Júbilo y caída |
Armonía primera allí te vi, no era necesario mirar las partes de tu reino entero pero allí te vi y no quise detenerme en tu orilla, tu orilla que está en las simples cosas llenas de tu ondulante sombra. Qué delicadamente, luz en la luz, centro del día, te corporizas o eliges una sencilla forma cuando nos prestas tus ojos y cómo un eterno amor nos lleva de la mano a tus criaturas, allí donde eres sí, en lo animado, la infinita danza, la queja misma de cuanto existe. Alta serenidad todo es tu vaso y cada uno declara tuyo un color nuevo. Es abril de un año que para ti no cuenta y sin embargo un dulce calor te trajo aquí a mi lado. Era yo apenas una certeza esta mañana y la espuma del sueño y los lados del día se apagaban en mí. Bastó pedir, correr a tu contagio, para que un soplo sobre las cenizas que empolvaban las cosas encendiera de nuevo el mundo de carbunclos, las amatistas del aire... ¿las múltiples facetas de tus brillantes vidrieras, de dónde vienen, de qué sima profunda o de qué cima pública y expuesta, de qué otro tiempo apenas visitado, apenas entrevisto en el fuego del fuego? Peor ayuno no hay, que el que hay de ti. |
Luis Benítez
De "Behering y otros poemas"
Ed. Filofalsía, Buenos Aires, 1985.
Ed. Cuadernillos del Zopilote, México D.F., 1993
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