El cotillón de las tinieblas |
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Las llaves rotas, las monedas sin valor, esos teléfonos anónimos recobrados de un bolsillo, el polvo de las paredes, de los muebles, las ventanas. El polvo que cubre toda la tierra como un segundo mar, en seco. Una mancha en la ropa que continúa en la carne, un grito y después un susurro y después el silencio que a duras penas se disfraza de resto de la tarde. Un llamado sin voz, despertarse buscando un algo indefinido que a nuestro lado se desangra y difumina y que olvidamos por grados. Lo que nos amenaza desde una mosca chillando furiosa en la cortina. Una misma situación, las idénticas palabras, que cada cuatro exactos años se repiten con la morosa precisión con la que baja, de nuevo, un ascensor. Las cosas que nos miran fijamente, desde las vidrieras cerradas, cada vez que pasamos haciendo la penosa pantomima de ignorarlas. Alguien que nos observa desde un lejano edificio, exactamente cuando vemos sin oírlo que nos está diciendo algo. El compacto horror de la tortuga que nos devuelve al jurásico. |
Luis Benítez
De "La tarde del elefante y otros poemas"
Ed. Ala de Cuervo, Caracas, Venezuela, 2006
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