La zamba |
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Rueda en el salón la zamba. Se desliza como un fuego en los reflejos de la gran fuente de ponche, resuena en los espadines de parada de esos mis oficiales mientras te pido esta zamba, Remedios, la de los ojos de sombra, en una noche de guitarras, de carlón y de gloria después de ese amanecer en San Lorenzo cuando entreví, en una bayoneta española, el otro lado, el posible, de este homenaje que me brinda tu voluble, tu cambiante Buenos Aires, Remedios de Escalada, la de los ojos de sombra. Soy el héroe de la boca muda, el que siempre parte a caballo, el que organiza y difiere el amor, el que no escribe. Soy el que no vuelve la cabeza, el que se embarca. Piensa en todo esto antes de aceptar esta zamba. Desde Mendoza vendré una noche, una sola noche, y de esa noche saldrá una mujer que repetirá tus ojos, tu paciencia, tu nariz y tus ritos ante mi vejez extranjera, manchada de oprobio, de pobreza y de cólera. Yo soy el héroe, el héroe siempre necesario, el que justifica la vida de los burócratas, el que se prueba en los precipicios, el que toma las decisiones duras. Los hombres que vendrán conmigo, quién sabe, volverán a la ternura que sólo brinda la mujer, a su desnudo tacto único bajo las sábanas, a eso que la guerra sin duda no reemplaza, al tibio cuerpo oculto y presentido en alguna parte de la oscura casa amistosa y a los hijos. A todo lo inefable después del miedo, del degüello y de las cargas, que una mañana única difiere hasta mañana. Antes de alzarte de mi mano en la zamba piensa en la tortura seguida de los meses, examina Remedios la condena de tus ojos de sombra en los arneses de las mulas peruanas, piensa en los edictos que firmaré sin pensarte, medita las veces en que no seré, desde el jardín de tu casa, más que el horizonte, el vacío como ayer y anteayer repetido, el llamado rutinario a la cena frente a una silla como siempre sin nadie, piensa en las veces en que para tu hija no seré más que un nombre. Remedios de Escalada que pliegas sonriendo el tenso abanico, que recoges nerviosa tu amplio vestido ante el triste capitán al que efímera gloria y tu amor le dedica la cambiante Buenos Aires, el que treinta años después de esta zamba aún verá tus pupilas lejanas, perdidas, en la caravana de horror cuando te nombre. |
Luis Benítez
De "El venenero y otros poemas"
Ed. Nueva Generación, Buenos Aires, 2005.
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