El próximo 6 de mayo de este año, se conmemora el 128 aniversario, de una de las piezas literarias más hermosas de la universal obra de José Martí. Se trata de “EMERSON”. La intención no es, la interpretación que pudiera ofrecer un acucioso investigador de su obra, es un tributo, es una simple manera de recordar al más grande de los cubanos de todos los tiempos. De ahí, que me limitaré solamente a dejar salir modestas palabras que intentarán llenar un minúsculo espacio, en la gigante producción literaria del Apóstol y especialmente en esta magnífica obra.
Transcurría la década de los años 80 del siglo XIX, cuando Martí, al conocer la muerte de este ilustre exegeta de la literatura universal, filósofo y contemporáneo suyo, no encontró mejor ocasión para tributarle la más sentida evocación, a este hombre, dueño de la inmortalidad, que vivió amando a la humanidad, porque en ella encontró el sentido de su existencia y el alimento que siempre nutrió su creación y su espíritu.
“Tiembla a veces la pluma, como sacerdote capaz de pecado que cree indigno de cumplir su ministerio”, decía Marti, visiblemente conmovido ante la dura realidad de una pérdida irreparable.
Emerson, fue sin dudas una sublime inspiración que le llegó al maestro y lo elevó al pináculo de su creación literaria. No hubo en el contexto nacional de los Estados Unidos, mejor homenaje, capaz de equipararse al derroche literario entregado por Martí, que supo reconocer la grandeza de las cosas y de las personas, con lo que él llamó “utilidad de la virtud”. Emerson, la llevó siempre, la cultivó y por tanto lo hizo gigante. Martí cumplió con el modesto deber de proyectar esta figura indispensable de la cultura mundial, al pedestal reservado para los buenos hombres, no a la idolatría pueril, sólo ambicionada por los que ven en la vida, la perfecta oportunidad para saciar su voraz apetito por el desprecio humano.
Esta bella frase, resume sin dudas una auténtica referencia al placer de hacer el bien, virtud suprema que siempre acompañó a Martí, durante toda su prolífera existencia. De ahí, que reconocer en Emerson, tan preciada cualidad, nos está regalando la oportunidad de meditar y hasta de imitar este ejemplo, que debiera ser por demás, actitud natural de todo hombre en la tierra.
Todo es bello, estéticamente hablando en “Cartas de Nueva York”; nada escapa a esta mente lúcida e inspirada, detonadora de los más insospechados epítetos y alabanzas, sobre un hombre merecedor de tales; pero la gran verdad, la mejor verdad, es que en Emerson, Martí deposita el mejor barro, para construir las más profundas y conmovedoras frases, que podían envolver al “hombre”, al simple hombre, al más común de los mortales, que sólo “viviendo haciendo el bien”, le es suficiente para ganarse la honra y el amor de sus semejantes.
En Emerson, la naturaleza, la vida, la muerte, lo bello, lo universal, el hombre, la virtud, el espíritu y la moral, conforman un ejército de palabras claves, que no imponen, sino sugieren imitación y meditación en todo aquel que lo lea. Todas sin excepción son palabras llenas de significado, cada una encierra en sí, un discurso que provee un singular numen filosófico que revela toda la grandeza de Martí y a la vez, libera la humildad suprema de los seres humanos que ven en el “bien”, una sublime expresión de realización personal.
La repetición de la palabra “naturaleza”, que aparece en Emerson, en 45 ocasiones, no obedece a simple y vulgar descuido lingüístico. Es, presencia y sentido de un orden y de una lógica especial en el maestro, que señala a la comprensión de la naturaleza, como la “filosofía de lo sobrehumano y de lo humano”, según sus propias palabras. En Emerson, Martí revela como la naturaleza se humaniza y como la humanidad se naturaliza.
Ambos conceptos coexisten, se intercambian energías, se funden y se mezclan. Nunca se excluyen, no es posible ver pasar a los seres humanos por las escabrosas calzadas de la vida, distantes de la naturaleza.
Martí y Emerson, fueron “sacerdotes de la naturaleza”. Porque vivieron consagrados a su influjo; de ella bebieron la sabia dulce de su ancestral sabiduría y le entregaron en recompensa, cada aliento y cada impulso en sus vidas, y al final, depositaron sus magníficos cuerpos como suprema muestra de amor y entrega infinita a la madre de todos.
En Emerson, la relación que fluye entre el hombre y la naturaleza tiene la singular fuerza de las mediaciones; el amor, la vida, la muerte, lo bello, la moral, el bien, en fin, van transcurriendo en filas ordenadas o se atropellan como las vigorosas cascadas, para al final sucumbir mansamente lo mismo que las aguas del río vaporoso, al encuentro irremediable con el mar.
Emerson articula sabiamente todo cuanto existe de humano y de divino. Las palabras son dichas y luego forman un perfecto tejido, en el que sólo tiene cabida la belleza y la grandeza de este hombre, considerado por Martí “montañoso”, porque “era su paso firme, de aquel que sabe a donde ha de ir”.
La muerte en Emerson, tiene las mismas dimensiones que la vida, ambas palabras envuelven una rica filosofía, que trasciende en Martí, porque como él dijera “… en esos coloquios aprendió que el puro pensamiento y el puro afecto producen goces tan vivos que el alma siente en ellos una dulce muerte, seguida de una radiosa resurrección…”. Asimismo, para Martí “La muerte es una victoria, y cuando se ha vivido bien, el féretro es un carro de triunfo”.
Entonces sólo el “bien” o la “pureza” en el hombre aseguran el más radiante placer porque “no llena el pecho de angustias, sino de ternura”. De ahí, que Martí evoca a la muerte, pero la hace escoltar de frases como “dulces lágrimas” o “perder de píes y nacer de alas” o “la muerte de un justo es una fiesta” o “va a reposar, el que lo dio todo de sí”.
Son más que frases; son sistemas de auténticos y convencidos conceptos que en Martí, se elevan a lo más alto de su creación y de su virtud, haciendo de esta obra una pieza hermosa, única, colosal; que asombra por su manto de razón y fe, por su verdad y amor, por su ternura y complicidad y porque en esta obra todo lo dicho vuela perpetuamente, para luego posarse humildemente en el regazo manso de la naturaleza.
“Emerson ha muerto”; “Y brillan de esperanza los rostros de los hombres, y cargan en sus brazos haces de palmas, con que alfombran la tierra, y con las espadas de combate hacen en alto bóveda para que pase bajo ellas, cubierto de ramas de roble y viejo heno, el cuerpo del guerrero victorioso”. |