Un escondrijo en Amsterdam por Germán Arciniegas Ilustró Eduardo Vernazza
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Hoy se sube de nuevo la escalera recogiendo el ruido de los pasos. ¡Como en el 42! Se hace girar en silencio e! anaquel, se entra al escondrijo. A la catacumba. Se ven pesadas en el muro las mismas láminas que Ana pegó cuando llegaron en fuga. Por la ventana que estuvo velada por dos años se ven las mismas calles, los mismos techos, la misma torre. Lo que a veces, en la noche, apagadas las luces, veían los siete judíos desde su ratonera. Y otra vez se hace un silencio inmenso en torno. Silencio de pasmo. De terror ante la barbarie que de tiempo en tiempo sale de las entrañas de la tierra para espantar a los simples seres humanos indefensos. — Amsterdam. Primer relato de La Sirenita Hace ya muchos meses que la Sirenita perdió la cabeza. Como la vemos hoy, aunque nada lo denuncie, es una belleza restaurada. La familia del escultor conservaba el molde original y, fundida la cabecita nueva y ajustada a la obra decapitada, quedó como si nada hubiese ocurrido. Eso no es así. La Sirenita tiene hoy dos historias. La una viene del cuento de Anderson, y ésta es la historia honorable. La otra —la de la misteriosa hazaña del ladrón desconocido — ha colocado a la divina imagen de Copenhague en la crónica de policía. Ahora se dice que todo se descubrió. Y en secreto cuentan que la cabecita perdida se encuentra en la Prefectura. Que todo se sabe. Hasta el punto en que las informaciones se han filtrado, lo informaré en este relato, si el espacio lo permite. Todo comenzó a fijarse en torno a un estudiante de química, Hans Michelsen, muchacho amigo del deporte, pero con no disimuladas inclinaciones a la filosofía, y, cosa menos grave, a la literatura, a la poesía. Hans viene de una familia hebrea antigua en Copenhague. Hans padre ha tenido un negocio importante de porcelanas en la calle mejor de la ciudad, en Ostergade. Es la calle por donde no pasan los automóviles. Lógicamente, Hans el mozo ha debido seguir la tradición, y vender porcelanas. No ha sido así. Lo natural, hoy, en los hijos, es no hacer lo que han hecho sus padres, ni sus abuelos. Sonia Hansun, una chiquilla que siempre se ha considerado la amiga de Hans, le decía a un periodista, explicándole: “Hans no quiso volver nunca al negocio de su padre porque alguna vez, por descuido, dejó caer una porcelana de la Sirenita'’. El viejo se airó. Cosas de comerciantes... Este cuanto de Sonia se ha tenido por falso. Sonia riñe con Hans y lo de la Sirenita rota, remotamente, podría comprometer a Hans en lo del robo. ¿Por qué? ❖
Cuando se mencionó primero a Hans Michelsen en lo del crimen,
corrieron muchos chismes y se habló de sus amores con Sonia. Se
trataban desde chicos, y Sonia le provocaba de continuo. Hace unos
años — no muchos antes de que un día apareciera la Sirenita sin
cabeza—, Hans y Sonia — dieciocho y quince años — se fueron de
vacaciones. Pasaron una semana de vagabundeo entre pinos y playas.
Ahora, descubrieron los amigos de Hans unos poemas suyos que han
querido publicar. Hans no lo ha permitido, indignado. Con todo, los
periodistas agarraron en la prefectura uno. Lo traduzco: ❖
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Germán Arciniegas (Colombia)
Ilustró
Eduardo Vernazza (Uruguay)
(Exclusivo para EL DIA)
Suplemento dominical (Huecograbado) del diario El Día (Montevideo, Uruguay) s/f
Editado por el editor de Letras Uruguay
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