Invocación a Mozart

poema de Horacio Armani

Wolfgang Amadeus Mozart

Debes de haber amado demasiado la vida

para desangrarte así, en hermosura de sonidos,

continuamente grácil y adorable.
Debes de haber vencido bandadas de dulzura,

luces que no sabían de ti sino un temblor

y que entraron a tu alma con un rumor oceánico

de cristales azules navegándote.

No sabes con qué anciano dolor busco tu altura,

fulgencia deliciosa que abrillantas con sueños

la deplorable y agria mocedad de mi vida.
Cuando mis ojos llenas con tus lágrimas puras,

señor, liviano ser henchido como lluvia en otoño y airoso,
cuando de la guirnalda sonora baja el zumo que amo

la ternura circula como un huso en tus dedos:

en esas yemas suaves me contemplo fluir

e idéntico a un racimo sube el beso a mi alma.

En tu sonido elevo mi corazón temblando sin cesar ante un río
memorioso, e inmóvil a su orilla
veo pasar los rostros de las suaves mujeres
amadas tanto tiempo para engaño del alma:
bocas, pechos, miradas largamente adorables
y en cuya sed la vida caía como un vino de temerosas ansias.

Sólo tu voz permite remontar esas aguas

de remota dulzura,
o acontecer cantando con los ojos bañados
por lágrimas antiguas, esperando
la delicia de un único instante incomparable.
(Oh, hermoso sería descender

por su profunda claridad, oyendo

los ecos nuevos de la luz, el aire

batiendo inmensos círculos, rodeando

la integridad paciente de aquel sueño).

Que tu milagro siempre me sea imprescindible como al amor el ansia:

no abandones mi ánimo, no desampares tanta

voluntad de ternura, tanto aguardar; no huyas
antes que nuestra espera se resuelva en tu gracia, ante que pueda

asirte agudamente con sólo una palabra

en el centro del sueño, como a Dios

Cristo en la hora aciaga de su muerte.

Hoy sólo la poesía, como una gracia inútil que aun conservo,

tiende hacia ti sus manos suplicantes, anhelándote.

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