Llega la golondrina |
Una
vez que los vio alejarse se dirigió a Ileana. -
Ven, vamos al encuentro
de la
golondrina – le dijo mientras
la arrancaba del rayo que la envolvía. -
¡Qué hermoso es perderse en la luz del sol ! -
Como si regresara de un
hermoso sueño suspiró,
abandonándolo con nostalgia - Pero - agregó sonriendo
con entusiamo - nada podría hacerme tan
feliz como oírte mencionar
a la
golondrina que
significa mi salvación.
Cuando
llegaron a la
terraza de la Ciudadela, el
cielo teñía la cúpula y
las cinco torres azules con reflejos verdes y dorados. Poco
faltaba para el arribo del
ave. El sol, cansado, se
alejaba del día. A
espaldas de ellos, apareció la gata de angora. Avanzó despacio contoneándose
coqueta, con los ojos fijos
en el río por donde aparecería la
golondrina. La cola blanca se movía
inquieta, hacia un
lado y otro, los
bigotes en
punta, la boca entreabierta mostrando los dientes, pequeños y
afilados. -
Allá viene - dijo el gnomo haciendo pantalla con las manos. -
¡Si! ¡La
veo aparecer! - gritó de alegría
Ileana - Es ese pequeño punto en el horizonte. Se
acerca sin
prisa ¡apúrate, golondrina!-
reclamó la joven que ya
vislumbraba una chispa de esperanza. -
No la
apures. La golondrina vendrá,
como siempre, a invitarme a volar con ella. -
¡Pero, hoy le pedirás que me ayude a mí!
¿verdad? ¡hoy
pensarás en mí, no
en ti! ¿verdad? - rogó. - ¿Tanto sufres en la Ciudadela que te has vuelto tan egoísta? -
Tú sabes que no
pertenezco a
este lugar - respondió,
altanera, viendo
cercana su liberación. -
Te equivocas Ileana. Pertenecemos exactamente
al lugar en el que nos encontramos.
Ningún otro nos cabe. -
Por favor, gnomo verde,
confío en
ti, en
tu bondad, en tu
generosidad. No permitas que siga sufriendo - rogó. Mientras
la golondrina se acercaba cortando el aire con suavidad, el gnomo
sintió lástima
por Ileana que tanto sufría por no aceptar su destino. -
Tranquila. Te ayudaré en lo que esté a mi alcance - respondió con
afecto. -
¡Mira! Ya está muy cerca. ¡Pósate acá, en mis manos, golondrina!-
dijo la joven levantando las palmas al cielo. -
Amiga mía, bienvenida.
Nuevamente debes partir sin mí. Aún no he concluido mi tarea en la
Ciudadela - saludó el gnomo cuando estuvo próxima. -
¡Háblale de mí, te lo ruego!- dijo Ileana
con la vista fija en el ave
sin notar que, detrás de ellos, la gata
de angora
extendía las garras con las uñas
desnudas. El
sol iluminó los destellos acerados de las patas felinas avisando al ave
del peligro, y la golondrina
huyó, no sin antes rozar, levemente, el sombrero verde del gnomo en señal
de despedida. -
¡El año entrante! ¡Volveré
el año entrante! –
dijo, y se alejó hacia el
poniente. -¡No
golondrina! ¡no te vayas sin
oír de mí! – Ileana, con un grito desgarrador,
rompió a llorar. -
¡Ay! Gata de angora ¡¿cómo
pudiste ser tan cruel?! - preguntó enojado el gnomo verde, apretando los
puños. -
Oh, perdón, no fue maldad,
fue mi naturaleza – respondió la
gata de angora y regresó
trepando, despacio, con elegancia,
hasta desaparecer por
la linterna de la cúpula. Las
lágrimas de Ileana inundaban
la terraza de la Ciudadela. El gnomo, no sabiendo qué hacer, la
dejó sola. El dolor ajeno es difícil de soportar. El
sol se ocultaba poco a poco.
Ileana, ahogada en llanto, se estremecía desconsolada. Un
gorrión que
hacía nido en las
plantas parasitarias de las
torres, conmovido por el llanto de Ileana, se acercó y,
haciendo pañuelo
de sus alas,
enjugó las lágrimas
que impregnaron por
completo sus plumas. Luego, comenzó a volar a su alrededor, tratando de
alegrarla. Al cabo, desalentada por
no poder alejar su angustia, se
posó ante ella. “Ileana
- pensó mirándola - llora para
descargar tu tristeza, llora que el llanto alivia el dolor del
corazón. Pero no temas,
te ayudaré. Encontraré
la manera de hacerlo. Te lo prometo”. Ileana
nada veía. Sólo lloraba. La luna se elevó iluminando el río. La noche, con su manto de estrellas, se reflejó en el agua. |
María Cristina Berçaitz
de El país de los pechanes
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