Una de cal, otra de arena

poema de Carlos Germán Belli

Esta existencia pasa como un gran claroscuro,

Reflejo fidelísimo de la aurora y la noche,
     ¡Ay! por añadidura siempre

Con la prisa del rayo (pues así son las cosas)
Y la puntualidad más notoria del mundo,
     Que una es de cal y otra de arena.

Y las desemejanzas aquí sin pausa alguna,

Como protuberancias de la achacosa piel
     Contrastando maquinalmente

Con aquella tersura de la azucena blanca,
Que lo percibe bien cada mortal sensible

     Al palpar el destino humano.

Es el júbilo en casa al parecer perenne

En el corazón mismo de sus dos moradores,

     Quienes creen a pie juntillas

Que equivale al fulgor del sol enrojecido,
Y justo a causa de ello el sacrosanto gozo
     Semeja ser inapagable.

Y asir enteramente el momento apacible,

Aferrarlo con fuerza e incorporarlo a uno
     Para que los secretos órganos

También en paz reposen según ocurre afuera

En celeste armonía; ¡que sea de tal modo,

     Claro que sí del cuerpo al alma!

Pero he aquí que surge de repente el quirófano
Y al tálamo remplaza mañana, tarde y noche,
     En el camino terrenal,
Cuando alguien desmembrado de tajo en tajo exactos
Con el fin exclusivo de prolongar sus días

     Desde los máximos dolores.

Lo opuesto al buen gozar pasa a ocupar el sitio,
Automáticamente de confín a confín

     Merced a un misterioso impulso,
Y cuán inexplicable ya la desdicha impera
Y la altísima cópula, Dios mío, por qué ahora
     Entre las brumas disipándose.

Es el rítmico paso de los hados acá,
Que acompasadamente desata inexorable

     Los cambios bruscos del vivir,
Cuando muda la miel en hiel de modo súbito,

O ésta en aquélla, en suma, sin pensarlo siquiera;
     ¿qué en el más allá igual acaso?

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