El temible Señor de la Noche

por Vicente Battista

Portada original del primer libro de Fantômas (1911)

A comienzos del 1900 Marcel Allain y Pierre Souvestre eran dos prolíferos escritores que escribían folletines para la revista L’Auto. Por lo general se trataba de aventuras con monstruos y criaturas de otros planetas que entusiasmaban a un buen número de lectores. Alentado por ese entusiasmo, el editor de L’Auto les propuso que escribieran a dúo una serie de cinco novelas, con un personaje común. Así nació Fantômas. En 1911 dieron a conocer la primera aventura de este temible Señor de la Noche, tal vez el mayor criminal de todos los que ha concebido la literatura.

 

Los franceses tienen especial propensión por los héroes transgresores, suelen admirar a personajes situados en la vereda de enfrente de la ley. Podríamos mencionar a Rocambole, de Ponson du Terrail, o a Arsenio Lupin, de Maurice Leblanc, o a Chéri-Bibi, de Gastón Leroux. Sin embargo, por encima déla criminalidad de cada uno, se advierten en Rocambole, en Arsenio Lupin y en Chéri-Bibi algún gesto humanamente benévolo. Esto no sucede con Fantômas. Se trata de un asesino que jamás vacila a la hora de conseguir sus propósitos. Puede matar a una viejita indefensa, hacer explotar el barco Lancaster, con ciento cincuenta personas a bordo, o infectar con peste transmitida por ratas a los quinientos pasajeros del trasatlántico Bristish Queen. Para Fantomas todo está permitido: desconoce la culpa. Aunque en algún momento tiene un dejo de conciencia: Fuve contra Fantômas le confiesa a Lady Beltham, su incondicional pareja: “Ansio tener una vida tranquila y apacible, de descanso, de honradez; sí, quiero terminar con estos misterios y estos crímenes”.

 

Fantômas encierra una pregunta que aún carece de una respuesta lógica o racional: ¿Por qué razón no bien protagonizó su primera novela ganó la simpatía del público? Un criminal sin conciencia de pronto sedujo a sus lectores, sin distinción de clase social, credo o raza. A todos les interesaba Fantômas, aunque no precisamente porque alguna vez confesara su anhelo de llevar “una vida tranquila y apacible”. Souvestre y Allain omitieron describir a esa criatura infernal que habían inventado. Esa tarea quedó a cargo del ilustrador italiano Gino Starace, fue él quien plasmó el dibujo definitivo: un hombre vestido de frac y sombrero de copa, la cara cubierta con un antifaz, sosteniendo un puñal ensangrentado en su mano derecha, como muestra indudable de que viene de matar. La figura de ese hombre se extendió por los tejados de un París nocturno, todo indicaba que se había detenido por un instante, pero que luego seguirá matando. Y así fue. Treinta y dos novelas lo tienen como personaje. Las primeras veintiuna las escribieron en conjunto Souvestre y Allain; las once restantes, sólo Allain: Souvestre murió prematuramente en 1914. No lo mató Fantômas sino una gripe mal cuidada.

 

Por entonces, Fantômas se había convertido en una criatura de culto. Guillaume Apollinaire fundó la Sociedad Amigos de Fantômas y escribió en el respetable Mercure de France que era “una extraordinaria novela, llena de vida e imaginación (...) una de las obras más subyugantes que existen”. También Paul Aragón, Jean Cocteau, Blaise Cendrars, Raymond Queneau y Pablo Neruda confesaron su fervor por el héroe diabólico. Robert Desnos le dedicó un poema que en 1933 Antonin Artaud llevó a la radio, con música de Kurt Weil. La imagen de Fantômas se proyecta hasta nuestros días: Julio Cortázar puso del revés al personaje en su obra Fantômas contra los vampiros multinacionales.

 

La admiración por esta criatura satánica también fue compartida por los grandes pintores déla época. En 1915 Juan Gris pintó Fantômas, pipa y diario y René Magritte lo reprodujo en diversos cuadros: El asesino amenazado, El bárbaro y otros. El cine, recién nacido, tampoco escapó al fenómeno. En 1913 Louis Feuillade, junto a Lumiére y a Méliés, un grande de la cinematografía francesa, filmó un serial de cinco capítulos con Fantômas como personaje. A partir de ahí, con mayor o menor fortuna, el héroe protagonizaría numerosas películas.

 

Marcel Allain y Pierre Souvestre escribían a razón de una novela por semana. Uno se ocupaba de los capítulos pares; el otro, de los impares. Según confesara Allain, los unía “una misma manera de escribir mal”. Es cierto. No se puede decir que las novelas de Fantômas estén bien escritas: abundan en lugares comunes, en frases hechas, en situaciones triviales. ¿Por qué entonces lograron tanto éxito? Esta misma pregunta se la hace Umberto Eco cuando en La estrategia de la ilusión analiza el culto hacia Casablanca, una película también plagada de lugares comunes y de situaciones triviales. Eco atribuye esa devoción a la suma de arquetipos. “Dos clichés producen risa -dice-. Cien, conmueven”. Algo parecido sucede con Fantômas. Además, el personaje posee el vértigo dé lo maligno, seduce por eso.

 

Todo delincuente que se precie, cuenta con un perseguidor incansable. En este caso, con dos: el inspector Juve, de la Sureté, y el joven periodista Jéréme Fandor. Ambos, igual que Fantômas, recurren repetidas veces al disfraz. Claro que mientras sabemos quiénes se esconden bajo las máscaras de Juvey de Fandor, no sabemos a quién escóndela máscara de Fantômas. El miedo carece de rostro.

 

por Vicente Battista

 

Publicado, originalmente, en Suplemento Literario Telam - Reporte Nacional Año II Numero 97 / Jueves 10 de octubre de 2013
El primer lanzamiento de SLT, el Suplemento Literario Télam fue el 21 de noviembre de 2011 en versión digital, y desde el 8 de diciembre, en papel, cada jueves, junto al Reporte Nacional, el periódico de la Agencia de Noticias, por decisión del por entonces presidente de Télam, Carlos Martín García.

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Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

 

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