“Collage" de Italia

Crónica de Germán Arciniegas

(Exclusivo para EL DIA)

Ilustró Eduardo Vernazza

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIV Nº 1706 (Montevideo, 26 de setiembre de 1965)

El “collage" que voy a introducir tiene sus orígenes en lo que llamábamos álbum de pegados. Para este caso de collage a la francesa aprovecho únicamente dos caracteres contrapuestos: Montaigne que viaja en 1580 y Montesquieu que viaja en 1728. El tema es Italia.

“Cuando llego a una ciudad, me subo siempre al campanario más alto, para abarcar su conjunto, antes de ver sus partes; y al salir, hago lo mismo, para fijar mis impresiones" (Montesquieu). “No sé porqué se le da a Florencia el nombre de bella entre todas; lo es, sin excederla, como Bolonia, y apenas poco más que Ferrara, pero sin comparación está por debajo de Venecia. Ciertamente es bello descubrir desde el campanario la infinita muchedumbre de casas que llenan en torno todas las colinas en dos o tres leguas a la redonda; y el valle en que está edificada y que tendrá dos leguas de extensión. La ciudad está pavimentada de piedras planas, sin orden ni concierto" (Montaigne). “En Europa se hace un gran comercio con las perlas de vidrio que se hacen en Murano y se venden en Venecia; de allí se las envía a Italia y al resto de Europa para los salvajes y los negros...” (Montesquieu). “Un testimonio notable de la imbecilidad humana ha sido señalado por los autores de la antigüedad mostrando cómo Diodoro el dialéctico murió en el campo victima de una extrema pasión de vergüenza, porque ya no podría desarrollar en su escuela y ante el público un argumento que le habían propuesto" (Montaigne). “Antiguamente los papas tenían más autoridad fuera de sus Estados de la que tienen hoy, pero por dentro era menor. El vicario de Cristo era más grande, y el príncipe más pequeño* (Montesquieu). “Yo dictaría una ley en Roma para que las principales estatuas se declararan inmuebles y no pudieran venderse sacándolas de los palacios en donde se encuentran, bajo pena de confiscación del palacio y de los demás efectos del vendedor. Sin esto, Roma será del todo despojada” (Montesquieu).

‘'Estando en Pisa se produjo una tremenda disputa en la iglesia de San Francisco entre los padres de la catedral y los religiosos. Un noble de Pisa había sido enterrado en esta iglesia la víspera. Los padres se presentaron con ornamentos y todo lo necesario para decir la misa. Alegaban su privilegio y una costumbre inveterada. Los religiosos decían, por el contrario, que era a ellos y no a los otros a quienes correspondía el decir la misa en su iglesia. Un padre se adelantó al altar mayor para adueñarse de la mesa; un religioso se esforzó por obligarlo a dejarla; pero el vicario que servía a la iglesia de los padres le dio una bofetada. Las hostilidades se iniciaron entonces por parte y parte, y de mano en mano el asunto se convirtió en puñetazos, golpes de bastón, de candeleros, de estandartes y de armas parecidas. Se hizo uso de todo. El resultado de la querella fue que ninguno pudo decir la misa, lo cual produjo gran escándalo...w (Montaigne).

“No encuentro esa belleza famosa que se atribuye a las mujeres de Venecia, sino que las más nobles son las que se hacen cortesanas. Lo que hallé más admirable que ninguna otra cosa fue ver tantas, como ciento cincuenta o más, comprando muebles y vestidos como princesas" (Montaigne). “Desde hace unos veinte años faltan como diez mil prostitutas de Venecia. lo cual no proviene de una reforma en las costumbres, sino de una visible disminución de extranjeros. Antiguamente, al carnaval de Venecia venían entre 30 y 35.000 extranjeros. Ahora, apenas 150" (Montesquieu). “Viéndolas con atención, no se encuentra una belleza particular en las mujeres de Roma que pueda darles esa preexcelencia de que gozan en todas partes del mundo. Como en París, la belleza más notable se encuentra en manos de quienes la ponen al mercado" (Montaigne).

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“Los reyes llaman majestad un aire que nace del miedo. Los republicanos, por el contrario, llaman majestad un aire que nace del amor” (Montesquieu). “El pueblo de Venecia es el mejor del mundo: no se necesita de policía en los espectáculos, ni se forman tumultos; no se ven riñas. Sufren con paciencia si un grande no les paga, y si van tres veces a casa del poderoso y éste les dice que si vuelven los sacará a palos, se arman de paciencia y no tornan. Pero cuando un grande ofrece su protección lo cumple cueste lo que cueste'’ (Montesquieu). “Cuando se entra a los Estados del papa, se ve que el país es mejor y la miseria mayor. No hay los impuestos de Florencia; por el contrario, son pocos. Pero como no existen ni comercio, ni industria, cualquier cosa que grave a los habitantes pesa tanto como a los florentinos su carga'’ (Montesquieu). “La mayor belleza de Roma está en sus viñedos y jardines, y su  estación mejor, el verano" (Montaigne).

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El Príncipe Mauricio. — Hace días que escribí una nota tan de prisa sobre el príncipe Mauricio, que hoy tengo que volver sobre el mismo tema. Porque de Mauricio Nassau habría que escribir un libro popular que le sacara del olvido. En el Brasil le recuerdan muy bien. En el resto de la América Latina, poco o nada. Y su caso fue extraño y precursor. Era holandés y protestante. Los sabios, los pintores, los botánicos, los arquitectos que con él llegaron a Recife eran de esa Holanda que entre muchos otros estímulos que la movían a la guerra contra España, tenían el de los judíos expulsados por los reyes católicos y refugiados en Ámsterdam o en La Haya. Brasil estaba gobernado entonces por los mismos Felipes de España y ofenderlo era para los judíos una fina revancha, para los protestantes un placer, para los comerciantes un gran negocio, para los negreros un mercado ideal. En el principio fue cosa de piratas y corsarios. Se apresaron naves cargadas de azúcar, aun llegó a ondear por un tiempo la bandera de Holanda en Bahía, la capital. Cuando España logró recuperar a Bahía. Lope de Vega escribió el “Brasil Restituido" y Juan Bautista Maino pintó "La Reconquista de Bahía" que está en el Museo del Prado. Pero estos fueron gustos pasajeros. La Compañía de Indias Occidentales se propuso establecer en el Brasil la Nueva Holanda, y surgió la figura del príncipe Mauricio.

El Príncipe logró mantener en Recife su bandera. Le dio escudo a esta Nueva Holanda: en los cuatro cuarteles figuraban Pernambuco, una mujer llevando una caña de azúcar; Itamaracá, tres racimos de uvas; Paraiba, seis panes de azúcar, y Río Grande del Norte, un pájaro. Hizo que Holanda desalojara a los portugueses de Angola, en el África, para que no le faltaran negros... Obedecía a los impulsos rapaces de la burguesía de entonces. Pero en esto quedaba incluida su idea del progreso, del arte, de las ciencias. El llegó al Brasil con Franz Post, Albert Eckout y Zacarías Wagner, cuyas pinturas y grabados fueron más tarde como las páginas en colores y en negro de una revista ilustrada que circuló por toda Europa, en buena parte divulgadas por el libro que escribió Gaspar van Baerle.

Mauricio, de regreso del Brasil, en su precioso Palacio de La Haya, que sigue siendo maravilla de Holanda, montó el museo de América. Hoy en el hay que contemplar la lección de anatomía de Rembrandt o la niña de la perla de Vermeer. Pero en tiempos de Mauricio estaban los trabajos de plumas, los papagayos disecados, los paisajes de Recife y de Bahía de Franz Post. Los ocho años que duró el gobierno de Mauricio en Recife fueron ocho años que sirvieron de enlace entre la Europa no ibérica y el Nuevo Mundo. Eso sí, estaba escrito que de todos los que llegaron al hemisferio occidental, los holandeses que fundaron Nuevas Holandas en el norte y en el sur, y una Nueva Amsterdam en donde luego fue Nueva York, sólo habrían de quedarse con los puentes de subir y bajar de Curazao.

Cuando Mauricio le regaló a Luis XIV unas cuantas pinturas de las que había traído, le dijo: ‘'Estas rarezas representan todo lo del Brasil en imagen, es decir: el paisaje y los habitantes del país, los animales, los pájaros, los peces, los frutos y las yerbas, las ciudades las fortalezas. los palacios ..." Sobre estas pinturas, con estos elementos se hicieron tapicerías en los Gobelinos, se pintaron platos en Sévres. Se lanzó al mercado una nueva imagen de América.

El príncipe levantó palacios en el Brasil: el de las dos torres que parece una catedral y el de Boa Vista, con sus cuatro torreones cuadrados con agujas que recuerdan los campanarios de Flandes. En su jardín botánico plantó

cien variedades de árboles frutales, y setecientos cocoteros. Tendió puentes, construyó fortalezas. Su corte de pintores, naturalistas, médicos, poetas, era academia y universidad. Sus colecciones constituyen el primer museo tropical. Los directores de la Compañía encontraron todo esto demasiado académico. Lo llamaron a Holanda. Luego, cuando ya habían vuelto los Braganzas al trono de Portugal, el jesuita Antonio Vieira enardeció a los brasileños para que echaran de Recife a los herejes. El padre era tan bravo que le pidió cuenta a Dios porque se dormía y dejaba que triunfaran los protestantes. Entonces, o despertó Dios, o se espantaron con el demonio los brasileños, y vino el ataque sin vacilaciones. Los holandeses tuvieron que volver a su tierra. Pero de toda la aventura quedaron en Holanda los recuerdos del príncipe Mauricio. Un lector argentino, que leyó la primera nota que envié desde Ámsterdam cuando visité la casa del príncipe, me ha hecho ver la ligereza con que la escribí. Tiene toda la razón. Del príncipe hay que hablar sin prisa, porque... hubo una vez en el Siglo XVII, en América, un príncipe ilustrado, con ímpetus que anticiparon a los que luego, en Europa, tuvieron los reyes educados por Voltaire.

Crónica de Germán Arciniegas

(Exclusivo para EL DIA)

Ilustró Eduardo Vernazza

 

Suplemento dominical del Diario El Día

Año XXXIV Nº 1706 (Montevideo, 26 de setiembre de 1965)

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

                     Germán Arciniegas Letras Uruguay

                                                      Eduardo Vernazza Letras Uruguay

 

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