Avatares |
Ya
no recuerdo cuánto tiempo hace que estoy aquí, ni en qué circunstancias
llegué. El decirlo con esta sencillez me ha llevado mucho tiempo; tal
vez, demasiado. Ahora sé que no lo sé. Federico
Silenzi. Ese soy yo. Y esta evidencia llegó a mi mente como una revelación
después de muchos meses. Hay
unas imágenes imprecisas donde recuerdo algo, transcurriendo agitado,
buscando en habitaciones
ruinosas, en armarios desvencijados, en cajones que se atascaban, tratando
de encontrar algunos rastros que me restituyeran el orden perdido. Hay
rastros en mi memoria de transitar en algún momento, por pasajes
laboriosos que finalizaban en sitios con luces que lo encandilaban. Una
evidencia: en esta casa estoy solo. Afuera hay otras casas polvorientas.
Es un pueblo pequeño. Caminar unos trescientos metros para todos los
puntos cardinales, significa llegar al desierto, las casas desaparecen en
un paisaje ominoso. Hasta
ahora pude alimentarme - lo hago frugalmente -, apoderándome de los
pobres elementos que me brindan cuatro discretas despensas deshabitadas. Vivo
en una gran cocina-depósito-dormitorio. Hay algunos libros viejos. No
dispongo de ningún medio de transporte, aparte de una carretilla y
algunas bicicletas irrecuperables. Sin
embargo, encontré hace mucho, un gramófono a cuerda con su caja de púas
y una breve pila de viejos discos de pasta. Nueve
discos que escucho en las más variadas secuencias, para vanamente
intentar neutralizar el efecto de la repetición, motivo por el cual,
pasan largos períodos en que no los reproduzco. Hace
algunas noches escuché algunos ruidos en las otras habitaciones. A
la mañana las recorro con minuciosidad y compruebo que se trata de
sucesivos derrumbes, de pequeños deterioros comprensibles dada la antigüedad
de estas construcciones, los revoques flojos, las maderas que se van
pudriendo, la neutralidad del viento. Pero
eran ruidos que antes no percibía con tanta nitidez. En
esos momentos aprovecho para reproducir en la victrola algunos discos,
como “Vivere” cantado por Carlo Butti o “Boum” por Charles Trenet.
Otro hecho extraño de los últimos días, cuando duermo me parece que me
sumerjo en un pozo profundo y oscuro, nada más, ni vestigios de sueños
como antes. ¿Y cuánto es antes? Ayer,
al atardecer escuché unos murmullos, voces lejanas, fragmentos de
conversaciones de las que nada pude descifrar. Miré por la ventana en
ruinas, pero no observé a nadie. Hoy
los murmullos se intensificaron. Salí varias veces, pero en el suelo
polvoriento no se registra ninguna huella. Sí,
había momentos en que como ráfagas, desfilaban rostros que alguna vez
habían sido parte de mi vida, significaban algo que no lograba desentrañar;
escuchaba sonidos lejanos que nombraban palabras que se deshacían al
instante, y aunque breves y mezquinos, su
permanencia despertaba en algunos pliegues muy íntimos de mi
memoria fracasada, una profunda nostalgia, un dolor infinito, que me
inclinaba hacia un comienzo de lágrimas lentas, para luego convertirse en
sollozos convulsivos. Lloraba
hasta que la furia, como un trompo que
de pronto pierde su equilibrio y tropieza contra el piso polvoriento
dispersa su ira fugaz. Entonces
pateaba la escasez del recinto y arrojando golpes a la nada, me doblaba
vencido por una fatiga inmemorial sobre la mesa desgastada, como el último
recurso que me revelaba con una lúcida convicción, el conocimiento de mi
verdadero destino. Más
cuerda al gramófono. Billie Holiday en dos placas, qué curioso,
grabaciones del 36, sobre todo “Pennies from heaven”y “These foolish
things”. La
noche se expande en las paredes al conjuro de las sombras, que la lámpara
a querosén no alcanza a disipar. Salí
del pozo del sueño de pronto; la soledad, el imperio del silencio ha
aguzado mi oído. Ahora se escuchan unos cuchicheos, misteriosos susurros
cercanos. Me levanto. La noche está algo iluminada por la luna y avanza
con rapidez. ¿Y si finalmente decido irme, salir del caserío? ¿Pero
hacia dónde caminar? Los intentos que hice varias veces fueron cada vez más
breves. El desaliento de la nada deshilvanaba con facilidad la trama de mi
rebelión y regresaba. No
de frente, lateralmente, percibo unas sombras fugaces, siluetas difusas
que se desplazan con rapidez. Después se repite un silencio doloroso.
Luego, nuevamente, todo tipo de sonidos inquietantes. Algo acecha en la
oscuridad. Lo puedo sentir en la piel, en la nuca, algo perverso, que
trata de poseerme. La
mañana retorna gris. Realizo una recorrida por los alrededores. Me parece
que uno de los pocos árboles raquíticos, que se encuentra enfrente,
tiene una rama quebrada. Antes estaba íntegra y anoche estaba sereno. Mientras
regreso a la casa, otra vez percibo aun costado una sombra que se desliza
como al ras del piso y desaparece en una esquina. ¿Habrá
alguien cerca? ¿O mis sentidos han resuelto engañarme unilateralmente?
¿Y esos murmullos susurrantes? ¿Y esas risitas apenas contenidas detrás
de las ventanas descascaradas? ¿Habrán venido a buscarme a quién sabe
qué retornos? ¿Y si es así, por qué no se manifiestan abiertamente? Me
invade una excitación desconocida. Presiento que esta noche se producirá
una revelación. La
oscuridad se aplasta contra la casa como un disparo mortal. Dejo
la lámpara encendida y después de un tiempo desconocido trato de
escribir los acontecimientos que van desde las tinieblas a lo que ahora
aguardo. Me invade un temor helado que comienza a circular por todo el
cuerpo y el interior del cuarto. Truena. La
costumbre de dormir se disipa con los murmullos de imposibles
conversaciones. ¿Y las sombras en las paredes y en las ventanas? ¿Son
por causa de la lámpara amarillenta? ¿O no? Ahora
el silencio es inmenso. No me muevo. Trato de no dormirme. La
puerta de entrada se abre y oigo otra vez esas risas contenidas. Se
acercan. Trato de huir, pero siento una debilidad que sólo me permite ver
como se abre el pozo profundo y tenebroso, allí en el piso cercano a la
cama, debe ser en el que me sumerjo todas las noches al dormir y de donde
regreso con la ominosa certeza de haber caído en él hasta el fondo. Este
lugar ¿será el otro lado del pozo? ¿Habrá aún otro más? Y esa fuerza que se acerca con las sombras y trata de empujarme al borde del hueco sombrío y al que con una lucidez limpia como una llama, sé que caeré, inexorablemente. |
Santiago
Bao
De “La máquina nocturna y otros cuentos
Ir a índice de América |
Ir a índice de Bao, Santiago |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |