No es fácil saber lo que piensa hoy la
juventud de Europa. La que se hace sentir es la vociferante y
despeinada, aparentemente libérrima y rebelde, que en el fondo sigue
dócilmente las consignas que se le distribuyen, y que el día de
quemar, quema automóviles, y el día de romper, rompe vidrios. ¿Representan estos grupos a su generación? Los que no gritan,
¿son los retrasados, los conservadores? ¿Cómo llegar a saber qué
piensan los silenciosos?
Para conocer a los que no gritan, hay algo que
le impone al observador latinoamericano: el rigor del bachillerato
europeo. Un bachiller de Francia, de Italia, de Alemania, ha pasado
por pruebas y estudios agotadores, conservando su libertad de
juicio. Esta preparado para que piense, para que discuta, para que
pueda hacer una carrera universitaria sobre la base más sólida. Lo
demuestran los exámenes finales. El año pasado hubo un fraude, se
vendieron los cuestionarios, y el asunto revistió caracteres de
escándalo nacional. Los del fraude están en la cárcel. “Le Fígaro”
hace todos los años una presentación de los mejores trabajos. La
selección de las respuestas indica los niveles más altos, pero
también da la medida de cómo responde la nueva generación. Uno de
los temas que se fijaron para este año se reducía a tres palabras:
“Civilizado, salvaje, bárbaro”. Jacques Paraire dio unas respuestas
que ocupan tres columnas del periódico. Lo que ha dicho este
muchacho de 17 años obliga a rectificar el juicio que podamos
formarnos sobre la juventud, si nos atenemos sólo a la algarabía de
los alborotadores. Resumo sus respuestas.
Usamos las palabras civilización, barbarie, y estado salvaje porque
nos sirven para explicar muchas cosas, pero conviene saber cómo
estos términos han evolucionado. Los griegos consideraban bárbara a
toda cultura que no era la suya. Hoy no vamos a decir que la cultura
china, por ejemplo, es bárbara. En el siglo pasado se llamaba
salvajes a casi todos los pueblos del África negra, la Amazonia y la
Indonesia. Hoy decimos salvajes a quienes desprecian ciertos valores
fundamentales inherentes a toda civilización, y así hay que
reconocer “que dentro de los mismos grupos que se dicen civilizados,
hay actos bruscos de barbarie o salvajismo, que se producen durante
las guerras, en tanto que ciertos pueblos que antes llamábamos
salvajes, presentan por el contrario características de
civilización. La civilización es una calidad universal que permite
la convivencia de culturas diversas.
No hay que confundir entre el valor de una cultura y el poder que da
a quienes la poseen. “Los incas, por ejemplo, no conocieron la
rueda. Eran por esto, menos poderosos que los españoles y estaban en
una condición de inferioridad frente a ellos, desde el punto de
vista de la fuerza. Pero formaban indiscutiblemente un grupo
civilizado, que no puede medirse como poder físico, sino como valor
cultural”. La civilización es común a todas las culturas siempre que
reconozcan ciertas leyes morales universales: el respeto a la vida
humana, las leyes del desarrollo científico, la libertad y la
facilidad de que se comuniquen unos grupos con otros.
El estado salvaje no es sino el desequilibrio interno de la cultura
local. Aparece en muchos países — así se hayan civilizado ya —
cuando las guerras rompen las comunicaciones con el mundo, nacen los
odios, se pierde la tolerancia. Peor aún es la barbarie porque tiene
un origen externo, resulta de la oposición de culturas diferentes y
produce las “invasiones bárbaras”. Así, en las guerras modernas. La
barbarie se distingue del salvajismo por una brutalidad y una
inhumanidad mayores. El estado salvaje es estático, el bárbaro es
dinámico. Los tres estados: civilizado, salvaje y bárbaro pueden
coexistir dentro de una cultura. “El peor de los tres estados es sin
duda el estado bárbaro, que puede definirse como la desaparición del
estado civilizado dentro de una cultura, desaparición proveniente de
la oposición de dos culturas antagónicas. Esta oposición es temporal
porque esas dos culturas acaban por unirse”. “El bárbaro es un
hombre brutal, en contradicción menos consigo mismo que con su
vecino. Su sola preocupación es la de combatir y conquistar lo que
tiene por delante, hacer propio lo que no es suyo. Pero, ya se trate
de un grupo cultural o de un individuo, el único fin, el único ideal
que no es capaz de perseguir es el de la civilización, que no es
exclusiva de una cultura ni de un individuo. La civilización busca
la armonía”. |
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Ilustró Eduardo Vernazza
(Uruguay) |
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