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El palacio de los marqueses y señores de la ciudad de San Felipe y Santiago de Bejucal
por Lohania Aruca Alonso
carua@cubarte.cult.cu

 
 
 

Fachada Oeste del Palacio de Bejucal, opuesta a la fachada principal de esta edificación

   

La creación por diferentes monarcas españoles de cinco señoríos en el hinterland habanero (entre los años de 1713 y 1804), a partir de la fundación de sus correspondientes ciudades y villas sufragáneas de La Habana, todas tituladas, y unidos a los títulos nobiliarios —marquesado de San Felipe y Santiago (ciudad de San Felipe y Santiago de Bejucal); condado de Casa- Bayona (ciudad de Santa María del Rosario); condado de San Juan de Jaruco (ciudad de San Juan de Jaruco); marquesado de Cárdenas de Monte Hermoso (villa de San Antonio Abad o de los Baños) y condado de Santa Cruz de Mopox (villa de Nueva Paz)—  al parecer,  constituye un rasgo muy singular de la antigua Jurisdicción de La Habana, en relación con otras de la Isla, en el mismo período de la historia de Cuba (solamente en la villa de San Salvador de Bayamo, Departamento oriental, fue conferido el señorío de Guisa anexo al marquesado de San Antonio de Guisa).[1]

Posiblemente,  estos hechos también se manifiesten como una singularidad en relación con otras jurisdicciones de la antigua Hispanoamérica colonial, incluyendo las otras Antillas españolas. 

Los señoríos habaneros son fenómenos de índole histórico, económico y sociocultural aún poco estudiados[2], y cuya arista urbanística y arquitectónica ha sido descrita muy someramente en artículos precedentes —algunos de ellos se deben a la misma autora, publicados en el Periódico Cubarte—, suponen un potencial del patrimonio tangible e intangible incalculable en este mismo instante. A pesar de ello, su conservación, salvaguarda, investigación e interpretación histórica y sociocultural se deben tener en cuenta en el futuro inmediato.

La celebración del “Tricentenario de la fundación de la ciudad de San Felipe y Santiago de Bejucal” será un acontecimiento cultural concreto del cual se derivarán noticias el próximo año 2014. Por eso, no es vano el interés de dar a conocer algunos de los valores históricos, urbanísticos y arquitectónicos que forman parte de un legado existente, o que existió materialmente con anterioridad. Tal es el caso de la casa señorial o “palacio del Bejucal”, que tiene importancia más allá de los confines locales donde apareció y se desenvolvió.

Es necesario hacer este llamado de atención previo sobre el tema, antes de adentrarnos en el contenido de este artículo —ya enunciado en su título—, pues, habrá quien se pregunte con ingenuidad: ¿por qué dedicar este espacio a una edificación inexistente, en una pequeña ciudad que actualmente se encuentra en la nueva provincia de Mayabeque? Sin detenerse a pensar en el proceso histórico singular del señorío (reitero, todavía bastante poco conocido), del cual aquella construcción formó parte significativa, desde su origen, y al cual se integró el palacio del marquesado de San Felipe y Santiago como un símbolo de la mayor jerarquía gubernativa dentro de su jurisdicción. Al respecto, y previendo su casi ineludible derrumbe, Cirilo Villaverde le dedica estas reflexiones:

Yo no abogo por la causa perdida del palacio: estoy muy lejos de eso. Tal como está en el día, es un borrón, una mancha para el Bejucal, población la más regular, hermosa y de despejado cielo, á mi ver, de la Isla. (Paseo pintoresco por la Isla de Cuba, p. 268)

Pero, más adelante, reconoce que:

El palacio del Bejucal es una página de nuestra historia, escrita con elocuencia, con sencillo, ameno y fácil estilo: aquellas paredes hablan, —aun vaga silencioso y triste por la desmantelada casa el espíritu caballeresco y cristiano de los Señores del feudo. (Paseo pintoresco por la Isla de Cuba, p.269) 

Una vez aclarado el propósito de este artículo, y de los tres anteriores ya publicados, continuaré tratando acerca de la descripción del palacio del Bejucal, según nos lo relató Cirilo Villaverde. 

La antigua edificación, con sus distintas dependencias,  probablemente ocupó la manzana donde fue construida (calle Real, entre Luna, Armas y Liceo). Según las mediciones y cálculos que nos proporcionó el arquitecto René Gutiérrez Maidata, la superficie total de la misma aproximadamente era de 0, 35 hectáreas (3500 metros cuadrados).[3] Villaverde no hace referencia a obras colindantes, y sí destaca las áreas exteriores que forman parte de su planta, orientadas hacia la fachada del Oeste, sus funciones y protección, subrayando esta última en una frase, tal vez, algo exagerada:   

[…] y a nuestros pies el gran patio del palacio señorial, cercado de altas murallas, donde cuenta el historiador [Mariano]Acosta, había en 1826 un ameno jardín, y hoy no solo no existe una flor, sino que está poblado de calabazas. (Paseo: p. 267)

La fachada principal (Este) se distinguía claramente por su composición sencilla: una portada guarnecida de esculturas y sobre esta, hecho de madera, un “balcón corrido por todo el frente”[4]; pero ostentaba el decoro requerido por la condición social de su dueño y señor, desde luego, sin llegar a ser exactamente “un castillo feudal” como afirmó Villaverde:

[…] no queda la menor duda, de que el palacio es tan antiguo como la ciudad, y que tiene todo el aspecto de un castillo feudal.

En la fachada que mira al oriente, formando el arco de la puerta principal, aunque llenos de moho y verdinegro se descubre el aspecto de unas figuras humanas, tallados en piedra y de relieve, que parece que guardan la entrada y custodian ó reverencian a un busto de medio cuerpo, también tallado en piedra ordinaria, que se ve erguido en el ámbito superior del arco y representa un caballero con vestimenta y peinado a la usanza del tiempo de Felipe V. (Paseo: p. 262- 263)

El volumen de la edificación es notable, dos plantas (aunque no se refiere entresuelo alguno en el texto, este puede apreciarse en el grabado), teniendo en cuenta que el asentamiento es pequeño —comprende originalmente 30 manzanas— y la holgura de la manzana que la soporta (51 metros de ancho por 69,61 metros de fondo). Pero la vista de la fachada le provoca un triste comentario:

No quedan en pie del segundo piso, más que las ventanas, y eso hundidas y fuera de quicio, porque los balcones, que se conoce que eran corridos por todo el frente, han desaparecido, no restando otra cosa, como en testimonio de su lamentable destrucción que los huecos de las vigas podridas, donde estuvieron suspendidos. (Paseo: p. 263)

De la fachada lateral derecha (Norte), calle Luna o calle 10, nos dice: “El costado del Norte no presenta mejor vista que la fachada. Temiendo que se abriese en dos mitades le arrimaron un grueso y altísimo estribo de mampostería. Y de la contraria (Sur) que cae sobre la calle Liceo o 14, cuyo dibujo ilustra el artículo que se comenta, expresa:

Hacia el ángulo izquierdo hay un balcón corrido, cosa de quince varas de longura, hecho de informes balaustres de madera, medio destruido y cubierto de un colgadizo de tejas (1): luego continúa una espaciosa galería que la constituyen cinco arcos de piedra soportados por sus correspondientes columnas del orden dórico, y cuyo techo es de azotea. Por último, hacia el ángulo derecho, de la pared maestra, que forma el cajón de la casa, sale una especie de martillo, que viene a estar en línea con la galería, con una puerta, la cual conduce a la cocina y a la azotea, por medio de una escalera. Esta parte parece ser la últimamente fabricada en el palacio, pues aunque en el costado del norte [calle Luna o 10] tenga su estribo de mampostería, el color de las paredes lo mismo que el de las tejas confirman la idea de nuestro aserto.(Ver: grabado Palacio del Bejucal, fachada del Sur.)

En aquel mismo ángulo derecho, calle Luna o 10, destaca habitaciones accesorias, integradas a la planta baja, que alguna vez se ocuparon con otras funciones, “la escribanía pública de la ciudad”:

 […]“ecsiste una taberna, y más adelante una barbería, luego una sastrería y zapatería. También dicen que en otro tiempo, ocupaba una de esas posesiones del piso bajo la escribanía pública de la ciudad, hoy es audaz empeño, por no decir temerario, el permanecer a la sombra del palacio, […]

(1)Este pequeño colgadizo,  y el balcón no existen ya, según se ve en la estampa.(P. 263)

Una vez traspasada la puerta principal junto al amigo de la infancia que le acompaña, Villaverde describe un espacio cubierto, de transición entre el exterior e interior de la vivienda, ¿el zaguán?:

En el pasadizo, franqueado por seis hermosas columnas, del mismo órden [dórico] que las de la galería, á mano izquierda, encontramos tirados en un rincón dos coches antiguos, uno que permanecía sobre sus ruedas, y el otro destrozado sobre el suelo. (P. 26)

“Torciendo” a derecha comienzan las escaleras de piedra pulida por el uso que ascienden al piso superior. Allí se encuentra la sala central del palacio, espaciosa y con una decoración exótica que aún conservaba:

A la derecha de la entrada, casi todo el testero lo ocupa un magnífico dosel, á la altura de un hombre y pegado a la pared, que figura ser de damasco, con flores de oro, bajo del cual se miran, en una línea, bien conservados y hechos de pasta, con vestiduras ricas y propias tres medios cuerpos: un caballero y una dueña, que según diz representan la Familia real [Felipe V] reinante en la época de la fabricación del palacio, y en medio de ambos el Cordero pascual. Debajo de estas tres figuras, hay otras dos de la misma pasta, relieve y estraña vestimenta, un caballero y una señora, que se atribuyen á retratos del Sr. Marqués segundo [Juan José Núñez del Castillo y Pérez de los Reyes] y á su esposa [doña Antonia – Feliciana de Sucre y Trelles, Pardo y de la Casta]. Luego, en todo el redor de la sala, a la altura dicha, embutidos en la pared y simulando con pinturas gruesos cordones de seda, cuelgan doce medallones grandes medallones de yeso, muy bien labrados, con su símbolo para distinguirlos mejor, y su versículo al pié. Sobre las puertas y ventanas, guardando la línea de las jambas y dinteles, hay también unos adornos de madera, que coronan bustos graciosos y pequeños de indios con penachos de matizadas plumas: y en todas las paredes instrumentos y papeles músicos pintados, cortinas fingiendo damasco, recogidas en pabellones con cordones de vivísima seda.

Todo este aparato, lujo y adorno raro, les da mayor aire de tristeza y gravedad, una hermosa águila negra, con las alas desplegadas que prendida del cielo raso por el lomo, sostiene en sus garras un globo de oro, y de este un alambre; donde sin duda se colgaba la araña para iluminar el salón en los suntuosos saraos que según es fama allí se dieron, cuando estaba en todo su esplendor y gloria el poder feudal de los Sres. marqueses de San Felipe y Santiago. (P.265)

Se desprende de los párrafos anteriores la confirmación del lujo de corte euroccidental que exigía la pertenencia a la élite aristocrática: el palacio,  la decoración de la sala principal (dosel, paños caros, vestimenta de figuras representadas; uso de símbolos heráldicos, entre estos, el águila negra sujetando el globo de oro). Por otra parte, se verifica la subsistencia de elementos pertenecientes a la cultura indígena aruaca que son incluidos en el ambiente familiar (“bustos graciosos y pequeños de indios con penachos de matizadas plumas”) ¿es esta una referencia a la identidad local,  al igual que la mención del “bejucal”, palabra aborigen convertida en toponímico y citado en el título de la ciudad?[5]

Otros espacios, igualmente deteriorados de la vivienda, visitados o mentados, son de menor interés para este trabajo: la cocina, en planta baja, donde habita una vieja esclava de los marqueses en condiciones de miseria, y los “cuartos” o habitaciones de la planta alta, orientados al Norte. 

Por último, se comprueba la importancia histórica y patrimonial del texto “Palacio del Bejucal”, donde quedó expresado el testimonio de Cirilo Villaverde; su utilidad para reconstruir virtualmente el palacio de los marqueses de San Felipe y Santiago y la visión de sí mismos que poseyeron sus aristocráticos habitantes: acerca de su encumbramiento, de la privilegiada posición económica, social y hasta geográfica que ocupaban en relación con la ciudad-marquesado y con sus pobladores (vasallos originalmente inmigrantes canarios).  El amigo de Villaverde le describe al escritor cómo desde:

[…] otra puertecilla, mucho más chica que la anterior, que daba al terrado de la galería, desde cuya altura, según él me dijo, se gozaba de una vista estensa, completa y pintoresca de todos los alrededores de la ciudad, la sierra y el valle, sabana de verdura y flores.[p. 287]

Las dimensiones del edificio también fueron notables para la época, si las comparamos con las de mansiones de La Habana intramuros, en especial con su propia vivienda. El palacio de los marqueses de Santiago y San Felipe, fue construido por el IV marqués de San Felipe y Santiago,  Juan —Clemente— Núñez del Castillo y Molina, Sucre y Pita de Figueroa[6],hacia la última década del siglo XVIII (Weiss: 1996, pp. 233-234), en el ámbito de la plaza de San Francisco (Oficios # 142 esquina Amargura, actualmente: Hotel “Palacio del Marqués de San Felipe y Santiago”), también tuvo dos plantas con entresuelo, y obviamente ocupó una superficie menor que la indicada para el palacio de Bejucal; si bien el arquitecto e historiador Joaquín E. Weiss Sánchez, en la obra antes mencionada, la consideró como “la última de las grandes mansiones barrocas habaneras”. 

NOTAS: 

[1] La autora de este artículo lleva a cabo en la actualidad una investigación histórica titulada “Estudio de los Señoríos habaneros 1713-1812”; ha publicado, desde 1996, diversos artículos y ponencias alrededor del grupo social élite conceptualizado por ella específicamente como “nobleza criolla titulada”, y sobre su estructura y funciones directamente vinculadas a la evolución histórica de la región habanera, particularmente al desarrollo sucedido durante el siglo XVIII en su economía agraria y urbana. 

[2] Se puede considerar como el primer estudioso de este tema en Cuba a Francisco Pérez de la Riva: “Los señoríos cubanos”, en: Separata de la Revista Bimestre Cubana, v. 57, no. 2, marzo-abril 1946.

[3] Manzana “Palacio de Bejucal”: Lados Este y Oeste miden 51,19 m cada uno y los lados Norte y Sur 69,61, respectivamente.

[4] Área.(Del lat. arĕa). f. Espacio de tierra comprendido entre ciertos límites. ||2. Unidad de superficie equivalente a 100 metros cuadrados. (Símb. a). Hectárea. (De hecto- y área). f. Medida de superficie equivalente a 100 áreas. (Símb. ha).

[5] Bejucal, palabra derivada de: Bejuco. Este es otro vocablo indoamericano que perdura hasta nuestros días. […] Valdés Bernal, Sergio: Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba, Editorial Academia, La Habana, 1991. Tomo 1,  p. 111.

[6] Juan —Clemente— Núñez del Castillo y Molina, Sucre y Pita de Figueroa, marqués de San Felipe y Santiago (IV) conde del Castillo (I) con grandeza de España,  nació en  La Habana 22.11.1754 y falleció en la misma ciudad el  28.03.1804. (Nieto: 1954: p. 480-481)

Lohania Aruca Alonso
carua@cubarte.cult.cu

Publicado, originalmente, en el Portal Cubarte el 8 setiembre de 2013 http://www.cubarte.cult.cu/
Link del artículo: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/el-palacio-de-los-marqueses-y-senores-de-la-ciudad-de-san-felipe-y-santiago-de-bejucal--parte-ii-y-final/24846.html

Autorizado  por la autora, a la cual agradecemos.

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