Otros problemas aquejan a esta babel capitalista latinoamericana del siglo XX, son: la marginalidad de un número alto de sus habitantes, que, en muchos casos, proceden de otros estados, cuya cultura rural es símbolo de “incultura urbana”, que desordena y/o desdora los espacios citadinos; el incremento de la violencia urbana, principalmente contra las mujeres y los niños, que es alimentada por el desempleo, la pobreza, el narcotráfico, la prostitución, y otros vicios, creando fronteras reales para el visitante, dentro de la propia capital mexicana. Todo esto de cierto manera oculto bajo el “manto dorado” de los negocios turísticos y hotelero.
El centro histórico colonial tiene un valor patrimonial urbano y arquitectónico mundial: es sabido que la planta de la capital de Nueva España, fue superpuesta, a partir del siglo XVI, por los conquistadores y colonizadores europeos a la antigua ciudad de Tenochtitlán. Sus- ruinas resurgen hoy día, gracias a las pacientes excavaciones, reconstrucciones y restauraciones arqueológicas, y a los necesarios análisis antropológicos, históricos y artísticos que las enriquecen. Allí radican edificios públicos, religiosos y civiles, como los palacios virreinales -son emblemáticos los que rodean el Zócalo, o plaza mayor- que constituyen magníficos exponentes del barroco mexicano.
Muchas de esas construcciones han sido rescatadas, restauradas y se conservan celosamente como museos preciosos, con riquísimas y muy diversas exposiciones acerca de la historia de la cultura nacional o del propio Distrito Federal. La Catedral Metropolitana y el Sagrario, por ejemplo, albergan uno de estos museos “vivos”, cuya espléndida construcción y ornamentación, tanto exterior como interior, así como sus rituales y conmemoraciones religiosas tradicionales, los sitúan como hitos de la historia del arte y la cultura colonial hispanoamericanos.
También en uno de los ángulos de la antigua plaza mayor novohispana, renombrada en la época republicana Plaza de la Constitución -que se conoce más popularmente como el Zócalo-, se recuperan, bajo el nivel general de la plaza, los restos de un gran templo azteca. Templo mayor, que poco a poco, va saliendo a la luz en todo su esplendor artístico y significación histórica-antropológica, y da fundamento a la primera raíz del pueblo y cultura mexicanos.
Sin dudas, muchos otros museos como el Antropológico, el Anahuacalli, o el de la Basílica de Guadalupe, los cuales nos ayudan a comprender mejor a México, su pueblo y culturas, merecen una mayor atención, sobre ellos volveré en otro momento.
Ciudad de México es reconocida como una importantísima capital americana de las artes y las artesanías; fue considerada así desde la época antigua, y continúa ostentando esa categoría en la actualidad. Los tianguis, o pequeños establecimientos hechos de forma y materiales variados para el comercio itinerante, muestran un catálogo inmenso de creaciones populares. Pero, al mismo tiempo, urbanizaciones tan modernas y funcionales como la de la Universidad Nacional de México (UNAM), o los famosos museos de arte moderno y contemporáneo, desbordan todas las expectativas posibles en cuanto a temas y técnicas de creación, contenido y formas.
Los domingos las visitas pueden realizarse de forma gratuita, y estos sitios generosamente dotados por la creatividad, la belleza y la historia, están colmados por el público, formado tanto por extranjeros como por nacionales. Contemplar a familias jóvenes, de modesto vestir, ir de paseo culto con sus niños y niñas, en cualquier museo, o centro cultural, fue para mí un enorme placer espiritual. Leían, y después mostraban a los más pequeños los detalles de cada obra expuesta. Todos, ponían atención al comportamiento respetuoso y a las maneras agradables de los niños y adolescentes, entre ellos, y para los otros visitantes.
Es esa otra arista filosófica, la ética de la cultura mexicana que ineludiblemente hay que destacar: la esmerada educación familiar, el respeto general hacia las normas más elementales de la vida social, la cortesía implícita en la actuación del individuo en público. Un ejemplo de buena y sana tradición, que se debería imitar en muchas otras capitales del orbe.
Y, desde luego, los símbolos patrios, los rituales en los sitios, la conmemoración de personalidades y fechas señaladas de la historia nacional, reciben un culto muy sincero de parte del pueblo, que los siente con hondura, vinculándolos a su identidad psicosocial. La digna bandera mexicana, en tamaño gigante, protagoniza, con majestad y de manera muy atractiva, el perfil urbano de múltiples espacios abiertos, dándoles una jerarquía especial, en representación de toda la nación, como corresponde al rango del Distrito Federal.