Romance del invencible héroe de Cimeria y la Reina de los piratas Cuento de Vicente Battista |
Soy Conan, el Cimmeriano. También pueden llamarme Conan, el Bárbaro o Conan, el Guerrero: cualquiera de esos títulos me describe con justicia. A pesar de semejante anuncio, sus amigos del ciberespacio, los que chateaban con él por Internet, preferían Conan; sin apelativos. El resto del mundo simplemente lo llamaba Jesús María: el nombre con el que sus padres, muy católicos, lo habían bautizado. Fuera de Internet, Jesús María Domínguez poco tenía de bárbaro o de guerrero; y mucho menos de cimmeriano. Había nacido en una reposada clínica de Lanús Este, no en un campo de batalla durante la guerra del reino de Cimmeria contra la horda de invasores de Vanir. Cuarenta años después de aquel nacimiento, Jesús María Domínguez había cumplido con lo que sus padres imaginaran la mañana del bautismo: tenía un buen empleo y una buena esposa. Trabajaba en una compañía de comunicaciones y se había casado con Elena Corominas, agente ejecutiva de una importante empresa inmobiliaria. Jesús María y Elena acababan de festejar sus bodas de seda. Doce años juntos habían sido suficientes para decirse todo lo que tenían que decirse. Ahora vivían un matrimonio sin reproches, se encontraban en el desayuno y en la cena; un televisor siempre encendido los aguardaba en un rincón del dormitorio. Jesús María solía quedarse dormido en mitad de la película; a veces, Elena le contaba el final durante el desayuno. Era una pareja sin sobresaltos ni secretos. Sin embargo, Jesús María guardaba un secreto. De lunes a viernes, entre las doce y veinte y la una del mediodía, colgaba su traje gris y se ponía el deslumbrante traje de Conan, el Conquistador. Durante los cuarenta minutos que sus compañeros de trabajo destinaban al almuerzo, Jesús María se ubicaba frente a la pantalla de la computadora, entraba en Internet e iba de inmediato al programa de chateo. Había elegido el nombre de Conan porque de todos los héroes de su adolescencia, el guerrero cimmeriano era quien más lo impresionaba. Apilados en un placard de su casa guardaba los libros y las revistas que lo tenían como personaje. Elena no comprendía semejante entusiasmo. Para entender a Conan es preciso haberse desvelado con La hora del dragón o con La reina de la Costa Negra o con El valle de las mujeres perdidas. Elenajamás había leído una sola hazaña del conquistador de Zamara. Soy Conan, el Cimmeriano, escribía Jesús María y de inmediato se conectaba con los devotos del guerrero que navegaban por la Red. Cada uno de ellos había adoptado el nombre de un héroe del reinado de Aquitania. Se citaban en el ciberespacio para recrear las hazañas del más grande soldado de la Edad Hiboria. Era una verdadera fiesta. Era, además, el mayor secreto de Jesús María. Alguna vez pensó confiárselo a Elena. Ella también navegaba, pero sólo ingresaba a Internet por asuntos vinculados a operaciones inmobiliarias. Para Jesús María, en cambio, visitar el ciberespacio se había convertido en una aventura diaria. Una simple aventura, sin riesgos para nadie. Hasta que Belit, la Reina de los Piratas, entró en escena. Fue un 4 de junio. Un lunes 4 de junio. Jesús María lo recordaba bien porque era el día del cumpleaños de su padre. Junto al gigante Gol-Thir y a Vilayet, el príncipe de Khorala, habían evocado el rescate de la Dama de las Neblinas de las mortíferas garras de Janagar. Iba a despedirse de sus amigos, cuando en la pantalla apareció una nueva frase; decía: Sé que lloraste mi muerte, pero ahora he vuelto y me siento más viva que nunca. Estaba firmada por Belit, la Reina de los Piratas. Hasta ese momento ninguno de los amigos del ciberespacio había elegido llamarse Belit. Quienes conocían a Conan, también conocían las desventuras que esa fascinante mujer le había provocado al guerrero. Es tarde, escribió Jesús María. Conan no quería volver a complicarse con la reina de los piratas. Te espero mañana, fue la seca respuesta de Belit. Jesús María Domínguez tuvo una mala larde y una peor noche. Como era su costumbre, cerró los ojos en mitad de la película; pero esta vez no se quedó dormido, pensó en Belit. ¿Porqué justamente Belit? Hasta que Conan se casó con Zenobia, la hija del rey de Aquilonia, ciento de mujeres habían pasado por su vida ¿Por qué no aparecía la altiva reina Alcuina o la princesa Shadizar o Achilea, la Reina de la Tribu de las Mujeres Salvajes, o cualquiera de sus muchas concubinas? ¿Por qué justo aparecía Belit? Había una sola respuesta: Belit, la Reina de los Piratas, era la única mujer que Conan, el Temerario, había querido de verdad. A las doce y veinte del otro día, Jesús María tuvo miedo de entrar en el ciberespacio. Pero el héroe de la Edad Hiboria no conoce el miedo. Soy Conan, el Cimmeriano, escribió Jesús María y sobre el ángulo derecho de la pantalla vio quiénes navegaban en ese momento: estaba Ctesphon II. El legítimo rey de Estigia, estaba el brujo Iilma, y estaba Neg, el Maléfico. No estaba Belit. El sosiego duró poco. Soy Belit, la Reina de los Piratas, y quiero hablar contigo a solas, por canal privado, leyó Jesús María. El formidable vencedor de la esfinge negra de Neblhu, el Señor de la Espada Salvaje, no podía rechazar ese convite. Hasta la una en punto, Conan, el Temerario, y Belit, la Reina de los Piratas hablaron sin descanso. Belit le recordó a Conan de qué modo lo había rescatado de las garras del rey Ajaga, el funesto Señor de las Bestias. Conan le recordó a Belit cómo había enfrentado a los hombres-cangrejos en las catacumbas de Luxor cuando le tocó liberarla del monstruo Devorador de Muertos. Conan y Belit revivieron la cruenta pelea que ambos habían sostenido contra el hechicero Toht-Amón, en el Reino de las Serpientes. También evocaron las aventuras con la Hermandad Roja y el modo en que habían derrocado al decadente emperador Yildiz. Prometieron reencontrarse. En las siguientes dos semanas se conectaron todos los días. Conan ya no le prestaba atención a Ned, el Maléfico, ni a Vilayet, el Príncipe de Khorala; tampoco contestaba las demandas del brujo Iilma. Unicamente le interesaba Belit, la Reina de los Piratas. Se reunía con ella en el canal privado y a lo largo de cuarenta minutos hablaban de sus cosas. El invencible héroe de Cimmeria caía doblegado ante cualquier modesto pedido de Belit. Por su parte, la indomable corsaria de los mares revueltos accedía al mínimo requerimiento de Conan. A comienzos de la tercera semana ya se habían vuelto a jurar amor eterno. Sin embargo, ni Belit ni Conan proponían verse más allá del ciberespacio. ¿Cómo sería de verdad la Reina de los Piratas? ¿En que rincón del mundo real se encontraría? Eran preguntas sin respuesta. Jesús María Domínguez jamás se las planteaba. Le bastaban esos simples cuarenta minutos para sentirse espléndido el resto del día. Incluso a Elena la veía diferente: la notaba afectuosa y más alegre. En algún momento pensó que su esposa no se merecía eso. Habían sido doce años de matrimonio, la mayor parte de ellos aburridos, pero todos de absoluta fidelidad. Ahora la estaba traicionando. Sentía culpa, pero más sentía la llegada del viernes. Significaba un fin de semana sin Belit. El lunes a las doce y veinte ya estaba escribiendo Soy Conan, el Cimmeriano, y un venerable cosquilleo le cubría el cuerpo cuando en la pantalla aparecía: Soy Belit, la Reina de los Piratas; te espero en el canal privado. En mitad de la cuarta semana, Belit mostró un costado desconocido: los celos. Le reprochó a Conan su relación con la princesa Shadizar, su desenfrenado romance con Jondra, la Cazadora, y todo lo que había sucedido con la bella Khauran, en la Tierra de las Reinas Tristes. Conan se limitó a decir que ella, sólo ella -Belit, la Reina de los Piratas- era su único y verdadero amor, y colocó una línea de asteriscos que, como todo el mundo sabe, en lenguaje del ciberespacio significan “muchos besos”. -¿Y Zenobia? -gritó Belit. Había colocado dos puntos y una O mayúscula que, como todo el mundo sabe, en lenguaje del ciberespacio significa “gritar”. -No es nada más que la madre de mis hijas -escribió Conan, y no puso ningún signo. -Te atrapó con su mirada -anotó Belit, y puso dos puntos, un signo más y una mayúscula que, como todo el mundo sabe, en lenguaje del ciberespacio significa “sarcasmo”. -Nunca confíes en una mujer de mirada inocente -escribió Conan, y no puso ningún signo. -No conoces mis ojos, son bellos e inocentes. Es una lástima que no los conozcas -señaló Belit, la Reina de los Piratas, y terminó la frase con dos puntos y un paréntesis que, como todo el mundo sabe, en lenguaje del ciberespacio significa “tristeza”. Fue en vano que Conan escribiera otras palabras y otros signos: no tuvo respuesta. Cuando llegó a su casa, Jesús María repitió el beso en la mejilla que todas las tardes le daba a Elena. Elena repitió la sonrisa de bienvenida que todas las tardes le brindaba a Jesús María. Nada había cambiado. Sin embargo, Conan, el Cimmeriano perdía otra vez a Belit, la Reina de los Piratas. -Esta vez la pierde para siempre -dijo Jesús María. Elena no habló. Jesús María repitió la ducha de todas las tardes. Luego sería el turno de las noticias por TV, después la comida y finalmente la película. Nada había cambiado. Sin embargo, Conan, el Cimmeriano perdía otra vez a Belit, la Reina de los Piratas. -Esta vez la pierde para siempre -dijo Jesús María. Elena no habló. Jesús María y Elena se sentaron a la mesa. Carne con ensalada; de postre: fruta. Nada había cambiado. Sin embargo, Conan, el Cimmeriano, perdía otra vez a Belit, la Reina de los Piratas. -Esta vez la pierde para siempre -dijo Jesús María. Elena, por fin, habló. -No la pierde -dijo-. Basta con que la mire y descubra que sus ojos son bellos e inocentes. Jesús María miró a Elena. Vio que los ojos de Elena eran de verdad bellos e inocentes y vio que Elena dibujaba en el aire dos puntos, un signo menos y dos paréntesis que, como todo el mundo sabe, en el lenguaje del ciberespacio significa “alegría”. |
Cuento de Vicente Battista
Publicado, originalmente, en:
Inti: Revista de literatura
hispánica No. 52-53 Otoño 2000 - Primavera 2001
Providence College’s Digital Commons email: DigitalCommons@Providence
Link del texto: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss52/48
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Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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