenas de pornosadismo y un tono farsesco que hace que uno pase de la sonrisa irónica a taparse los ojos, y viceversa, preguntándose si corresponde hacer eso o lo contrario. “Hay que matar a mamá”, se le ocurre al chico, como modo de cobrar una póliza que le permita zafar de una deuda que tiene con mafiosos por transa de merca (stock del cual la mamá le robó un par de bolsitas). Papá, que es el tipo más pusilánime del mundo y a quien interpreta ese Lee Marvin abatido que es Thomas Haden Church, lo piensa un poco, primero le parece mal, después bien y termina aceptando contratar a Killer Joe, policía de Dallas, asesino a sueldo en los ratos libres.

El de Killer Joe es el papel de su vida para Matthew McConaughey, que hace de él un aterrador demonio helado. Con botas tejanas y sombrero Stetson, habla pausado y en susurros, con pereza típicamente sureña y la calma de una serpiente de cascabel. Tras someter a sus víctimas a interrogatorios tan maratónicos como el del coronel Hans Landa en Bastardos sin gloria, estirando la tensión despacito, hasta que se rompa –como el Negro Pablo de Okupas–, cuando se le antoja pasa de la tortura psicológica a la física o moral. Exige a una adolescente virgen y débil mental (Juno Temple) como adelanto a cuenta y le parte el tabique de una trompada a la rusa Gershon o la cabeza a Emile Hirsch con una lata de duraznos en almíbar.

En una escena que no podrá faltar en ninguna antología de la perversión cinematográfica, obliga a Gershon, a punta de pistola y después de haberle dejado la cara como una pizza, a chuparle la pata de pollo frito, que hace colgar de la bragueta. Fellatio completa en plano fijo, antes de la cena familiar que el propio Joe preside como nuevo patriarca del clan. De una de las paredes del trailer cuelga, como Dios manda, una cruz. La reunión familiar incluye el rezo de rigor, y en ella el nuevo miembro anuncia su próxima boda con la hija boba. Killer Joe es como una de Tarantino en la que la farsa monstruosa remplazó a la ironía. Una pesadilla de David Lynch puesta en escena por el inventor del cine gore, Herschell Gordon Lewis, sin el menor surrealismo a la vista.

Si algo no se puede poner en duda es que el director no puede ser otro que el de El exorcista. Joe es un demonio seductor, tentador, todopoderoso, lo ladean pequeños demonios cotidianos y a su alrededor ese mundo de abominaciones y abyección parece hecho a su medida. No por nada las llamas abundan aquí tanto como la noche y la tormenta. El infierno no está encantador esa noche.

Si una concha es lo primero que se ve, lo primero que se oye, durante los títulos de apertura, es el sonido de un Zippo frotado, de un incendio enseguida. Cuarenta años más tarde, la visión del mundo de Friedkin seguía siendo la misma. Parafraseando a cierta película argentina, en Killer Joe el mal es más fuerte. El mismo tema, el mismo estilo: gráfico, directo y brutal, con chorros de sangre en lugar de vómito verde. Sin embargo, y en un alarde de maestría final, el plano final es tan abierto y ambiguo, deja al espectador tan a la descubierta, al borde de la nada, como el de Vértigo. Fundido a negro y arreglate.

Killer Joe, 2011. Origen: Estados Unidos. Dirección: William Friedkin. Guion: Tracy Letts, sobre su obra homónima. Fotografía: Caleb Deschanel. Duración: 102 minutos. Intérpretes: Matthew McConaughey, Emile Hirsch, Gena Gershon, Juno Temple, Thomas Haden Chrurch. Estreno en Mubi.

Killer Joe Trailer HD Subtitulado Sala10 Plaza de Cine

13 may 2012

 

por Horacio Bernades (texto) @horaciobernades
Gentileza del blog "Cancha de bochas" Un blog de Horacio Bernades. Cine, actualidad y otras fruslerías.
Link del texto: https://canchadebochas.com.ar/inicio/killer-joe/

27 de agosto de 2021 

Autorizado por el autor

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/  o   https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

 

 

Ir a índice de Cine

Ir a índice de Horacio Bernades

Ir a página inicio

Ir a Índice de escritores