Vista de tal modo la cuestión, quizás
podamos comprender mejor el rechazo y sobre todo el “terror” que desató,
prácticamente en todas partes, una nueva y asombrosa realidad: el
mentado drama americano caribeño, que enfrentó con toda la violencia
imaginable a los ex esclavos africanos contra tropas bien entrenadas de
España, Inglaterra o Francia, alternativamente, durante más de una
década (1791-1804); el logro apoteósico de la victoria militar final y
el surgimiento de la República de Haití, con el hecho más extraordinario
del momento: sus flamantes ciudadanos negros. Ante ellos leería
apasionadamente el general en jefe
Jean – Jacques Dessalines la “Proclamación de la Independencia de
Haití”, enarbolando la venerada frase revolucionaria de “Libertad o
Muerte”:
Hoy, primero de enero de mil
ochocientos cuatro, el general en jefe del ejército indígena, acompañado
de los generales, jefes del ejército, convocados al efecto de tomar las
medidas que deben tender a la felicidad del país. […] asegurar para
siempre a los indígenas de Haití un gobierno estable, objeto de su más
viva solicitud; lo que él ha hecho por medio de un discurso que tiende a
hacer conocer a las potencias extranjeras la resolución de hacer al país
independiente, y de disfrutar de una libertad consagrada por la sangre
del pueblo de esta isla; y después de haber recogido los pareceres, ha
pedido que cada uno de los generales reunidos pronunciara el juramento
de renunciar para siempre a Francia, de morir antes de vivir bajo su
dominación, y de combatir hasta el último suspiro por la independencia.
Los generales, […] han jurado
todos ante la posteridad, ante el universo entero, renunciar para
siempre a Francia y morir antes de vivir bajo su dominación.
[Aparecen a continuación, según sus jerarquías militares las firmas de
los principales jefes y oficiales involucrados]
[...] Hecho en Gonaïves, este 1º de
enero de 1804, el primer día de la Independencia de Haití.
Y dirigiéndose al pueblo de
Haití, cual se nombró originalmente por sus antiguos habitantes
aruacos, encabezó un histórico discurso con estos pensamientos lúcidos y
resueltos:
Ciudadanos:
No basta con haber expulsado de
nuestro país a los bárbaros que lo han ensangrentado durante dos siglos;
no basta con haber puesto freno a las facciones siempre renacientes que
se burlaban, una tras otra, del fantasma de la libertad que Francia
colocaba ante vuestros ojos; es necesario, por medio de un acto último
de autoridad nacional, asegurar para siempre el imperio de la libertad
en el país que nos vio nacer; es necesario arrancar al gobierno inhumano
que mantiene desde hace tanto tiempo a nuestros espíritus en el letargo
más humillante, toda esperanza de dominarnos, en fin, vivir
independientes o morir.
Independencia o muerte… Que estas
palabras sagradas nos vinculen, y sean señal de combates y de nuestra
reunión.
Napoleón, derrotado y prisionero en Santa
Elena, confesaría que:
Una de las más grandes locuras que he
cometido, y que me reprocho, ha sido la de enviar un ejército a Santo
Domingo. Debí haber visto que era imposible triunfar en el proyecto que
había concebido. Cometí una falta y soy culpable de imprevisión, de no
haber reconocido la independencia de Santo Domingo.(Franco,
Historia de la… p. 330).
En la isla de Cuba, por la natural
cercanía de la región oriental a la zona en conflicto de La Española, se
recibieron de inmediato los efectos de la huída precipitada de multitud
de colonos franceses, que, en ciertos casos, traían a sus esclavos y
algún capital para reemprender su vida.
Además, por la íntima relación de Cuba con
otras colonias hispano caribeñas: Santo Domingo y Puerto Rico, la guerra
antiesclavista y anticolonialista, fue observada y analizada atentamente
por las autoridades españolas. La oligarquía criolla captó
inmediatamente la gran oportunidad que brindaba la destrucción de la
producción azucarera en el vecino país y expuso sus intereses de clase a
través de
Francisco de Arango Parreño, de pensamiento económico liberal, en
dos documentos consecutivos: la “Representación hecha a Su Majestad con
motivo de la sublevación de esclavos en los dominios franceses de la
isla de Santo Domingo” y el ya clásico “Discurso sobre la Agricultura”.
En el primero de ellos se señalan “tres diferencias considerables” entre
una y otra colonias, y cito:
La primera es estar animados todos los
libres de Cuba del mismo espíritu de subordinación y eterna y ciega
obediencia a su Soberano. La segunda, haber una guarnición más
respetable en la ciudad de La Habana que en la del Cabo Francés. Y la
tercera y principal, está en el modo de tratar a los esclavos. Los
franceses los han mirado como bestias y los españoles como hombres. El
principio de aquellos amos y aún de su legislación negrera ha sido
siempre el excesivo rigor, infundir a sus esclavos todo el temor que se
pueda, creídos de que de este solo modo era capaz un blanco de gobernar
cien negros en el centro de los bosques y en medio de unas tareas tan
fuertes y tan continuas.
Y señala como, hasta aquel momento —que
posteriormente fuera superado con similar crueldad— los españoles
marcaron contrastes con sus leyes:
Estos fueron la vigilancia del
magistrado para que fuesen bien tratados, la abolición del derecho de
mutilar y matar, la facultad de quejarse del amo cruel o que no los
alimenta competentemente, la de mudar en tal caso a otro cualquiera, y
el establecimiento de medios para llegar a ser libres. (Arango y
Parreño, F. Obras, Ciencias Sociales, La Habana, 2005, T. I, p.
141.)
Con inocultable entusiasmo Arango en el
mismo texto del 20 de Noviembre de 1791, [Madrid], afirma:
[…] Un átomo al lado de un coloso era
lo que figurábamos respecto de nuestros vecinos [Saint Domingue].
[…] Ahora sí, que devastada la gran
masa de ese coloso y destituido de movimiento por el desconcierto de sus
miembros le podemos alcanzar; más para esto, Señor, es menester andar
mucho y aprovechar por entero el tiempo de inacción del vecino.
(Arango, Obras, T. I, p. 142.)
El análisis histórico, crítico, a la
situación de la colonia de Cuba, y las propuestas que seguirán a este
antecedente, pocos días después, en el “Discurso sobre la agricultura de
La Habana y medios de fomentarla”, fechado su Representación en Madrid,
enero 24 de 1792, constituye un documento clásico para la historia
colonial de Cuba, con este se inicia una nueva etapa de explotación
plantacionista esclavista, y por ello ha sido muy estudiado hasta hoy.
Basta con recordar brevemente algunas de sus ideas cardinales para
confirmar su interés de época:
Es dueño cualquier Monarca de imponer
la ley que mejor le parezca a las mercaderías que vienen de fuera para
el consumo de su Reino. No se excluyen de esta regla los frutos de sus
mismas colonias siempre que en la Metrópoli puedan consumirse todos. […]
si el Gobierno quiere fomentar la industria de sus colonias y tener una
balanza ventajosa, debe seguir en sus producciones la marcha política de
las demás naciones; cotejar el costo que les tiene a ellos la
agricultura de cada ramo con el que tiene a sus vasallos; ver lo que
cuestan los transportes y fletes, hasta llevarlos al mercado de consumo,
y si la comparación nos fuese desventajosa, lejos de imponer derechos,
lejos de coartar las salidas y de pensar en trabas, es menester dar
premios, conceder franquicias; en una palabra, ocuparse de igualar la
nuestra economía e industria a la de nuestros rivales. (Arango, T.
I, Obras, p. 150-151.)
España apoyó a los colonos blancos contra
la insurrección antiesclavista, incluso tropas de Cuba entraron en
acción para rechazar a los rebeldes en los límites entre la parte
española y francesa de La Española, antes de 1796. Debido al Tratado de
Paz de Basilea (1795) firmado entre Manuel Godoy Farías, duque de
Alcudia, y Napoleón, fue cedida la parte española de Santo Domingo a los
franceses. Así España se retiró diplomáticamente de la guerra encabezada
por
Toussaint Louverture; así se creó la necesidad de hallar nuevas
tierras para los colonos que decidieran no permanecer bajo el gobierno
francés en La Española.
Carlos IV creó la Real Comisión de
Guantánamo con el fin de explorar la bahía de igual nombre y proyectar
su defensa, localizar tierras realengas de posible ocupación por los
desplazados de Santo Domingo, y otros objetivos. Más adelante, se
ampliaron los contenidos de trabajo de esa importante expedición con
planes de fomento nuevos de carácter portuario, que beneficiaron
particularmente a los criollos productores y exportadores de azúcar.
Al frente de la Comisión fue nombrado
Director el brigadier habanero, escogido como subinspector de las Tropas
de la isla de Cuba, Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas Vélez de Guevara I
conde de Santa Cruz de Mopox y III de San Juan de Jaruco, importante
productor exportador azucarero y comerciante de harinas para la despensa
del ejército. La opinión del mentado Conde, segundo militar de alta
jerarquía (teniente rey) en la Isla, después del capitán general, acerca
de la situación que reinaba en Saint Domingue en 1798, era la siguiente:
La insurrección de los negros de la
isla de Santo Domingo y la devastación de aquella rica colonia, hoy un
montón de cenizas que sirve de [sepultura] a un prodigioso número de
franceses infelices, y de asilo a 300 000 esclavos forajidos, fue una
consecuencia forzosa de la revolución en su metrópoli. La idea de
libertad continuamente en la boca de sus dueños, su mala entendida
independencia y su indiscreción en sostener estos empeños a la vista de
sus siervos no podían producir otros efectos. Ellos mismos atizaron la
hoguera que devoró los campos y edificios, y forjaron el cuchillo que
inundó la tierra con la sangre de tantos miserables. Contristaría al
piadoso corazón de vuestra excelencia la relación de los horrores que
serán en otro tiempo lastimoso asunto de la más trágica historia.
Los negros levantados de la parte
francesa de Santo Domingo se contemplaron al principio de la revolución
como unos enemigos despreciables sin constancia, valor, ni disposición
en sus ofensas: y así era muy frecuente que pocos blancos bien
establecidos deshacían sin resistencia sus encoambres: pero después de
ocho años de familiarizarse con las armas [en] continuas acciones entre
sí, ingleses y españoles, han adquirido conocimientos militares, aunque
no los constituyen en la reputación de tropas bien disciplinadas,
tampoco en el de absolutamente bisoñas.
Parece que ya está dado el
primer paso que subvierta a las Antillas.
Este archipiélago de islas contiguas y
situadas sobre un mismo paralelo que abrazan desde la Trinidad hasta
Jamaica debe sus producciones al trabajo de los negros esclavos, sin los
cuales es impracticable su cultivo ¿pero cómo podrá no propagarse este
contagio? ¿Ni cómo dejarán los de Santo Domingo gemir en la esclavitud a
sus semejantes? Así es probable que, comunicada la sublevación de una
isla a otras, pierdan las naciones interesadas sus colonias. (Del
conde de Mopox: Comunicación al secretario de Estado, don Francisco de
Saavedra, 2 de julio de 1798, Museo Naval de Madrid. El destaque en
negritas se debe a la Autora.) |