El ocio a toda hora

crónica de Carlos Germán Belli

Es la bendición contra la maldición. Reivindica al abominable trabajo tan ensalzado en el siglo XX, como nunca antes. Porque en sí es el trabajo más puro, que puede ser reposado o febril, aunque gratísimo en todo caso. Ni la fábrica ni la oficina, sino la erecta torre de marfil (o acaso un virtual jardín de las delicias). Porque, si bien resulta penoso el previo aprendizaje y la propia realización, el rigor del esfuerzo muda maquinalmente en gozo, por ejemplo mayor que el que depara la voraz gula. Remunerador a veces con dinero, siempre con frutos y provechos sin medida, satisfaciendo perennemente tanto a quien lo hace como a los demás.

Es el ocio creador, y no otra cosa. El tiempo específico destinado a la ejecución de obras de ingenio por descanso de tareas de índole distinta. Pero no es esto lo que pretendía Apeles, que no dejaba pasar ni un día sin una línea. No es la migajuela de tiempo que hoy concede la civilización atea, materialista y mecánica, como un gesto de generosidad, a los que no han logrado vivir de su propio arte. El pintor de la antigua Grecia quería, contra viento y marea, para sí todas las horas de la jornada. Lo devoraba la idea fija en el proscenio de la mente. En consecuencia, el espíritu cuerdo asumiendo la firmeza del monomaniático en sus temas obsesivos; y alcanzando así a ver en la forma de una nube cualquiera, un caballo, un dragón, un palacio, un cuerpo humano, en fin, un rostro.

Sin duda, el ocio creador es una de las pocas actividades que se realizan a toda hora. Bajo el Sol y bajo la Luna, cuando los otros descansan. En vela y aun en pleno sueño. “El poeta trabaja”, rezaba el cartel que Saint Pol Roux acostumbraba a poner en la puerta de su pieza cuando dormía. Pues quien pinta o escribe, investiga o inventa nunca cesa de hacerlo en ese misterioso lugar geométrico que es el sueño. Por otra parte, cuando se trabaja con los ojos abiertos, o sea, durante la vigilia, no es menester el tictac del reloj. No creo que los alquimistas hayan sido fieles esclavos del reloj de arena, que a la sazón había. Ellos quizás se inclinaban ante sus retortas y hornos de fusión, porque a través de estos medios materiales alcanzaron la piedra filosofal y el elixir de la vida. Lo que sí puedo dar fe es que pude observar a Enrique Lihn escribiendo de súbito en las mismas entrañas de Manhattan, en el tren subterráneo, nada menos que en un ruidoso vagón atestado de pasajeros que con férrea puntualidad iban o retornaban de trabajar. No se de donde vengo ni porqué estoy acá; pero se que la vida tiene un término ridículamente corto. Bien vale, entonces hacer mis tareas mientras duermo.  

 

Crónica de Carlos Germán Belli

 

Publicado, originalmente, en: Revista tsé-tsé Nº 2 año 1996

Lugar de edición: Ciudad de Buenos Aires
Fechas de publicación: 1995-2008
Números publicados: 19 (tres números dobles)

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/tse-tse-n-2/

 

Ver, además:

 

                  Carlos Germán Belli en Letras Uruguay

 

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