Tres nosotros |
SUTIL INGENIO el de los genios. Logran, sin proponérselo, representar al
colectivo transformándolo. Por eso es que hay tanto cuerdo suelto
imitando a Armando Reverón o presentándose en familia como Francisco de
Miranda. Arturo Michelena es un niño de pecho escondido en sombrero de
pumpá en una sociedad que lo miraba como Miranda nos observa desde La
Carraca. También Soto, sí, Jesús, es otro genio, que más bien parece un
farmaceuta viendo pasar al soberbio Orinoco.
Tres luces de nuestra venezolana pintura nos sostienen desde su levedad,
pues creo que todo arte genuino se levanta en lo local, se empina y
asoma desde lo íntimo. Se erige desde su localidad y extiende su
sensibilidad y mirada sobre el mundo, lo absorbe y transforma
sintetizándolo y ampliando el concepto y las dimensiones de la realidad
que no se deja atrapar así como así.
Pienso que allí pudiera residir una definición de genialidad: fuerza que
altera la realidad, la resume, es un decir, haciéndola más compleja,
multiplicándola. La rueda, la escritura o la metáfora son ejemplos en
esa dirección. La pintura es el reino de la sombra y de la luz, del
asombro difuminado en colores, materia húmeda sobre la piel del mundo
que es de lienzo, de papel o de roca. Y es un trabajo arduo como el del
buey arando sobre el mar. Escojo a estos tres pintores como los más representativos de ese ingenio del arte nacional, en donde tanta estrella no se da abasto en tan escasa bandera. Tal vez, también, los más populares, en el sentido de tener un cierto reconocimiento social con raíces y huellas simbólicas que transcienden lo venezolano.
ARTURO MICHELENA, Armando Reverón y Jesús Soto, son juntos y por
separado, expresión de una entidad llamada Venezuela y de una identidad
susurrada desde lo propio. Sin nacionalismos chuecos, sin desfiles
patrios pero sí con orgullo ciudadano, como decir que Goya es español, o
Van Gogh holandés. ¡Ni más faltaba! Cada uno levantó su castillo. Michelena lo construyó en "Miranda en la Carraca", no su obra más hermosa pero sí la más representativa y significante. Uno de los iconos mayores de nuestra pintura, por lo que enseña, por lo que esconde, por lo que calla, por lo que otorga, por el diálogo que uno establece con Francisco apoyado en su mirada, pose y lugar, en una complicidad que nos identifica, haciendo evidente aquello de que las pinturas, como los libros, nos leen, descifran, alumbran y reflejan.
EN SU CASO, Reverón se exilió frente al mar en fortaleza propia hecha a
su imagen y semejanza. Queremos tanto a Armando que hemos dejado de
verlo como un susto. Se ha hecho de la familia y comparte la vecindad.
Ya no intimida a nadie porque lo metimos en una jaula de afecto e
incomprensión. Ahora los perros no le ladran. Su castillo es de arena
como un reloj hundido en el océano. Soto representa el espíritu volador y curioso, imaginario y labrador, incansable y gozoso, sutil y pertinaz por comprender lo mínimo dentro de la inmensidad, la soledad y la compañía juntas, el movimiento y el espacio, las ecuaciones de la vida escritas en fórmula cinética, a profundidad de tiza, como un jeroglífico escrito por un extraterrestre.
Tres hombres. Tres luces. Tres nosotros que nos viven mirando a ver si nos encuentran, por fin. |
por
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
Editado por el editor de Letras Uruguay
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