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La obra de Andrés Bello |
Un gramático en la independencia americana |
ANDR
É
S
BELLO
nació en Caracas, el 29 de noviembre de 1781. Murió en
Santiago de Chile, el 10 de octubre de 1865. Vivió dos épocas distintas
de América: la etapa final del colonialismo y el comienzo de la
independencia. En 1810, la Junta de Gobierno de Caracas envió una
delegación a Londres, entre cuyos miembros se contaba Simón Bolívar.
Andrés Bello formó parte de esa delegación. El objetivo de la misión
era conseguir el apoyo de Inglaterra al movimiento
independentista.
Cuando la misión terminó
.
Bello se
quedó en Londres, encargado de la representación de Venezuela.
Creyó entonces, probablemente, que el
destino era circunstancial, que pronto volvería a Venezuela. No iba a ser
así. Permaneció en Londres hasta 1829, y cuando regresó no lo hizo a
Venezuela sino a Chile, desde donde había sido invitado y se le ofrecía
trabajo. |
|
Durante
los años en Londres representó sucesivamente a Venezuela, Colombia,
Chile. Se casó, tuvo hijos, enviudó. Volvió a casarse. Pasó años de
pobreza, trabajó como profesor, estudió; fundó y escribió periódicos
y fue, en todo momento, un representante de los intereses americanos en
Europa. En esos años completó su formación cultural y científ
i
ca,
y llegó a la madurez de sus energías y pensamiento. En todo momento se
sintió americano y, aunque por sus conocimientos y altísima preparación
tuvo sin duda oportunidades de quedarse en Europa en cualquier país que
eligiera, mantuvo siempre la intención de regresar a América. Razones
familiares también tenía para quedarse: su mujer era inglesa, todos sus
hijos habían nacido en Inglaterra.
Uno
de los motivos para intentar regresar a América, no expresado por él
pero que parece claro, era el deseo de participar en la construcción de
las nuevas repúblicas. En 1829 aceptó el trabajo que se le ofrecía y
viajó con la familia a Chile.
Tenía
47 años, la edad justa, los conocimientos apropiados, el sentimiento
americano necesario y la voluntad inquebrantable de trabajar. En Chile iba
a encontrar el terreno que necesitaba para desenvolver sus ilusiones de
constructor. No había muchas posibilidades en el nuevo país
.
Bello fue creándolas a lo largo de años. De ello se benefició Chile,
todos los americanos, y también España.
Bello
era hombre de orden, de organización, de planes, de vida civilizada y
civilizante. Hay que pensar que estamos en 1829. La independencia política
de Hispanoamérica acababa de comenzar. Un continente muy poco poblado,
con escasas vías de comunicación, que salía de la guerra y entraba en
un período donde todo estaba por hacer. Ya habían comenzado las
rivalidades y luchas entre grupos con distintas concepciones acerca del
futuro de cada país y de América. Eran tiempos de
cambios
profundos, de luchas. Lo menos apropiado para la creación, para organizar
y planear el futuro de un país, o de muchos
países.
En ese contexto, la sola labor didáctica de Bello como fundador de la
Universidad de Chile en 1841, sería suficiente para que se lo recordara.
Pero Bello hizo mucho más y, entre lo mucho
destacable
de su labor intelectual, escribió una gramática de la lengua castellana.
El
idioma y la Independencia.
En el libro
de Rafael
Lapesa
Historia de la lengua Española,
se dedica a Andrés Bello media línea,
y en ella no se menciona su labor como lingüista. Esta omisión no parece
simplemente un olvido. Rafael Lapesa no podía no recordar la obra de
Bello. No podía no recordarlo porque en la historia del idioma español,
a lo largo de los siglos, ha habido dos nombres culminantes cuyos trabajos
decidieron el desarrollo de la lengua: Antonio de
Nebrija,
autor de la primera gramática, y Andrés Bello.
Con
la independencia de las colonias se corrió el riesgo de la ruptura
definitiva con España al romperse los vínculos del idioma. Uno de los
problemas discutidos en aquella época, 1842, era el de si a la
independencia política y económica debería seguir la independencia
cultural. Vale decir:
si
los hispanoamericanos, una vez libres, debían aplicar sus esfuerzos a
desarrollar una cultura propia, diferente a la heredada de España. Esto
parece justo. Hispanoamérica no es España y debe haber un punto de vista
propio sobre la naturaleza, la historia, las tradiciones; una literatura,
un arte y una
ciencia
de América "en español". Bello lo expresó así, en palabras válidas
hasta el día de hoy:
"La filosofía de la historia de Europa será
siempre para nosotros un modelo, una guía, un método; nos allana el
camino; pero no nos dispensa de andarlo".
Pero
en aquel momento la discusión iba más lejos. A causa de las malas
comunicaciones, del analfabetismo, de la falta de escuelas, de las grandes
distancias y el aislamiento, había una tendencia a deformar las palabras
del idioma español en el habla. Esa tendencia a crear una lengua
"propia"
se
manifestaba también en la ortografía. Si nada se hubiera hecho para
cambiar ese estado de cosas, habría ocurrido con el español lo que
ocurrió con el latín en Europa: se hablarían hoy en Hispanoamérica
varios idiomas diferentes provenientes del español y un sinnúmero de
dialectos.
En
el mismo momento la situación en España era así: pese a la existencia
de la Academia de la Lengua, fundada en 1713, y a trabajos parciales de
algunos lingüistas, las distintas gramáticas hasta entonces publicadas
consistían en fracasados esfuerzos por adaptar el contenido del español
a los moldes del latín. No existía una descripción global de la lengua
ni un cuerpo normativo independiente, claro y distinto, que diera cuenta
de su sistema. Ni siquiera existía una norma ortográf
i
ca
general reconocida. O, todavía peor, existían muchas ortografías. La
propia Academia estaba atenta a los usos de los hablantes
"autorizados", los escritores, y al papeleo burocrático del
Estado. Hacia 1830 el grado de orfandad de las ex colonias en materia de
lenguaje era total: falta de recursos, de escuelas, de maestros, de
publicaciones, y nada que esperar de la antigua metrópoli.
La
guerra por la independencia había dejado en algunos jóvenes un
sentimiento antiespañol. En Santiago de Chile vivía por entonces Domingo
Faustino Sarmiento. Este era partidario de la independencia de los países
americanos en todos los niveles de la vida. Entendía que era lógico que
los americanos hablaran y escribieran de modo diferente a los españoles y
que no había que preocuparse por seguir normas y pautas de ningún tipo
que vinieran de la etapa colonial. En materia de lenguaje los países de
Hispanoamérica debían adoptar la forma de escribir más sencilla y más
útil para la enseñanza: se debía escribir como se hablaba en cada
lugar.
Estas
opiniones desde la prensa chilena estaban dirigidas, en parte, contra Andrés
Bello. Se acusaba a Bello de reaccionario. Se condenaba la enseñanza del
latín, que Bello consideraba imprescindible para ciertos estudios, y se
criticaba la importancia que Bello daba a la gramática. Sarmiento proponía
la separación total de España. Escribió:
"ni ahora ni en lo
sucesivo tendremos en materia de letras nada que ver ni con la Academia de
la Lengua ni con la nación española".
Bello entendía que los vínculos
con España no sólo debían
mantenerse,
sino que eran necesarios para la unidad de Hispanoamérica; que la
historia literaria de España era patrimonio de todos los
hispanohablantes; que los hispanoamericanos no debían renunciar a esa
herencia cultural. Por el contrario: debían enriquecer ese pasado con
obras propias.
Andrés
Bello, que conoció los defectos y virtudes de la época colonial y de la
primera etapa
independentista,
fue lúcido
como para ver la importancia de mantener una lengua común a todas las
nuevas repúblicas. Pero además, no sólo defendió la unidad
idiomática
de Hispanoamérica como publicista y educador, también escribió una gramática
para todos los hispanohablantes, incluidos los españoles. En una
despoblada y débil república del sur del continente, un criollo iba a
organizar la lengua de Castilla.
Gramática
para los americanos.
M ien tras esta discusión se desarrollaba, hacia 1842, Bello ejercía funciones de maestro, escribía poesía, asesoraba al gobierno en relaciones internacionales, difundía ideas desde la prensa, y
desplegaba
una actividad intelectual y educativa difícil de describir en pocas líneas.
Ya por entonces
había publicado dos trabajos fundamentales en la historia de la lengua:
Principios de
la
Ortología
y Métrica de la lengua castellana y Análisis ideológica de los tiempos
de la
conjugación
castellana.
En el primero estudiaba y regulaba,
por
primera vez, las normas de la
métrica
castellana. En el segundo establecía, también de modo definitivo, el
sistema de los tiempos
verbales de
l
idioma español, sistema
que hasta el día de hoy utilizamos. En el
Esbozo
de
una
Aquellos
dos trabajos fueron preparatorios de la que sería la obra fundamental de
Hay
en la historia del idioma español dos momentos culminantes. En 1492 el
sevillano Antonio de
Nebrija
(1442-1522) publicó la primera gramática de la lengua. Nebrija y Bello
actuaron en dos momentos extremos del desarrollo del idioma. Nebrija
intentó separar el español del latín, sin conseguirlo totalmente, y
reconocía como fundamento para su trabajo la necesidad de consolidar la
lengua del futuro imperio. Por su parte, Bello publicó su obra cuando las
gramáticas existentes seguían pagando servidumbre al latín y la lengua
había alcanzado una gran difusión en el mundo y corría el riesgo de
dividirse.
Cuando
la gramática de Nebrija se publicó, agosto de 1492, los católicos
acababan de derrotar a los musulmanes en el sur de España y Colón estaba
en viaje hacia el que sería el Nuevo Mundo. Importaba al gobierno de España
tener una lengua con reglas definidas, que permitiera la trasmisión de
leyes y órdenes a los pueblos que habría de conquistar. Nebrija escribió
en el prólogo a su obra que "siempre la lengua fue compañera del
imperio". Para Nebrija, encontrar los rasgos de diferenciación del
castellano y el latín era una tarea necesaria, pero a la vez entendía
urgente que el Imperio en expansión tuviera una lengua única como
elemento de dominación de los pueblos que él suponía serían en breve
conquistados.
Tres
siglos y medio más tarde, en 1847, cuando Bello publica su gramática, no
había ocurrido mucho nuevo en la tarea primordial de diferenciar y
establecer la gramática española. Todavía, pese al esfuerzo de Nebrija
y varios seguidores, las gramáticas producidas en España seguían
intentando adaptar las variaciones y accidentes del español para que
coincidieran con los del latín.
Bello
elaboró su gramática en el momento en que la lengua se había expandido
por tres continentes y cuando el imperio previsto por Nebrija ingresaba en
la decadencia definitiva. Nebrija había escrito para que los vencidos
pudieran recibir las leyes del vencedor. El objetivo de Bello era histórico,
cultural y didáctico. Llamó a su obra
Gramática de la lengua
castellana destinada al uso de los americanos.
El nombre no es casual.
Dice Bello en el prólogo de la gramática:
"No tengo la pretensión
de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos
los habitantes de Hispanoamérica".
Bello era criollo, el
recuerdo de la guerra por la independencia estaba aún latente, no quiso
llamar a su libro simplemente "Gramática castellana" y usó el
otro, más modesto. Tal vez no quería herir la susceptibilidad de los
españoles; tal vez quería dar el argumento final a la discusión que había
sostenido en la prensa: "así se habla y así debe escribirse",
parece decir. Escribe para los americanos, pero piensa en la lengua como
una unidad, un bien común de españoles y
La
Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos
es una obra monumental. Sorprende hoy, época de computadoras, que un
hombre solo haya podido reunir tanto material y logrado
organizarlo
en un sistema tan coherente, consistente, y único. Dice Bello en el
Prólogo:
"...
el mayor mal de
todos, y el que, si no se ataja va a privarnos de las inapreciables
ventajas de un lenguaje com
ú
n, es la
avenida
de neologismos de construcción que inunda y enturbia mucha parte de lo
que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a
convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros,
embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración,
reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la
corrupción del latín
".
Eso
no es purismo, negación de la historia y la cultura americana. Bello
entendía legítimo mantener las antiguas locuciones castellanas que,
desaparecidas en España, aún sobrevivían en América. Defendía, entre
cosas, el derecho de los pueblos de América hispana a influir en el
proceso del idioma común, de sus leyes y su cuidado.
Ninguna
gramática de otras lenguas europeas contemporánea a la de Bello ha
sobrevivido. La obra de Bello vale no sólo porque organizó por primera
vez el material de la lengua, no sólo porque la independizó del latín,
sino porque sentó las bases de la gramática que todavía usamos. Siendo
su gramática la más importante de todas las escritas en su época, hay
que atribuir su escasa influencia en la ciencia europea al hecho de que
los pueblos hispanohablantes nunca llegaron a ser protagonistas decisivos
de la historia moderna.
Con
la generación del 98 y el modernismo, llegará la unidad literaria
definitiva de España e Hispanoamérica. Esa es otra historia, rica, no
exenta de debates y contradicciones en el camino de la elaboración de la
lengua común.
En
la historia de las relaciones entre España e Hispanoamérica, algunos
españoles entendieron, como Miguel de
Unamuno,
que España era una parte de América. Expresaban así el hecho de
que los españoles nunca han sido extranjeros en Hispanoamérica, y a lo
largo de siglos han podido encontrar aquí su casa. No sabemos si en el
presente también la recíproca es cierta. Ramón
Menéndez
Pidal
reclamaba a Bello para España y
Bello, curiosamente, nunca estuvo en España.
Después
de más de 500 años de la llegada del idioma español a América contamos
con él para comunicarnos, festejar, discutir y lamentarnos. Detrás de
esa historia está el trabajo de muchos estudiosos de esta disciplina no
reluciente que es la gramática. Andrés Bello es uno de ellos: independizó
la gramática de la lengua de las repeticiones seculares de los gramáticos
que se limitaban a adaptar las normas del castellano a las del latín;
detuvo, con su obra de lingüista y educador, el desmembramiento del
castellano de América en múltiples lenguas y dialectos. Dilucidó el
problema de los tiempos verbales del español y el problema de la métrica
de la lengua. Según Amado Alonso la gramática de Bello se mantiene
"no
como la mejor gramática castellana a falta de otra mejor, sino como una
de las mejores gramáticas de los tiempos modernos en cualquiera
lengua".
|
100
por ciento
En algún momento Andrés Bello llegó a ser el hombre que más sabía sobre idioma español en el mundo. En Santiago sus amistades eran políticos, escritores, profesores, periodistas: intelectuales y burguesía. La mujer de Bello, inglesa, hablaba español, pero tenía problemas con los géneros. Podía decir “el fuente” o “la problema”. A Bello le molestaba. Un día le dijo:
“Señora,
usted elija, o todo masculino o todo femenino.
Así
se equivocará aproximadamente en el cincuenta por ciento de los casos, no
como ahora, que lo hace en el cien por ciento”. |
Bibliografía
Rafael
Lapesa,
Historia de la lengua española,
Edit.
Gredos,
Madrid, 1981.
Á
ngel
Rosemblat,
Las ideas ortográficas de Bello,
en
Obras Completas
vol.
V
.,
Ediciones
del Ministerio de Educación de Venezuela, Caracas, 1951.
Amado
Alonso, Introducción a los Estudios Gramaticales de Andrés Bello,
en
Obras Completas de Andrés Bello,
Tomo IV, Caracas, 1951.
Andrés
Bello,
Ortología métrica de la lengua castellana
.
Santiago, 1835.
Análisis
de los tiempos de la conjugación castellana,
Santiago, 1841. La
primera
nombrada es una de las obras fundamentales de la lengua española. En 1852 la Academia Española manifestaba que no había nada o casi nada que innovar en la obra de Bello y había decidido adoptarla en su conjunto como "oficial", y pedía autorización a
Bello
para su publicación.
Andrés
Bello,
Gramática de la lengua
castellana destinada al uso de los
Santiago, 1847. Eugenio Orrego Vicuña, Andrés Bello, Santiago, 1953. |
Carlos Liscano
El
País Cultural Nº 388
11 abril 1997
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