29 enero de 2022 Cine › “El callejón de las almas perdidas”, de Guillermo del Toro Una de monstruosEn su nueva película, Guillermo del Toro se toma un recreo del género fantástico e incursiona en el film noir de época. El callejón de las almas perdidas es una fábula de aniquilación, con un héroe de total ambigüedad moral, a quien cuando quiera trepar demasiado le recordarán que el Olimpo es de los otros. No hay ludismo, humor ni citas cinéfilas en el opus 11 del realizador de Cronos: El callejón de las almas perdidas es una tragedia en la que nada de eso tiene lugar.
La nueva película del mexicano Guillermo del Toro es la remake de una poco conocida de 1947, llamada Nightmare Alley. La dirigió un director de lo que podría llamarse “línea media” de Hollywood, el inglés Edmund Goulding, “cumplidor” pero no brillante. Entre sus películas más populares se cuentan la comedia coral Grand Hotel, el drama “de aviadores” Dawn Patrol (1938) y los “melos” Amarga victoria, con Bette Davis (1939) y Al filo de la navaja, con Tyrone Power (1946). Vi Nightmare Alley hace una ponchada de años y no pude reverla ahora. Lo que recuerdo es sobre todo la ambigüedad moral del protagonista, a quien podía verse como un oportunista o un simple sobreviviente, que de pronto descubre que su acto de presunta adivinación le sale muy bien y le permite escalar social y económicamente. Tyrone Power, a quien nunca le sobró intensidad, expresaba muy bien esa ambigüedad con un estilo de actuación neutro, que convertía su rostro en una especie de pantalla opaca, que mantenía sus intenciones veladas. El guion coescrito por Del Toro, basado en la novela homónima de William Lindsay Gresham, es fiel a esta naturaleza esquiva del protagonista, Stanton Carlisle, a quien Bradley Cooper compone en una clave muy parecida a la de Power. La versión de Goulding transcurría en un presente indeterminado, mientras que la de Del Toro y su coguionista Kim Morgan la ubica en tiempos de la Gran Depresión. El marco ideal, en tanto Carlisle es un vagabundo sin un cobre, que de casualidad va a parar a un parque de atracciones. Lo recorre como cualquier curioso, por el simple hecho de que no tiene otra cosa que hacer, pero el host de segunda interpretado por Ron Perlman y el manager de bigotitos de Willem Dafoe ven en él un posible músculo para peón de carga, y eso es lo que le ofrecen por unos níqueles, cama y comida. Mucho más de lo que Carlisle esperaba. La feria por supuesto incluye enanos, contorsionistas y freaks de lo más modestos. A propósito, es mentira que Del Toro desplegó aquí su gusto por el freakismo exuberante. Muy por el contrario y virtuosamente, supo mantenerlo dentro de la clave baja que la película pedía. En este callejón no hay lugar para ninguna maravilla. Una de las “atracciones” es la tiradora de cartas interpretada por Toni Colette, esposa de un decadente ilusionista alcohólico (David Strathairn). Más que interesada en enseñarle al recién llegado los misterios del tarot, desde que entra en su carpa la mujer le clava el ojo en el mismo lugar donde después le mete la mano. ¡Atención, viene chiste de Jorge Corona! Las almas finas saltéense esta frase, que un crítico serio jamás se permitiría: lo que quiere tirarle no son las cartas sino la goma. De allí en más, todo es cuestión de aprender. Primero esos truquitos sencillos de presuntas adivinaciones, como aquéllos del Rulo con Carlitos en Soñar Soñar: “A ver dígame Charly sin dudas y con firmeza qué lleva la señora en la cartera”. Luego el viaje a la ciudad en compañía de Molly, algo así como “la chica de los mandados” de la feria (Rooney Mara hace de ingenua muy ingenua, equivalente exacto de la Elisa de La forma del agua) y en la ciudad opulenta, fascinada por lo que puede verse por el art decò, la consagración como “vidente” en clubes cuyos concurrentes lucen trajes a medida y vestidos de satin. Pero alguien en el camino le ha advertido a Carlisle que no se metiera con el espiritismo, y en las cartas de tarot le salió, además, la figura del hombre colgado. A Nightmare Alley, la original (que acá se conoció con el mismo adecuadísimo título que lleva la remake de Del Toro) se la suele calificar como film noir, una etiqueta que se corresponde con su clima de fatalismo (en el primer y último acto, básicamente), con su mundo de claroscuros más oscuros que claros, de contrastes sociales, de personajes cruzados por las sombras. Pero no es un ejemplar canónico del género. Si hay crímenes, éstos tienen lugar más en la periferia de la historia –en su pasado y en su culminación– que en su centro. Aparecen figuras muy propias del género: una femme fatale con todas las de la ley, un hombre casi tan poderoso como un dios y su muy pesado guardaespaldas, cuyo físico recuerda un poco al Mickey Rourke de Sin City. Pero esos tipos humanos son más marcados en la versión de Del Toro que en la de Goulding. Delito no hay, apenas picardía, la picardía ingenua de los parques de atracciones de las primeras décadas del siglo pasado. En el caso de Carlisle (el héroe es de ésos a los que uno tiende a llamar más por el apellido que por el nombre de pila) la picardía deriva en ambición, a medida que sube la pirámide y ve que puede seguir subiendo. En la versión Del Toro aparece una historia previa de culpa familiar, crimen y resentimiento, que en la de Goulding no estaba. Se supone que toda esa carga, muy de cine negro, que aquí puntúa la historia en forma de flashbacks brevísimos, determina la conducta del personaje. No lo veo. A Carlisle lo veo como una versión dark del Carlitos de Soñar Soñar (ya que estamos, sigamos con el símil). Quiero decir: es el tipo de pueblo que anda sin trabajo, que nunca tuvo nada, y que de pronto encuentra algo en lo que funciona, y que puede funcionar. “Me voy a ser artista a Buenos Aires”, gritaba Carlitos con una sonrisa enorme por todo el pueblo, y en determinado momento Carlisle hace lo mismo: va a practicar su “arte” en la ciudad, donde está la plata. Está claro que Carlisle no es un romántico (todas sus relaciones con mujeres son por interés), y lo único que conoce, y a lo que aspira, es a la plata, como le echa en cara la psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett), en un muy buen diálogo del final. Si, la doctora tiene un nombre que la Biblia no le dedicaba a las buenas chicas. Aclaración: quien lea que el héroe carga con una culpa y más tarde conoce a una psicóloga sumará 1 + 1, pero el resultado no es 2. La relación entre ellos es mucho más enrevesada, más sucia, más perversa que el más mínimo atisbo de “curación”. Carlisle no conoce otra cosa que la plata, y por eso eso es lo que busca. Pero no delinque, se mete en una estafa grande sólo porque la femme fatale lo enrosca en ello (como Phylis y Cora en Pacto de sangre y El cartero llama dos veces) y mata sólo in extremis (aunque de forma brutal, como si estuviera vengando todo su pasado). Pero Stanton no es un criminal, no es chorro, ni siquiera un estafador de alta gama. Es un sobreviviente, que primero trata de mantenerse a flote y cuando ve que puede, quiere llegar algo más lejos con su bote. ¿Es culpable, merece ser castigado? O para decirlo en otras palabras, ¿es El callejón de las almas perdidas un cuento moral? Tampoco me parece. Más allá de que se trate de justicia por mano propia, Carlisle tiene sus razones para cometer el crimen que cometió, y al final ya es cuestión de matar o morir, metido como se metió en un chaleco que le pusieron y le quedaba grande. Desde mi punto de vista la de El callejón de las almas perdidas es una historia de sobrevivencia en tiempos difíciles (termina justo en 1940, cuando de la mano de Roosevelt Estados Unidos va a salir de la Depresión) y también, claramente, una historia de ascenso y caída, con un final muy fuerte, muy amargo y depresivo, de melodrama bien cargado, al que Del Toro no le saca el cuerpo en lo más mínimo. El país sale de la depresión y Carlisle entra en ella. Ahora que lo pienso la historia de Stan es también la de Gatica, saltando del charco al lujo (¡está hasta ese equivalente pobretón del Parque Japonés!) y la de tantos héroes de Favio, que quieren “salvarse”, en el sentido porteño del término. Me animo a pensar que a Favio la película de Del Toro le hubiera gustado. A mí también me gusta la nueva de Del Toro. Me gusta mucho, incluso. La construcción del héroe es notable (como a todos los monstruos, Del Toro siente cariño por Stan), la elección de Bradley Cooper perfecta, la fábula sumamente ambigua y… y aquí hay ciertas cosas en las que conviene detenerse un poco. Del Toro no es un cineasta moderno, es uno absolutamente clásico. No sólo porque ame ese cine sino, sobre todo, porque sigue creyendo en los valores que sustentaban ese cine. Una buena película se hace con una buena historia, un buen guion, buenos actores y una buena puesta, que amalgame todo eso. El callejón… tiene todo eso, y no en el nivel de bueno sino de muy bueno. Todo el último acto está sostenido por unos personajes (los del archimillonario Ezra Grindle y Anderson, su guardaespaldas fiel como Sancho) ricos, sólidos y sumamente complejos. Grindle, que funciona como espejo paterno para Stan, es también, por la mezcla de piedad y asco que despierta, un espejo del propio Stan. Ambos se ven realzados por dos actuaciones extraordinarias de Richard Jenkins y de Holt McCallany, que es el forzudo del FBI en Mindhunter, a mi gusto el tipo más amenazante del cine actual. No se trata de que la fotografía o el diseño de arte se luzcan como diamantes, que lo hacen, sino que funcionan como elementos expresivos, elementos de puesta en escena. El opresivo predominio de las sombras de la primera parte se confronta con la luminosidad chic de los decorados urbanos en la segunda. La feria rasposa y embarrada, las vestimentas raídas, el ilusionismo berreta, con la boiserie lustrosa, los laqueados del departamento de Cate Blanchett, el parque de Grindle lleno de estatuas, como de commendatore florentino y el ilusionismo de alta gama de los ricachones urbanos. Que no genera un sentido de maravilla ingenua, como el de la feria, sino decepción, trampa, traición, desprecio de clase, muerte y un volver a empezar, ahora desde lo más bajo de lo más bajo. El abismo que divide el mundo de la feria y el de la dra. Ritter y Ezra Grindle es el mismo que separa la villa 20/21 del edificio inteligente de Puerto Madero. No hay pasaje entre esos dos mundos que no sea el de la aniquilación personal. Nightmare Alley, EE.UU/México, 2022. Dirección: Guillermo del Toro. Guion: G. del Toro y Kim Morgan, sobre novela de William Lindsay Gresham. Fotografía: Dan Laustsen. Duración: 150 minutos. Intérpretes: Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara, Toni Colette, Willem Dafoe, Richard Jenkins, Ron Perlman, Mary Steenburgen, David Strathairn, Holt McCallany. Estreno en cines. |
|
por Horacio
Bernades (texto)
@horaciobernades
Gentileza del blog "Cancha de
bochas" Un blog de Horacio Bernades. Cine, actualidad y otras fruslerías.
Link del texto:
https://canchadebochas.com.ar/inicio/el-callejon-de-las-almas-perdidas-de-guillermo-del-toro/
29 enero de 2022
Autorizado por el autor
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
Facebook: https://www.facebook.com/letrasuruguay/ o https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Círculos Google: https://plus.google.com/u/0/+CarlosEchinopeLetrasUruguay
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de Cine |
Ir a índice de Horacio Bernades |
Ir a página inicio |
Ir a Índice de escritores |