Crónicas del crimen |
La maldición de la quebrada |
Los esperaba una comisión de Gendarmería. Les costó un día y medio bajar a duras penas, del peñón trasero del
Aconcagua. La expedición estaba terminada sin remedio. Habían intentado subir los primeros días de noviembre. Ricardo Almirón, un experimentado andinista de 54 años, comandaba la misión dispuesta a hacer cumbre en menos de veinte días. Además de Almirón, tomaron parte dos amigos de este, José Luis y Renato Florís, su yerno Maximiliano Zabala, esposo de su hija Josefina, quienes vivían en la localidad de San Martín distante a 50 kilómetros de Mendoza y dos primos de este, Eduardo y Matías Sánchez. La expedición se preparó durante seis meses. Los hermanos Sánchez y Maximiliano, se alistaron en San Martín, donde explotaban una venta de pasas de uvas. Maximiliano llegó a la familia Almirón a pocos meses de conocer a la joven Josefina. En un viaje a Mendoza, para cerrar una operación de venta de pasas de uva a Buenos Aires, se topó con Josefina en la oficina de ventas oficiales. Trabajaba allí por pedido de su padre, un conocido empresario al Secretario de Comercio. Se gustaron mutuamente y comenzaron a salir, en menos de una semana. El romance creció vertiginosamente. En menos de un mes, Maximilliano visitaba la casa de Josefina, para pedir su mano tal como se estilaba. Conoció a su padre y comenzó a frecuentar a su hermano Fernando. Sin embargo cuando la pareja no había hecho ningún plan, pensando en el matrimonio del joven de 26 años y ella de 19, un embarazo inesperado cambió la historia. |
********************************* La primera luz de alarma sonó en la casa de los Almirón, durante los festejos navideños de ese año. Ricardo y su esposa, encontraron a su hija con la cara golpeada. Una marca ostensible debajo del ojo izquierdo y dos hematomas de proporciones que el maquillaje no pudo disimular. Pensaron lo peor y era lo peor. Golpes de puños. Cenaron con mucha angustia, sin alegría, aunque la joven mantuvo una negativa tajante para admitir que su esposo la golpeaba. Maximiliano tenía un golpe grave en la boca, con pérdida de un diente y la rotura de otros dos. *********************************
También supo que su hermano Fernando enterado de la situación por una vecina, viajó hasta San Martín y le pegó con tanta brutalidad a su cuñado, ocasionándole la rotura del maxilar y los dientes. Luego de ello, los hombres que habían montado una profunda amistad, dejaron de hablarse. Salvo para los encuentros familiares, en que simulaban convivir en paz.
Se ubicaron junto a una profunda quebrada. Desde allí se escucharon los gritos de Ricardo, alterado. A más de veinte metros, el resto de la expedición seguía atentamente la acalorada discusión. Sucedió en un instante, un segundo, que nadie pudo describir. El momento en que Maximiliano se despeñó por la quebrada de más de cincuenta metros de profundidad, quedó registrado en sus oídos con un grito seco y aterrador. Luego vagamente se escuchó al cuerpo golpeando entre las piedras. Volvieron sin el cadáver, que fue rescatado por andinistas profesionales dos días después. Recordó que llamó la atención la explicación de don Ricardo, cuando bajaban, diciendo que “esa quebrada tiene una maldición, según los andinistas, y casi siempre se cobra una vida”. |
Luis Barud
luisebarud@hotmail.com
Diario Puntal de Río Cuarto
24 de octubre de 2010
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