A fines del año pasado, un chico, al que yo conocía de la universidad cuando cursaba el segundo año de la Licenciatura en Geología, resultó gravemente herido en un accidente automovilístico que apareció en las noticias. Las sierras de Córdoba sirvieron de fondo y él conducía una moto de alta cilindrada. Poco más que esto sabría decirles ya que los pormenores del hecho nunca los supe; yo me enteré por terceros y como de pasada, en otras palabras, lo escuché por ahí. Meses más tarde, por una conversación que sucedió a mis espaldas en el comedor de la universidad, supe que fue sometido a una operación muy delicada y que al final quedó fuera de peligro. Yo dije, o pensé: "¡Qué bueno!" Y me quedé con eso.
Todo volvía a ser como antes. Las cosas fueron restituidas a la normalidad. Bueno, señores, aquí no hay nada que ver, por favor despejen la calle y vuelvan a sus vehículos, gracias.
No volví a oír de él ni a pensar en eso hasta el domingo pasado, que, durante el almuerzo, mi hermana dijo que lo habían visto caminando del brazo de su padre por la ciclovía que rodea el parque del ferrocarril. Según le contaron caminaba de un modo extraño, como en puntas de pie (esto me causó una gran impresión), y le costaba hablar. También dijeron que desde entonces su padre lo acompaña a todas partes con abnegación y cariño y que las arrugas se han multiplicado en su rostro, mientras que las que ya estaban se han vuelto más profundas, porque durante aquella semana que su hijo estuvo en terapia intensiva había envejecido como veinte años de golpe. Yo no estuve de acuerdo con esa cifra. Cuando los médicos salvaron la vida de su hijo, de tanta felicidad que sintió debe haber rejuvenecido cinco años como mínimo, así que en total habría envejecido alrededor, y no más, de quince años. Yo no lo conozco y nunca lo he visto, sin embargo imagino que ese envejecimiento se le nota especialmente en los ojos. Después, y para terminar, agregaron que a causa del choque había perdido algunos recuerdos de antes del mismo. Todo esto nos comunicó mi hermana y luego la conversación tomó los rumbos habituales, pero yo me quedé encerrado en ese terrible informe de daños. Cuando registré aquella conversación que sucedió a mis espaldas, y por la que me enteré que se había salvado, sinceramente ni se me ocurrió pensar en secuelas, y me dio una pena tan grande escuchar todo esto... Es cierto que nunca fuimos amigos, sino simplemente compañeros de clases, y solamente a ese nivel llegué a conocerlo, sin embargo ese trivial intercambio que se desarrolló principalmente durante trabajos prácticos y recreos, y que no se distingue en nada a todos los de su clase, me permitió ver que era una buena persona. Recuerdo que tenía un gran sentido del humor, podía ser muy gracioso y nos hacía reír de buena gana. ¿Cuál es su edad? Creo que tiene un año más que yo, a lo sumo dos. O sea que todavía es muy joven. No recuerdo su nombre, mucho menos su apellido; sólo me quedó su apodo. Era bien parecido. También recuerdo que le gustaba la música electrónica. Esto es todo lo que sé de él. Y aún así me entristeció profundamente enterarme de su condición. Pero: ¿Por qué me afectaba tanto la tragedia de este extraño?, me pregunté. Porque al fin de cuentas eso era, un extraño. ¿Quién era, qué representaba para mí este muchacho con el que había estudiado mapas hidrológicos y clasificado minerales por espacio de algunos meses? La respuesta fue más fácil de encontrar de lo que pensaba. Me dije: era la clase de persona de la que uno se daba cuenta, o podría haber dicho, que le esperaba una buena vida y que iba a ser feliz. Entonces pensé que eso tendría que haberme pasado a mí. Que así no se perdía nada. Además a mí no me importaría tener que caminar todo el día en puntas de pie ni tener dificultades para hablar, en verdad no me importaría, aunque me dolería infinitamente perder un par de recuerdos, por más dolorosos o triviales que estos sean. |