La mano |
Esta mano que tiendo y que te aguarda es otro vano prodigio, otro milagro inútil de la serie infinita que nos rodea en silencio. En la mañana que ha dejado atrás las dos vigilias, la del insomnio y la del sueño, que también es posible, la contemplo a veces con ese solo asombro que reservamos para lo extraño. Ha viajado conmigo toda la noche. Quizá, no lo recuerdo, ha palpado cosas que no tienen forma. A su tacto se han abierto puertas y se han opuesto muros que tal vez no existen. Ha temblado de frío o ha sudado bajo climas que no cambian. Posiblemente ha sido cortada, como en una noche de 1676, y permanece intacta. Ha de viajar conmigo por todo el día. Es mi remedo: hará girar cerraduras, tocará lo que ha sido tocado y tocarán los otros. Todo es un infinito pasamanos. Aceptará la alevosa amistad e intentará disuadir las amenazas, que no son otra cosa que equívocos de amor entre los hombres. Y no desdeño que las horas de luz la obliguen a papeles menores: encender un cigarrillo o dejar la humillación de la limosna son parte del misterio donde actúa la mano. Como yo, mi mano es algo que está en el mundo para aceptarlo todo. Ahora, que en la tarde, cuando contemplo lo que escribe estas voces sin el honor de algunas precisiones, oscuramente comprendo jirones de su metáfora. Como un libro sagrado, celosamente guardado por el enigma de su lengua, se ha desgajado otra día por el paso de la mano. |
Luis Benítez
De "La yegua de la noche"
Ediciones Del Castillo Editores, Santiago de Chile, 2001.
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