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José Antonio Portuondo: Breves apuntes sobre su filosofía electiva |
José
Antonio Portuondo es heredero de la mejor tradición filosófica cubana
electiva, que tiene su más prominente representante en José Agustín
Caballero y Rodríguez de la Barrera (1762-1835), padre de la filosofía
clásica cubana, figura que reúne el excepcional mérito de habernos
mostrado el método electivo en filosofía y por tanto el primero “que
nos enseñó a pensar”. No
es posible sustraerse a una verdad histórica sobre la cual, todos los que
ejercitan de alguna manera la labor académica debieran ponerse
a pensar en serio. Me refiero a un hecho
que la tradición histórica ha
distorsionado lamentablemente, al afirmar que fue Varela, el primero que
nos enseñó a pensar, opinión no ajustada a la verdad. Lo cierto es que
la confusión parte de una memorable frase
de Luz y Caballero, donde éste plantea que Félix Varela fue “el
primero que nos enseñó a pensar”, cuando en verdad Luz expresó que
fue Varela “el que nos enseño primero en
pensar”. La Dra.C. Rita
M. Buch, argumenta que tal confusión reside en que la tradición ha
reconocido a Varela cronológicamente como el primero que enseñó a
pensar a los cubanos, obviando o subvalorando el papel desempeñado por
José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera, quien fuera el
maestro de filosofía de Varela y de Luz, así como de como de otros
destacados exponentes de la filosofía decimonona. Partir
de esta justa aclaración, despeja el camino que nos conduce a una figura
indispensable que bebe en la filosofía del Presbítero José Agustín
Caballero y que como intelectual logró aportar un manantial inagotable de
realización teórica, que lo ubica dentro de esos hombres que de manera
ascendente, fue conformando una labor comprometida no sólo con la
necesidad de transformar la etapa histórica en que le tocó vivir, sino
que cuanto hizo estuvo acompañado de un pensamiento martiano, marxista y
con elevado espíritu electivista. En
este trabajo aparecerá una síntesis de los antecedentes históricos que
envuelven la vida y obra de Portuondo, así como algunos apuntes sobre la
influencia de Martí en su obra. Además, se realizará un breve
acercamiento a su papel como educador, y por último, se mostrará el
poeta que siempre llevó dentro; aunque no fuera su ángulo intelectual más
conocido. De
este modo, se podrá apreciar la trayectoria de un pensador que por una
parte, está de acuerdo con Francis
Bacón sobre la necesidad de la experimentación para el avance de las
ciencias y el dominio del hombre sobre la naturaleza, y por la otra, parte
de la duda y el método cartesianos,
como armas indispensables contra la escolástica.[1] Portuondo
nace en Santiago de Cuba en el mes de noviembre de 1911, etapa histórica
de la nación aun influenciada por los ardores de acontecimientos
decisorios de finales del siglo XIX, que marcaron en todos los órdenes la
vida política, económica, social y cultural de la nación,
dejando especialmente frescas las huellas de sucesos como la derrota de la
Metrópolis Española ante el Ejército Mambí[2],
pero también la voladura del Acorazadazo Maine, que sirvió de pretexto
definitivamente para la intromisión en los asuntos de los cubanos, por
parte del naciente imperialismo yankee. A ello se suman, las reiteradas
intervenciones bajo la sombrilla de la enmienda Platt, el nacimiento de la
república mediatizada y los sucesivos gobiernos corruptos y entreguitas. Para
comprender en toda su dimensión la obra de José Antonio Portuondo Valdor,
es menester indagar en la praxis histórica de nuestro proceso de
construcción cultural, es decir, en las fuentes primigenias de un pensamiento que fue integrándose
con el tiempo y que tiene su génesis desde el momento mismo en que Cuba
dejó de ser una apacible Isla del mar Caribe, para convertirse en un
importante enclave económico y militar de la metrópolis española, en el
hemisferio occidental. Ya
en el siglo XVI, Cuba muestra los rudimentos de una cultura, que
es expresión de un incipiente y dinámico intercambio comercial y
literario, resultado de la interacción con el
nuevo mundo, que paulatinamente
recibe y aporta a esa cultura primigenia que viene de la “Civilizada
Europa”. De esta época nos dice Portuondo, son conocidas, “….las
coplas picarescas de las negras –mondongueras- de La Habana, en las
cuales se critican a frailes y a gobernadores y se pone en tela de juicio
la sociedad circundante…”[3] Estas
primeras formas de hacer cultura, fueron tejiendo
la identidad nacional, que ha
ido desde lo colectivo o más general, hasta aquellos elementos igualmente
identitarios que tienen en el ser humano una expresión, más acabada. Para
la conformación de la nacionalidad cubana, es vital el reconocimiento de
lo que se conoce como la
génesis literaria autóctona, que se remonta al poema en
octavas, Espejo de Paciencia
(1608), del canario Silvestre de Balboa o de la aparición del primer periódico
literario de Cuba, en 1790, auspiciado por la naciente aristocracia rica
criolla del país, cuyos intereses económicos y políticos eran
reflejados en sus páginas. En
un ensayo incluido en Bosquejo Histórico de las Letras Cubanas (1960), José Antonio
Portuondo, nos comenta cómo en las páginas de este periódico literario,
la “Tierra” es el
tema generacional de estos hacendados criollos, que se esfuerzan por
convertir el país, en una rica plantación de caña de azúcar
y tabaco. En este mismo ensayo queda suficientemente explícito el
rol de esa rica aristocracia criolla que empieza
a formarse y va incorporando los problemas de la tierra a la prosa sobria
y elegante de hombres como don Francisco de Arango y Parreño (1765-1837).
Igualmente
Portuondo nos revela el nacimiento de un pensamiento que se va
estructurando con
relación a temas como las doctrinas agrarias del propio Arango y Parreño,
así como la solicitud de maestros químicos por parte de Padre José
Agustín Caballero, para la producción de azúcar o los poemas del Dr.
Tomas Romay o en los versos de Manuel de Zequeira
y Arango (1760-1846), que exalta las glorias de su suelo natal
encarnadas en la piña. ¡Salve,
suelo feliz, donde prodiga Madre
naturaleza en abundancia La
odorífera planta fumigable! ¡Salve
feliz Habana! Fueron
aquellos primeros momentos de una nación que, aunque dependiente de su
metrópolis, daba los decisivos pasos para la creación de un modelo
literario propio, que expresara aquellos temas más álgidos para una
clase social que se proponía fabricarse su propia identidad. Este
proceso fue complejizándose con el tiempo y aportando ricas experiencias
que indiscutiblemente forman parte de las mejores tradiciones que en todos
los órdenes de la vida, se fueron configurando y creando lo que se conoce
como nacionalidad, cuyos rasgos identitarios también se complementaron
con influencias de otros momentos imprescindibles de la nación. Ya
en los años finales del siglo XIX y los primeros veinte años de
existencia de la república, permitieron un auge de la industria azucarera
con la explotación de miles de hectáreas para estos fines, y la
construcción de grandes industrias procesadoras de la caña de azúcar,
que en su mayoría eran propiedad de grandes compañías norteamericanas. Los
años iniciales del siglo XX, estuvieron marcados por corrientes devenidas
del siglo precedente, que estuvieron influyendo en el pensamiento de la
joven intelectualidad de la época y en la conformación de aquellos
elementos de identidad que se fueron tejiendo de forma activa, desde todas
las esferas de la vida y de la cultura de la nación.
El
pensamiento de Portuondo también está influenciado por estos
antecedentes; herencias de cubanos como José Agustín Caballero
(considerado el primer filósofo cubano)[4],
Félix Varela, José de la Luz y Caballero y José Martí. Ellos fueron
los exégetas más notorios y que más profundo calaron en su obra,
junto a intelectuales como Medardo Vitier, Juan Marinello, Jorge Mañach,
Fernando Ortiz y otros, que crearon una nueva dimensión dentro del amplio
panorama de la cultura y sus determinaciones, tales como la filosofía, la
ética, la estética, la moral, la literatura y la sociología. Ellos
fueron los que más influyeron en el desarrollo de su
pensamiento, que fue madurando en la medida en que fue formando
parte activa de todo el entramado intelectual y político de la época. Al
hacer referencia a intelectuales que llegan al panorama cultural de
inicios de siglo, no
se albergan dudas de que estamos ante una generación de pensadores que
igualmente heredan esa tradición filosófica electiva que les llega a
través de los clásicos, especialmente de Martí, de Varela, de Luz y al
decir del propio Varela, del “incomparable Caballero”. La
vida política de Cuba en la primera mitad del siglo XX se caracterizó por la
corrupción administrativa, la presencia de un pensamiento institucional
de máxima subordinación a los designios del imperialismo yankee y a los
intereses de una oligarquía criolla rica, que unido a la pobreza, la
falta de oportunidades y la puja por ganar espacios alternativos en el
panorama político, por parte
de organizaciones de las más disímiles tendencias; reflejaban un país
contradictorio, complejo, pero a su vez ávido de nuevas ideas, que dieran
paso a un pensamiento más
común dentro de la diversidad que caracterizaba la producción cultural e
intelectual de la Isla. Fueron
años realmente difíciles; por un lado, el naciente imperialismo yankee
sembraba la mejor semilla para recoger con el tiempo el fruto de sucesivos
gobiernos, que entregaron la mayor parte de la Isla a los monopolios de
esa potencia, y por otro lado, se fueron reproduciendo sistemas de
relaciones capitalistas, desde el inicio, en detrimento del desarrollo del
país. Fue
Martí, el cubano más sobresaliente y que más influyó en el pensamiento
nacional, principalmente en la primera mitad del siglo XX. Ningún
intelectual de esta etapa histórica concreta, escapó a la influencia del
maestro; su vasta obra caló muy profundo en escritores
como Medardo Vitier, Gerardo Campoamor, Mañach, Marinello y otros
que desencadenaron un rico quehacer intelectual alrededor de los años
veinte. Es la etapa donde se
publican en quince tomos compilados
por Gonzalo de Quesada y Aróstegui,
la obra Martiana, así como el ensayo seminal de Julio Antonio Mella
“Glosas al pensamiento de José Martí”, 1926. Este último marca sin
dudas un momento vital para el estudio desde una perspectiva científica
de la obra de Martí. Portuondo
supo desde muy joven darse cuenta de la grandeza del maestro y escribió
según palabras de Roberto Fernández Retamar, “…el
primer estudio serio sobre Aspectos de la Crítica literaria en Martí
(1942)”, y más tarde “la que hasta ahora sigue siendo la mejor contribución
sobre el tema: José Martí, crítico
literario (1953)…”[5] Algunos
investigadores ubican a José Antonio Portuondo como uno de esos hombres
cuyos trabajos sobre el pensamiento de José Martí, ha alcanzado una
proyección que rebasa los marcos nacionales y tal consideración alcanza
una real dimensión cuando estudia igualmente “La voluntad de estilo de
José Martí” o cuando analiza los “Dos Príncipes” y como dijera
Roberto Fernández Retamar, “…subraya el carácter de escritor
revolucionario de Martí, su tarea periodística, sus ideas sociales y su
teoría del Partido
Revolucionario…”[6]. Portuondo
reunió en un volumen con el título Martí,
escritor revolucionario sus mejores trabajos sobre el maestro, que
resultó de gran utilidad para estudiantes y estudiosos de la vida del apóstol. De
todo lo anterior puede deducirse que estamos ante un
hombre que supo interpretar a Martí desde una óptica marxista, lo
que le permitió extraer del maestro la pureza de su obra y de su
pensamiento, comparándolo con grandes patriotas como Hidalgo, Juárez,
Darío, Lenin o Botev, desde una perspectiva eminentemente humana y
electivista, es decir, en sus puntos de contacto y también en sus
diferencias. Fue ese sentido crítico maduro y de sospecha lo que favoreció
que Portuondo esté considerado como uno de los más profundos estudiosos
del pensamiento de Martí y de su época. Es por eso que continúa siendo
hoy un válido referente. José
Martí ha sido inspiración para generaciones de cubanos, políticos, filósofos,
poetas, estetas, historiadores, artistas, críticos, es decir, resume
todas las determinaciones de la cultura,
de ahí que “…con
el apóstol, culmina el siglo más importante de nuestra
cultura y de nuestra filosofía, en el que Martí representa alfa y
omega, por cuanto su cosmovisión del mundo expresa la cúspide que cierra
de manera brillante el desarrollo alcanzado por el pensamiento cubano del
siglo XIX, al tiempo que deja abiertos nuevos cauces por donde fluyan los
manantiales que conduzcan al enriquecimiento de nuestro legado intelectual
y práctico más precioso[7].
Portuondo bebió de ese legado y fue fiel continuador de su obra,
hasta el último aliento de su vida. Todo
buen hombre, siempre es portador de virtudes
por antonomasia y en esas virtudes siempre está presente una que las
resume. Nos referimos a la de educar, y José Antonio Portuondo fue un
educador; de ello dan cuenta no solo su labor en los diferentes colegios
donde impartió literatura desde muy joven: la forma, el método que
utilizaba para explicar cualquier asunto por sencillo o complejo que
pareciera o sus interminables intercambios epistolares con sus coetáneos
sobre los más diversos temas dentro del acontecer de la cultura nacional
o extranjera. Tal
vez, su labor dentro del magisterio cubano y extranjero, resultó un
importante estímulo para el resto de su obra como fecundo creador.
Portuondo trabajó en sus años juveniles en la impartición de cursos de
Introducción de la Historia de Cuba, incluso fue radiado por la emisora
CMCY y patrocinado por la hermandad de Jóvenes Cubanos y la alcaldía de
La Habana, es decir, el magisterio no resultó para él, una mera profesión,
formó parte de su vida y de su obra. En
1941, trabajó como profesor de español en el colegio metodista Candler
Collage y en otros como las
academias de Sepúlveda, La Luz, Ariel y la Escuela Libre de la Habana. Entre
1944 y 1946 viaja a México con motivo de una beca otorgada por el Colegio
de México, para estudiar Teoría Literaria con uno de los intelectuales más
prominentes de ese país: Don Alfonso
Reyes. En ese propio centro imparte clases. En
esta etapa (1946-1947), ya doctorado en Filosofía y Letras, con una vasta
experiencia en la investigación
y en la docencia, imparte un curso de verano en la Universidad de Nuevo México,
aunque permanece por un tiempo mayor. Realmente a partir de este momento
su actividad magisterial en universidades de los Estados Unidos y otras de
Sur América, se articulan con todo su quehacer como intelectual polifacético,
sus colaboraciones con publicaciones tanto cubanas como extranjeras y la
investigación que incluso lo lleva a las bibliotecas de mayor prestigio
en los propios Estados Unidos A
partir de 1959 regresa a la patria y se incorpora como profesor en su cátedra
de la Universidad de Oriente, alto centro de estudios donde también fue
su rector entre 1962 y 1965. Portuondo
estudió toda la herencia pedagógica cubana, que
le llega directamente
por José Agustín Caballero, Félix Varela, Luz y Caballero,
Mendive, Varona y desde luego a Marti; además tuvo acceso a las mejores
experiencias de
destacados pedagogos foráneos; sus cualidades como maestro hay que
buscarlas en el pensamiento y en la obra de estos destacados hombres de
ciencias. Portuondo,
defendió la idea expresada por Luz y Caballero cuando decía “Ganemos
al magisterio y Cuba será nuestra”[8].
Es evidente la importancia que José de la Luz y Caballero y el
propio Portuondo atribuyen, a la necesidad de que los maestros eleven su conciencia, en
tanto es su principal labor además de enseñar.
Ambas acciones son eminentemente incluyentes por antonomasia: la de
crear conciencia en sus educandos y la de enseñar. Ambas posturas
atribuyen a la labor del maestro, la exclusiva y hermosa misión de
fomentar una conciencia nacional
de clase altamente comprometida con la patria. Portuondo
compartía aquel elenco de Luz y Caballero que dice “…Nos proponemos
fundar una escuela filosófica en nuestro país, un plantel de ideas y
sentimientos, y de métodos. Escuela de virtudes, de pensamiento y de
acciones; no de expectantes ni de eruditos, sino de activos y
pensadores…”[9]Es evidente que Luz y Caballero, está dando continuidad
a la obra de José Agustín Caballero, en tanto busca que el estudiante
piense, que investigue, que experimente, con el fin deliberado de ayudar
de alguna manera al desarrollo de la ciencia, estos postulados tienen un
origen en la filosofía electiva del maestro Agustín Caballero y
Portuondo no solo los comparte, sino que los desarrolló durante toda su
obra como educador. Ángel
Augier, expresó de Portuondo
que“…fue maestro ejemplar no solo por su responsabilidad de servicio
social y por la sabiduría y la elocuencia, sobre todo por su autoridad
moral, por su recta conducta pública y privada, por su ética característica,
en fin, que no hacía excluyente, sino, por el contrario, indispensable,
el buen humor criollo, elegante y oportuno, unido al chispazo irónico
demoledor ante la mediocridad, el oportunismo y frente a cuanto tratara de
afectar los intereses de la nación y de su proceso revolucionario”[10]
Si
se pretende valorar la real dimensión
de este hombre también del magisterio, habría que decir que para él, un
maestro no solo debía promover las mejores maneras de enseñar, sino que
debía lograr que sus estudiantes fueran capaces de vincular lo aprendido
con la vida práctica, con lo cotidiano, de forma armónica y dialéctica
con un mundo cambiante, y los
estudiantes deben aprender a percibir esos cambios e incluso participar de
ellos. Portuondo
participó de los esfuerzos del país por formar al hombre nuevo, al
hombre de elevada conciencia, para enfrentar los retos que exige la
construcción de una nueva sociedad.
En este sentido expresa con meridiana claridad que “…quienes
tienen a su cargo en mayor grado esta labor de hacer participar a las
masas, de crear conciencia, de forjar una nueva conciencia, son
precisamente los maestros…” -y concluía Portuondo que toda esa labor
los maestros debían hacerlo- “…auténticamente, con amor…”[11] En
otro sentido nos recuerda que, “...El
profesor si no quiere envejecer intelectualmente, no tiene mas
remedio que encontrar respuestas nuevas a los nuevos problemas”[12].
Portuondo se detiene en el papel del maestro como incansable luchador por
su auto superación, por que la búsqueda permanente del conocimiento
constituya un sentido de la vida, complementada con la necesidad de
construir junto a sus estudiantes el conocimiento, donde ambos puedan
estar en capacidad de aprender mutuamente. Esta
es sin dudas, una visión del maestro diferente, que rompe viejas ataduras
dentro del proceso de aprendizaje maestro-alumno. Significa que
no debe llamarse maestro el que no esté en condiciones de aprender de sus
estudiantes, que no tenga voluntad para la permanente búsqueda del
conocimiento y de la investigación. Es
indiscutible que en la obra de Portuondo está presente la filosofía
electiva de José Agustín Caballero, quien es reconocido como “…el
iniciador de la reforma filosófica en Cuba. Su labor está
indisolublemente ligada a su carácter de fundador de la corriente
electiva en el pensamiento filosófico cubano, con evidente intención
reformadora y a través de su labor filosófica-pedagógica, incorporaba a
fines del siglo XVIII nuestra filosofía, al
pensamiento moderno, a la vez que inauguraba como pionero sin
precedentes, la posibilidad de -elección filosófica-, renunciando
definitivamente a aceptar el método escolástico como el –único- y el
–adecuado- para comprender la realidad; otorgando a la educación un rol
de primer orden para la ilustración de las mentes y la transformación de
la realidad; denunciando abiertamente la caducidad del sistema de la enseñanza
de la época y el estorbo que ello constituía para el desarrollo de las
artes y las ciencias”.[13] Se
comprende que la tradición electiva a la que hacemos referencia se
imbrica en el modo de recepción con que, desde las necesidades y
urgencias de transformación de una realidad marcada por el colonialismo y
el neocolonialismo, estos pensadores asumen críticamente las corrientes
filosóficas y culturales en general. Ya Martí había llamado a
injertar el mundo en nuestras repúblicas, pero advirtiendo que el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. El electivismo de lo
mejor de la tradición filosófico-cultural cubana, que desemboca en un
pensador como Portuondo, no es obviamente el eclecticismo reaccionario,
sino aquella postura que es capaz de discernir (asumir críticamente lo
positivo y desechar lo negativo o lo inoperante para nuestra realidad) lo
mejor de ese pensamiento universal, contextualizándolo a la luz de las
exigencias de la práctica transformadora. Es así como Portuondo
reconstruye en su obra, como un todo coherente, los fundamentos del
marxismo clásico, de la tradición democrática y revolucionaria de la
nación cubana y latinoamericana y de los aportes de la teoría estética,
cultural y artístico-literaria occidental. José
Antonio Portuondo ejerció la docencia en varias universidades de México,
los EAU y Sudamérica, lo que demuestra su exquisita preparación como
docente y su elevada instrucción y cultura general; pues impartió Teoría
Literaria y otras asignaturas, en centros universitarios de gran prestigio
internacional. Entre
los años 1982 y 1996, ejerció la docencia impartiendo la asignatura de
Estética. Durante todo el proceso revolucionario, los artículos y
ensayos donde abordó la estética marxista, siempre lo hizo desde una
posición de sospecha, bien enfocada, ejerciendo una crítica inteligente,
que influyó de alguna manera
en estudiosos de las ciencias
sociales, favoreciendo la ruptura de los esquemas dogmáticos heredados
del llamado socialismo real. Posteriormente
cumplió múltiples e importantes tareas dentro de la revolución, hasta
que fundó y dirigió el Instituto de Literatura y Lingüística de la
Academia de Ciencias de Cuba, y nunca dejó de impartir docencia en la
Universidad de la Habana, donde la estética Marxista resultó ser su
inseparable compañera y donde al decir de Pedro Pablo Rodríguez,
“…pudo quedar como un riguroso teórico marxista, en particular dentro
de la estética, como lo demuestra en su prólogo a la edición cubana de
la Estética de Galvano Della Volpe…”[14] En
Portuondo coexisten múltiples maneras de expresar su fértil pensamiento.
Una de ellas fue la poesía, que aun cuando no resultó su faceta más
acabada, en “Cuestiones Privadas”[15]
se observa un rico intercambio epistolar con relación a la misma, aún
siendo muy joven, sobre todo aquella poesía comprometida con la nacionalidad y con
las tradiciones. Portuondo
escribió poemas como, “Meditación al Carabalí Desconocido”(1932),
“Bachá”(1932), “Elegía a Tomas Cumba”(1933) y el poema “A la
mujer nueva”(1933). Algunos
de ellos Emilio Ballagas los incluyó en su
“Antología de la poesía negra
hispanoamericana”, aparecida en Madrid en 1935. Además se
observa un reconocimiento de importantes intelectuales de la época, como
Othón y Alejandro García Caturla. Estas piezas literarias, publicadas en
revistas como ATALAYA y Diario
de Cuba, les merecen elogios
de figuras de la talla de Jorge González
Allué, que llegó incluso a poner música a su poema “Bachá”. En
este sentido Portuondo revela una forma de decir particularmente
comprometida con la identidad cubana, asunto que expresa una clara coherencia
entre su poesía negrista y el resto de su vasta obra, donde los problemas
de la raza, la pobreza, la exclusión social y otras
desdichas del ser humano, ocupan un palco de preferencia en sus
ensayos compilados en sus numerosas obras. Efectivamente
no fue un poeta, pero su producción tiene un estilo refinado y lo
caracteriza una depurada y fina manera de crear sus versos.
El poema “Rumba de la Negra Pancha”(1932), es un ejemplo de la
calidad de su poesía.
Negra Pancha,
Qué pimienta..!
Negra Pancha,
Qué lujuria…!
De
mañana en la batea
Y de noche en la cumbancha. Esta
faceta en Portuondo visible sobretodo en los años treinta, no es la que
lo identifica o la que le da
su mayor gozo espiritual como creador y hombre de letras, de ahí, que la
visión de un hombre honesto con el mundo debió serlo también con él
mismo y prefirió seguir los consejos de un maestro suyo: Pedro Enríquez
Ureña, quien sin compromiso alguno excepto con el alma misma de la poesía
afirmó: “todo el mundo debe hacer versos hasta los veinticinco años:
después solo los poetas[16]”. Ureña
desde luego se refiere a los versos y no a la poesía, esta última
siempre ha estado presente de alguna manera en la extraordinaria obra de
Portuondo. José
Antonio Portuondo forma parte de esos intelectuales cubanos que
de modo creador interpretó lo mejor de la tradición del
pensamiento nacional, latinoamericano
y universal de los siglos XIX y principios del XX. Desde muy joven ya
exhibía una forma de decir y de hacer, síntesis de
todo cuanto de la realidad le rodeaba. Se
caracterizó por el
dominio de las más auténticas raíces culturales de la nación. Su
discurso está provisto de un
singular numen filosófico
de elevada riqueza y su crítica muestra dominio del oficio,
erudición y sólidos argumentos. No hay dudas que estamos ante un filósofo
electivo, que ha heredado lo mejor del pensamiento clásico cubano. El
elan cultural - humanista de José Antonio Portuondo, deviene de una
fuerte ascensión martiana que ejerce una excepcional influencia en su
obra y en su pensamiento, reflejado con gran vigor en toda su producción intelectual, donde
alcanzan una acabada expresión determinaciones culturales, que se modelan
y concretan en la literatura, la ética, la política y la filosofía. En
los años 30 del siglo pasado, José Antonio Portuondo solo contaba con
algo más de 20 años y ya se aprecia que es una figura de alto vuelo
intelectual. Sus aprehensiones culturales, aquellas que esencialmente están
relacionadas con sus profundas críticas literarias, ejercen una
influencia que le hacen merecedor del respeto y la consideración de
intelectuales comprometidos con los problemas más generales de la
sociedad y más específicamente, de
la cultura del momento y así encontramos a: Nicolás Guillén, Alejandro
García Caturla, Emilio Roig
de Leuchsenring, Mirta Aguirre y Félix Pita Rodríguez, por
solo citar algunos ejemplos. La
vida y la obra de este hombre de la cultura, mantuvo un vital, sistemático
y consecuente influjo de todo lo que le rodeó, tanto dentro como fuera
del país. Una mirada a su monumental quehacer, hace pensar que estamos
ante un filósofo electivo por esencia, en tanto su filosofía es propia
de aquel que puede pensar y elegir libremente, lo más auténtico del
pensamiento nacional y universal, incorporándolo a su labor intelectual y
muy especialmente a su labor educativa.
Bibliografía: 1.
Matos Acosta, Eliades. Cien
respuestas para un siglo de dudas, La Habana 1999. En la pregunta No.
8, queda claro la intención de los E.U.A por demostrar que los cubanos
debían agradecer la intervención Yankee. Eliades Acosta Matos y otros
importantes investigadores, sostienen que España no estaba en condiciones
de ganar esta guerra. 2.
Valdor Portuondo, José Antonio. Bosquejo
histórico de la letras cubanas. Edit. MINREX La Habana, 1960 Pág.
11. En este libro, Portuondo aborda en nueve ensayos, los más variados
asuntos de la cultura nacional. “La Factoría”. Es un interesante
ensayo sobre las circunstancias históricas que en Cuba sirvieron de génesis
para una producción literaria propia, pero incluye además indispensables
análisis sociológicos de las primeras obras literarias que fueron
apareciendo. 3.
Buch Sánchez, Rita María. “
José Agustín Caballero y el significado de su enseñanza en la cátedra
de filosofía del real y conciliar colegio-seminario de San Carlos y San
Ambrosio”. Forma parte de la tesis de su segundo Doctorado en Filosofía.
4.
Retamar Fernández, Roberto. Revista
de crítica literaria latinoamericana, No.
16, Pág. 5.
Valdor Portuondo, José Antonio. Orden del Día.
La Habana 1975. Artículo “El maestro, formador e informador del
hombre nuevo”, pág. 50-70 6.
Extraído de la
Revista 246 de la Universidad de la Habana 1996. Su artículo lo llamó
“José Antonio Portuondo” Este material acompaña a un importante
grupo de artículos dedicados a Portuondo y de un intercambio epistolar r
entre el Dr. Roberto Fernández
Retamar y Portuondo entre 1952 y 1986. 7.
Valdor Portuondo, José Antonio. Orden del Día.
La Habana 1975. Artículo “El maestro, formador e informador del
hombre nuevo”, pág. 50-70 8.
Rodríguez, Pedro Pablo. José Antonio Portuondo: recuerdo
necesario. REVISTA UNIVERSIDAD DE LA HABANA, La Habana, 1996 No. 246 9.
Romero, Cira y Castillo, Marcia. Editorial Oriente, Santiago de
Cuba, 2002. Este libro es una rica recopilación de cartas enviadas a
Portuondo entre 1932 y 1986. En él se pueden observar los más variados
temas, significándose los relacionados con la literatura, la crítica
y el trabajo de las organizaciones política de la época, entre
otros. 10.
Tomado de:
Revista de Crítica Literaria Latinoamericana No. 16 de Casa de la Américas.
Artículo de Roberto Fernández Retamar. “El compañero crítico José
Antonio Portuondo” pág. 103. 11.
Sánchez Buch, Rita M. “De Caballero a Martí. Trayectoria de la
filosofía cubana electiva en el siglo XIX”. Revista Honda. No. 25/2009.
Pág. 50 Notas:
[1]
Sánchez Buch, Rita M.
“De Caballero a Martí. Trayectoria de la filosofía cubana electiva
en el siglo XIX”. Revista Honda. No. 25/2009. Pág. 50 [2]
Matos Acosta, Eliades. CIEN RESPUESTAS PARA UN SIGLO DE DUDAS, La
Habana 1999. En la pregunta No. 8, queda claro la intención de los
E.U.A por demostrar que los cubanos debían agradecer la intervención
Yankee. Eliades Acosta Matos y otros importantes investigadores,
sostienen que España no estaba en condiciones de ganar esta guerra. [3]
Valdor Portuondo, José Antonio. BOSQUEJO HISTORICO DE LAS LETRAS
CUBANAS. La Habana, 1960. Edit. MINREX. Pág. 11. En el ensayo “LA
FACTORIA”, Portuondo nos brinda los argumentos para comprender el
surgimiento de la producción literaria cubana y hace referencia a
obras como Espejo de Paciencia,
del canario Silvestre de Balboa o El Príncipe Jardinero y Fingido
Gloridano, del Capitán Habanero don Santiago de Pita. [4]
Buch Sánchez, Rita María. José Agustín
caballero y el significado de su enseñanza en la cátedra de filosofía
del real y conciliar colegio-seminario de San Carlos y San Ambrosio.
Forma parte de la tesis de su segundo Doctorado en Filosofía.
“Philosophia Electiva”, escrita por el Doctor Don José Agustín
Caballero tres años antes de que culminara el siglo XVIII, y
arreglada por él mismo para la enseñanza en el Real Seminario
Conciliar de San Carlos y San Ambrosio. El manuscrito de esta obra
data de 1797; la misma fue escrita como texto básico para explicar
la cátedra de Filosofía - o Artes, como entonces se
denominaba -. Curiosamente
este texto permaneció inédito casi siglo y medio después de haber
sido escrito, y con él permanecería silenciosamente oculta la piedra
angular para comprender los orígenes de la historia de la enseñanza
de la filosofía en Cuba, en la cual la “Philosophia Electiva”
representa una pieza vital que encierra una radical transformación en
la enseñanza filosófica, por los múltiples esquemas tradicionales
que rompía, desbrozando el camino hacia el pensamiento ilustrado de
la época. [5]
Retamar Fernández, Roberto. Revista
de crítica literaria latinoamericana,
No. 16, Pág. 110 [6]
IBIDEM, pág. 111 [7]
Sánchez Buch, Rita María. Tomado de la tesis de su segundo Doctorado
en Filosofía, Pág. 326 [8]
Valdor Portuondo, José Antonio. Orden del Día.
La Habana 1975. Artículo “El maestro, formador e informador
del hombre nuevo”, pág.
54 [9]
Ibidem, pág. 53 [10]
Extraído de la Revista
246 de la Universidad de la Habana 1996. Augier denominó el artículo,
“José Antonio Portuondo” Este material acompaña a un
importante grupo de artículos dedicados a Portuondo y de un
intercambio epistolar entre
el Dr. Roberto Fernández Retamar y Portuondo de 1952 a 1986. [11]
Valdor Portuondo, José Antonio. Orden del Día.
La Habana 1975. Artículo “El maestro, formador e informador
del hombre nuevo”, pág.
65 [12]
Ibidem, pág. 68 [13]
Sánchez Buch, Rita M.
“De Caballero a Martí. Trayectoria de la filosofía cubana electiva
en el siglo XIX”. Revista Honda. No. 25/2009. Pág. 53 [14]
Rodríguez, Pedro Pablo. José Antonio
Portuondo: recuerdo necesario. Revista Universidad de La Habana, La Habana, 1996 No. 246 [15]
Romero, Cira y Castillo, Marcia.
Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002. Este libro es una rica
recopilación de cartas enviadas a Portuondo entre 1932 y 1986. En él
se pueden observar los más variados temas, significándose los
relacionados con la literatura, la crítica
y el trabajo de las organizaciones política de la época,
entre otros. [16] Tomado de: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana No. 16 de Casa de la Américas. Artículo de Roberto Fernández Retamar. “El compañero crítico José Antonio Portuondo” pág. 103 |
M SC. David Batista Vargas
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