El uro |
Detrás del tiempo un animal me mira: él sabe lo que escribo porque antes de mí ya ha sido un nombre. Es el uro. Fantasea quien lo toma por el toro. A veces es un pájaro, un río, el viento y a veces es un algo que deja en las ramas grandes manchas de sangre y un paso que se aleja, macizo e invisible. No lo vulnera el hacha ni la piedra de una arcaica Europa que aún no sueña con forjar metales y la Historia. Es el uro. A veces es un hombre que huye de sí mismo. Un animal pensante que añora volver al bosque del eterno presente, a las pasiones soberbias, a la ira, la furia y la muerte violenta del dominio y el celo. Es el uro. En sus ojos rojizos hay un algo execrable. Nos aterra que vuelva y que vuelva Dionisos con su corte de faunos y el terror y la noche derrumbando ciudades, sumiéndonos en el fuego de los dioses hambrientos que reclaman la tierra, la luz, el aire. Las imaginaciones. Es el uro. En el linde de las ciudades todo esto cabe entre sus cuernos. Allí donde recuerda, una por una, las traiciones del hombre. No rumia venganzas, no planea surgir en la cómplice noche a cobrarse el desquite con sus dos puñales, si el terror del retorno no bastara para matar a un hombre. No se mata a los muertos. “Soy el uro. Zeus usó mi forma para raptar a Europa. He visto, inmutable, en el rodar de las estaciones pasar a los fenicios, los partos y los griegos. El tiempo es un solo día. Maté a un inmortal en la aurora y en Sumeria y a mediodía me describió Plinio el Viejo, entusiasmado. Cartago duró una hora; Roma, quizá dos. El niño Lutero me temía: ya era una leyenda. Creyó extinguirme un cortesano del siglo diecisiete: la tierra que lo cubre tienen a su estirpe, su esposa y su palacio. Ése es el hombre: polvo que tragan las colinas. Soy el uro, lo real. Él es imaginario”. |
Luis Benítez
De "Mitologías / La balada de la mujer perdida"
Ediciones Ultimo Reino, Buenos Aires, 1983
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