Kustendje, a orillas del Mar Negro |
A José Kozer |
Me decías en tu carta que es bella Kustendjé, cuando los chinos y el viento llegan del Mar Negro y que no lejos de la estación de ómnibus hay una piedra donde -te dijeron- se sentaba Ovidio cuando se llamaba Tomis y era su destierro. Nadie, la divinidad, nos salve del favor de los poderosos, que de los cambios no se salva nadie. Que ayer demolieron la última estatua de Lenín y que en Tomis él lloraba la Roma nocturna, risueña, la frívola lectura de poemas de amor, la arrepentida resaca del mediodía siguiente, cuando con otros ociosos comentaba licencias, conquistas o rechazos, en los baños o en las calles de un mundo que reía para siempre. Me decías en tu carta que todavía murmuran poco inglés y que mientras hablaba solo y espantaba las gallinas con la voz de sus hexámetros, seguía siendo Ovidio aquel viejo andrajoso, el mismo que otras ropas y cabellos y perfumes presentaron a Augusto. Que ya sabías por qué las piedras y los versos cambian, cuando cambia la mirada, así como -antes de la metamorfosis- Ovidio supo por qué la poesía le interesa a nadie. |
Luis Benítez
De "La yegua de la noche"
Ediciones Del Castillo Editores, Santiago de Chile, 2001.
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