Fabula del escritor y el empresario cuento de Jorge Asís |
En el epílogo de cierta reunión, que presumía de festejo, a la hora de los sillones relajados y el cigarrillo demorado, se registró un diálogo cínicamente tenso que tuve oportunidad de escuchar, casi inadvertido en una puntita y con el último whisky. Fue un encontronazo memorable de dos universos no necesariamente opuestos, dos jóvenes —llamémoslos así— de entre 32 y 35 años. Uno, un empresario particularmente próspero; el otro, un escritor particularmente resentido. La anfitriona, una amiga inexplicable, trataba de equilibrar el clima, espeso por un hilo intenso de hipocresía. El empresario y el escritor no se conocían, pero la prosperidad y el resentimiento ya se captaban en el aire, y preludiaban una riña verbal que difícilmente pueda olvidar. Todos estábamos descalzos, hacía demasiado calor, el silencio perturbaba y mi amiga inexplicable no sabía cómo mantener una cordialidad que se había tajeado. De pronto, incentivado por la anfitriona, el empresario, un tipo macanudo, seguro, contó que tenía doce departamentos; algunos —después me lo contó mi amiga— se los había dejado el padre, al morir, pero por lo menos la mitad los había adquirido solito, en los últimos cuatro años, gracias a su visión y a sus dividendos. Yo lo miraba al escritor, lo notaba caído, y no sé por qué intuí que se estaba cargando; será tal vez porque lo conozco, que se siente segurísimo de sí mismo cuando habla de novelas, teorías, posturas, concepciones del mundo y esas cosas, pero que vive en una casa alquilada y su notoriedad nunca le alcanzó para, aunque sea, juntar un anticipo. El quiere hacer creer que el dinero no le interesa, que son opciones, pero yo nunca le creí, y con sólo mirarlo comprobaba que tenía razón. El rico, mientras tanto, hablaba de sus pertenencias sin maldad, aunque nunca es delicado contar plata delante de los pobres. Tan poca maldad tenía, que cuando se enteró que el gallo de enfrente era escritor, le dijo que lo conocía de nombre, y que le encantaría tener un libro suyo. Aquí se arma, sospeche. Porque, en realidad, se tiró el lance para que le obsequiara un ejemplar, dedicado. —No puedo —dijo el escritor—. Porque de mi última novela tengo nada más que doce ejemplares. Y sabés, tarde como cuatro años en escribirla. Hablaba con serenidad. Como yo de esto entiendo algo, puedo decir que el escritor del que hablo puede vender, en la Argentina, como cinco mil ejemplares, pongamos con benevolencia diez mil. Que sus derechos son el diez por ciento del precio de tapa, su libro se vende a un millón, es decir que con un éxito inconcebible podrá recaudar —con la escasa premura que tienen para pagar las editoriales— unos mil palos, o sea la cuarta parte del departamento de un ambiente. —Cuatro años, como te decía —siguió el escritor—. Cuatro / años que pude haberlos invertido en otros oficios que podían haberme dado dinero para comprar departamentos. Entonces, si yo, que tengo doce libros, te regalo uno, y vos, que tenés doce departamentos, no me regalás uno, es porque sos una mala persona. El insólito razonamiento, de tan simple, me dejó perplejo. El joven empresario ya se sentía molesto, atinaba a sonreír, mi amiga no sabía dónde ponerse, ofrecía más whisky, café. —¿Entendés entonces porqué no te lo regalo? —preguntó, y el empresario parecía atrapado en una red, me dije en cualquier momento lo insulta, él sabe mucho de números pero ocurría una cuestión de palabras.— Porque vos perfectamente podes comprar lo que tengo yo, y yo no puedo comprar lo que tenés vos. Lo que pasa es que vos querés tener los doce departamentos y también un libro mío, dedicado y decir después que tenés doce departamentos y aparte a mi, como amigo. No se puede pedir todo en la vida. Una flaca trajo más café, la anfitriona se puso a hablar de Europa, quería mostrar diapositivas, quería. . . —Pero igual, viejo, te lo voy a regalar. —No hace falta, voy a ir a una librería. No sé por qué, pero me pareció que se sentían con culpa los dos. El café era necesario, se lo elogié a la flaca, que se sentó a mi lado, y a los cinco minutos conversábamos sobre la pareja, Kramer versus Kramer y esas cosas. |
Cuento de Jorge Asís
Publicado, originalmente, en Revista La Torre de papel Nº 2 noviembre de 1980.
Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.
Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/la-torre-de-papel-no-2/
Editado por el editor de Letras Uruguay
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