En el arduo aniversario de una boda |
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"Después de la primera muerte ya no hay otra” |
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Nuestra generación fue un puñado de hombres solos, una pizca de mujeres destruidas, un manojo de nadas sin zapatos, el racimo de las viñas de la ira. Yo que agonizo me permito evocarte aunque mi recuerdo te cause asco, nena, asco profundo, como causa asco la inmunda mermelada que transpiran los siempre equivocados porque aman demasiado, aunque el credo y el miserere que rezamos siempre tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros -tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí- desde entonces dicen que nunca nunca se ama demasiado: ¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver, al revés el oscuro latín de lo real? Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo, hay que terminarlo de un modo o de otro y éste es el fúnebre galán de la fiesta, vestido para la fecha que ya un cuarto de centuria arranca. Lástima, en september love, que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre. Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida y la náusea habita desde entonces cada esponsal. Creo ver a tu padre muerto con su dedo hundir la hondura a donde dio la noche, a la loca de tu madre pegándote en la cara el monograma indeleble de otra loca en su progenie. Creo ver a unos muertos celebrar la boda, mi ojo derecho -el que mira al olvido- arranca del olvido precoz la sonrisa que perfora la vergüenza. Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez, arruga del futuro, verruga de lo que fue terso, se complace en las vísperas anticipando tu rostro y el mío entre las llamas arder como dos fotografías viejas. ¿Fui el fantasma de la noche y de las noches luego felices, las noches y las tardes en que engendraste a tus hijos? ¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos, cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren, un rostro tiznado de furia asomándose desde la locomotora, el primero de los que veían desnuda a la virgen loca bailar con el idiota? Dame al menos ese miserable papel en tu vida, el del diario arrugado que se aleja por la ruta que lleva a un pueblo de cobardes la noticia titular que yo lamento. Dime, hoy muda calavera de lo que amé hasta la esquina misma del infortunio, si yo, que albergo esta pecera de imágenes donde hasta cabe Virgilio, no era entonces, en la riente oscuridad, entre los labios de la muerte que en la florida edad todas las señas tienen de la vida, sino lo ridículo y eterno donde lo llorado llora lo que no ve de sí, ese sí mismo. Mátame. Pero no de a poco, como la vida. De una palabra mátame. De una mirada sola. |
Luis Benítez
De "El venenero y otros poemas"
Ed. Nueva Generación, Buenos Aires, 2005.
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