Alguien alguna vez afirmó que Venezuela
era una nación fingida y otro alegó que Colombia es una nación a pesar
de sí misma. ¿Me atrevería yo a terciar que la frontera colombo
venezolana ha sobrevivido a ambas desgracias si es que no es una sola
con diferentes nombres?
En mis viajes a esa frontera común que es diversa, retorcida y plural,
he recogido experiencias humanas y sociales insobornables a libros de
historia, teorías políticas, controles gubernamentales o estadísticas
económicas, aunque mire usted que leer a veces nos cierra la boca y pone
a pensar.
Las fronteras son la piel de las naciones. Porosas por su indefinición,
sí, pero no solo por lo que allí se suda y ventila, sino además por lo
que se transforma y crea en combinación permanente de identidades en
metamorfosis y construcción. Lo fronterizo siempre asombra, saca de
paso, convida. Y eso es lo que no entendemos desde las capitales, desde
las teorías o desde los cogollos gubernamentales siempre tan urgidos de
control, además de todos los excesos que tal actividad comporta. En
venezolano aquel “Exprópiese” de Chávez es sinónimo de éste “Ciérrese la
frontera” del de ahora Maduro.
En el caso colombo-venezolano esa frontera es diversa, rica-pobre,
contradictoria y a la vez complementaria en el espejo, por tantas
razones que son al menos geográficas, históricas, humanas, sociales,
familiares y culturales. Pero a pesar de todas las tensiones
imaginables, con un idioma común y un sufrimiento histórico de desdén
compartido desde lejos, por el simple estigma de ser “zonas limítrofes”,
orilla.
Esa frontera de la que hablamos es ora marítima ora costera ni se diga
andina o llanera y cuándo no selvática, repartida en una cifra ya
cansina de 2219 kilómetros que repetimos sin saber si es verdad esconde
su verdadero valor detrás de un bendito número que más parece un precio
de mercado que un lazo de amistad, comprensión y de ayuda.
Y esta pereza por entender y recibir la lejanía, esa duda, es la que ha
traído como consecuencia esa obsesión paralizante por militarizar,
evangelizar y burocratizar, dominar todos juntos a la vez o por
capítulos, lo que no se comprende; aquello distinto, otredad, allá en la
margen donde ha podido crecer en complicidad con esos mismos entes
empecinados por la dominación del espacio del otro al que ahora llaman
insoportable, peligroso, “por razones de Estado” u otras evasiones
lingüísticas por el estilo.
La ilegalidad que ha crecido en esos confines, con rasgos tan
propiamente fronterizos, ha sido producto de intereses o bien locales,
nacionales, binacionales o internacionales a pesar, sea dicho, de los
esfuerzos que no han sido escasos desde por ejemplo 1833, cuando ya
separadas ambas naciones de aquel sueño o pesadilla inconclusa de la
unidad, firmamos y nunca llevamos a cabo, aquel Proyecto de Tratado de
Amistad, Alianza, Comercio, Navegación y Límites entre Venezuela y Nueva
Granada que a la vuelta de 17 años cumplirá 200 años, si es que aún el
mundo sigue andando.
Hace un año el gobierno venezolano ordenó unilateralmente el cierre de
esa frontera, cacareada de común, dizque para desvanecer la eternidad de
los problemas que allí existen. Nada se resolvió en este lapso.
Seguramente las mafias han crecido, transformándose, mimetizándose,
especializándose; se les otorgó el tiempo necesario, año sabático, para
realizar ese post-grado tan necesario y tan urgente.
Hace días amanecimos con el anuncio de que la iban a reabrir a cuenta
gotas, “ordenada, controlada y gradual” dijo el colombiano; “frontera de
paz” profirió su simétrico como queriéndole llamar la atención, para
que no lo olvide, de aquella Paz, la otra, la de verdad verdad, la joya
de la Corona, la que a Santos no deja ni dormir y en la que Venezuela,
Cuba y las FARC, que sí son vecinos idénticos, ideológicos y trillizos,
mecen en cuna de oro con mosquitero y todo, a ese otro posible socio
caña de azúcar: la Colombia tan querida y tan fácil.
Hoy, para los gobiernos de Colombia y Venezuela, la frontera común,
“herencia de los imperialismos” es un número, ahora sí, una mercancía
geopolítica y geoestratégica por encima y más allá de cualquier otra
connotación humana o económica. Valor de uso, valor de cambio y algún
que otro detalle para guardar las apariencias de lo que en el fondo
verdaderamente está en juego que es la toma del poder en Colombia a
través de los Acuerdos de Paz de la Habana que es donde, dejó saber
Maduro a boca llena en rueda de prensa, acordó con su homólogo Santos,
reabrir la frontera extraviada de estos lares |