Flora Tristán, la precursora

por Rosa Arciniega

La reciente recordación del centenario del nacimiento de Paul Gauguin —conferencias, artículos, ensayos; en Francia, exposiciones de muchos de sus cuadros— impuso a sus comentaristas la obligación ineludible, para explicar su "caso”, de hacer repetidas alusiones a su abuela, a aquella Flora Tristán, más peruana que francesa, cuya patética existencia, espíritu andariego, rebelde carácter y extraña psicología rebrotaron, como un sorprendente parecido físico de familia, en su nieto genial. De Gauguin podría decirse, con la expresión popular, que fue la viva estampa de su abuela.

Pero ¿quién y qué fue, en realidad, Flora Tristán? "Su nombre, su apellido, dice —y dice con razón— el escritor francés que más apasionadamente la ha estudiado, Jules L. Puech, no parece ser de los que se oyen por vez primera al escucharlo, nos "suena”; mas ¿qué es lo que se sabe acerca de esta mujer que tuvo su hora de triunfo y a quien la posteridad tendrá que rendir un tributo de admiración?” He ahí la ventaja y la inconveniencia de esos nombres y apellidos que nos "suenan”, que nos resultan familiares por ser comunes a diversos personajes populares, artísticos o históricos. La lista de los "Tristán” —ya como nombre propio o como apellido— que exigen recordación resultaría interminable, y el mismo de los antepasados y directos parientes de Flora, el de los Tristán y Moscoso, es uno de ellos. Según el árbol genealógico de la casa, los Tristán y Moscoso, del Perú, descendían, por una de sus raíces, del propio emperador mexicano Moctezuma y, por la otra, de los Borja valencianos; y por sus actuaciones militares y políticas figuran con notorios relieves en la historia peruana y argentina. Deslindar, pues, los terrenos en evitación de confusiones y situar a la abuela de Gauguin en el exacto marco que le corresponde es tarea previa a todo intento de investigación sobre ella; tarea doblemente inexcusable en el "caso” de esta mujer cuya vida es inseparable de su obra. Porque como lo quiere el ya mentado J. L. Puech, Flora fué “un profeta más” de los que a mediados del pasado siglo, anunciaron el movimiento obrerista, pero distinguiéndose de todos ellos por "su vida novelesca”. Trágica, patética, desgarrada resultaría, acaso, más exacto.

Flora-Celestina-Teresa-Henriette Tristán, nacida el 7 de abril de 1803 y muerta el 14 de noviembre de 1844 —su jornada por la tierra iba a ser breve como quiere la leyenda que lo sea la de todos los escogidos— era hija de don Mariano Tristán, primogénito de la familia Tristán y Moscoso, de Arequipa, en el Perú, y de una bella e innominada francesita: Teresa Laíné o Laisney, con quien don Mariano contrajo matrimonio subrepticio —esto es: sin pedir el consentimiento que, como súbdito americano, estaba obligado a demandar al Rey de España— en Bilbao, donde se hallaba residiendo a la sazón. Trasladados a Francia, se instalan en una pequeña quinta de los suburbios de París y allí, en aquella ciudad que señorea el continente con sus armas y cuando los tiernos soles de abril hacen florecer los primeros tímidos rosales, nace Florita. Todo canta una alegre canción en torno suyo al despertar a la vida. En el jardín de la casita del peruano don Mariano hay caprichosas veredas de fina arena, cuadriláteros de verde césped, flores y árboles frutales; pero, sobre todo, se respira allí libertad —esa libertad orgíaca que, más tarde, perseguiría Flora incansablemente por la vida. Los días de visita acuden personajes de renombre a charlar con don Mariano y acariciar a su hija. Uno de ellos se llama Simón Bolívar, el "pauvre petit Bolívar”, como le decían cariñosamente en el hogar de los Tristán por su taciturnidad y su menuda figura. A todos estos visitantes oye hablar Florita —con los ojos agrandados por la curiosidad y el ensueño— de un continente remoto llamado América y de un país: el de su padre, el legendario Perú donde corre el oro a manos llenas, donde está el blasonado hogar de sus mayores y donde su rico e influyente tío, el coronel don Pío Tristán y Moscoso administra las extensas propiedades familiares de que ella será heredera.

Pero un día, minado por misteriosa enfermedad, muere su padre; se extingue también su hermanito menor cuando apenas rebasaba los diez años y Flora y Teresa -—se dirían hermanas antes que madre e hija— se encuentran solas frente a la vida. Porque es preciso advertir que, realista hasta la médula, el coronel don Pío, cuya espada, a las órdenes de Liniers, ya se ha medido con la de los ingleses invasores de Buenos Aires, se niega a reconocer la legalidad del matrimonio de su hermano don Mariano y, por lo tanto, a enviar aquellas periódicas remesas pecuniarias con que desde el lejano Perú atendía a las erogaciones de su familia en París. ¿Qué hacer? ¡A trabajar! Era el primer zarpazo de la vida clavado en un alma ultrasensible.

Flora, la "jolie petite espagnole”, según la apodan en seguida sus conocidos y vecinos parisienses, entra a trabajar como obrera en un modesto taller de grabado y litografía de propiedad de André Chazal, con quien se casa cuando apenas frisa en los 18 años. Segundo zarpazo de la vida, éste directamente clavado en su corazón. A los cuatro años de convivencia con Chazal, Flora confía ya al papel: “mi marido me inspira tal repulsión que he pensado resueltamente pedir mi libertad, ser libre en toda la extensión de la palabra”... Un día, con sus hijos Ernesto y la dulce Alina —la futura madre de Gauguin— en los brazos, más un tercero en las entrañas, Flora abandona el domicilio conyugal y se marcha a reunirse con su madre. Otra vez las dos mujeres a solas frente a la vida. Y ahora, con dos, con tres seres más, inocentes e indefensos, que dependen de ellas y que el despechado Chazal intenta arrebatarles por procedimientos gansterianos. Flora tiene que entrar a trabajar como empleada de mostrador de una confitería y, más tarde, que viajar como dama de compañía al país de las brumas: a Inglaterra.

A su regreso, quiere obtener el divorcio. No lo había en Francia desde 1816. La vida se cerraba en torno suyo. Perseguida por Chazal, abandonada por su tío, el millonario del Perú, sin caminos, escribe por esos días en uno de sus cuadernos: "sólo yo sé lo que está condenada a sufrir una mujer en medio de una sociedad que, por la más absurda de las contradicciones, conserva insalvables prejuicios contra ellas”.

Es la primera voz de rebelión societaria que resuena en los labios de la futura agitadora. El sentimiento de "paria”, que más tarde acabaría por concretarse en calificativo por antonomasia aplicado a sí misma, comienza a perfilarse en lo hondo de sus psíquicos estratos.

Le faltaba, empero, ensayar una última tentativa: refugiarse en el Perú, en la remota tierra de su padre, en aquella patria legendaria que sentía desde niña en su conciencia con amor entrañable —¿no llamaba a los peruanos "mis compatriotas” y se consideraba más peruana que francesa?—. Iría a buscar al tío Pío Tristán hasta la blanca Arequipa dormida al pie del nevado Misti, a la vera de los Andes, y aquel personaje de leyenda, apiadado de sus cuitas, le entregaría su herencia, la tan soñada fortuna de los Tristán y Moscoso. ¡Tercer gran fracaso de su vida! Flora llega al Perú al cabo de aventuras novelescas, vive en Arequipa, luego en Lima —en el Perú y en Lima viviría también su nieto Pablo Gauguin— y tiene que retornar a Francia sin haber obtenido de su tío otra cosa que la vaga promesa de una pensión anual de 2,500 francos. Pero entre su exiguo equipaje, llevaba, eso sí, un enorme rimero de cuartillas con memorias y apuntes sobre el Perú, que más tarde se trocarían en las vibrantes páginas de sus Peregrinaciones de una paria.

Ahora sí; ahora su destino estaba claro precisamente porque apuntaba con inflexibilidad inesquivable hacia lo más negro y horrendo de la tempestad que la amagó desde su infancia. Era la "paria”, la mujer sin patria, sin hogar, sin asidero: espuma del oleaje social que el viento arrojaba a la deriva. Pero entre la cárdena cerrazón de este horizonte vital, una luz, un agudo chispazo de deslumbradora claridad iluminó su conciencia. La vocación, una vocación largo tiempo indecisa o reprimida —fenómeno exacto que se reproduciría en su nieto Gauguin cuando rompe sorpresivamente sus ligaduras de burócrata y familiares— encarna de improviso en el espíritu de Flora. De todos sus dolores y sus ansias, de sus experiencias y fracasos, de su "muerte civil”, de su sino de madre perseguida, de su vagabundeo por el mundo y quién sabe si, también, de un resentimiento explicable y concentrado, surge en ella una voz potente que la llama hacia el más duro apostolado: el apostolado societario, iniciado por Roberto Owen, por Saint-Simon, por Fourier y los demás precursores y creadores del llamado "socialismo utópico”. "Este proyecto —escribe Flora— penetró tan súbitamente en mi espíritu que me pareció que una voluntad superior a la mía me mandaba obrar”. Y otra vez: "la fe en mi grandioso proyecto me mueve a hacer cosas maravillosas”.

Lo que en el nieto Gauguin seria conciencia de su potencialidad creadora, en la abuela es conciencia de una fuerza poco común para su misión de agitadora social. En carta dirigida a Fourier le ofrece su ayuda en estos términos: "os ruego que os acordéis de mí cuando tengáis necesidad de una persona entusiasta; encontraréis en mí una fuerza poco común en mi sexo”.

Su lanzamiento a la arena de la publicidad lo realiza con un folleto que es ya un grito de combate: Nécessité de faire un bon accueil aux femmes étrangéres (1835). ¿Qué pide allí Flora Tristán? Pide una pronta justicia contra una larga injusticia; pide apoyo para la mujer vencida, para la paria explotada, para la mísera extranjera o provinciana a quienes la ciudad y el capital acosan por medio de la más sucia de las hambres. En su condición de mujer bonita y codiciada —las descripciones y dibujos que de ella se conservan lo comprueban—, Flora sabe qué clase de arteras trampas acechan el tránsito femenino por la vida y cuán difícil les resultará eludirlas mientras no se opere un cambio en la sociedad y se reglamente el trabajo de acuerdo con las teorías socialistas. "¿Por qué —escribe— no se le conceden todos los derechos a la mujer y por qué se les paga a éstas salarios de hambre. La prostitución es una monstruosa consecuencia del estado social imperante y no desaparecerá mientras éste no se modifique. Si admitierais a la mujer a recibir la misma educación que el hombre, a ejercer las mismas funciones y empleos, no se vería arrastrada a la prostitución por la miseria”.

Todo esto pueda parecemos hoy trivial por haber pasado a constituir lugar común en el campo de la sociología, pero no lo era en 1835, hace ciento trece años, cuando ni siquiera el socialismo utópico o romántico había apenas aflorado a las conciencias más esclarecidas; y lo era todavía menos en labios de una mujer alejada por su nacimiento y educación de los medios proletarios.

En su primer escrito público, Flora Tristán, la "intrépida peruana”, destacaba ya dos hechos cuya trascendencia sólo alcanzaría a sopesarse en el futuro: el Feminismo y el Internacionalismo. Para Flora no hay fronteras. "Los límites de nuestro amor —escribe— no pueden ser las tapias de nuestro huerto, las murallas de nuestras ciudades, las montañas o los mares que circundan nuestros países. Desde ahora, nuestra patria debe ser el universo”.

¿Cuáles son los enemigos de este ideal?: "El egoísmo y el individualismo desmedidos”. La panacea estará en la unión de todos los trabajadores, en la ayuda mutua, en el socialismo. Flora traza las bases de la futura asociación obrerista y hasta redacta los estatutos. Ante nuevas necesidades hay que emplear nuevos métodos. Todavía no se siente revolucionaria y emplea sentencias cristianas. "Todos somos hermanos sin distinciones nacionales o raciales”. No duda de que Luis-Felipe patrocinará sus ideas porque, "habiendo sufrido prolongado exilio, comprenderá mejor que nadie los pensamientos que el dolor nos ha sugerido”.

El sufrimiento es, en efecto, la torva sombra que cabalga a la grupa del caballo de Flora. Mientras redactaba su alegato, Chazal, su implacable marido, le ha arrebatado a sus hijos Ernesto y Alina tras una física lucha que adquiere densos contornos dramáticos. Su nombre, su reputación y sus angustias de madre ruedan por las páginas escandalosas de los diarios y por los tribunales de justicia. Su hija Alina le informa, con el consiguiente horror, de ciertas persecuciones incestuosas de su padre, que éste niega, pero que no destruye, ante los jueces. Flora Tristán no cede. Lanza entonces su segundo alegato que cobraría celebridad en la prensa y en la cámara de diputados: Petición en favor del restablecimiento del divorcio.

Un año después, 1838, aparece en las librerías su obra capital: Peregrinaciones de una paria, mezcla de autobiografía y estudio sobre el Perú. Son dos volúmenes henchidos, donde la "apóstol errante”, la "paria” —-por antonomasia ya— recoge crudamente, acerbamente, todas sus pasadas y sangrientas experiencias en el mar, en Arequipa, en Lima, en el Perú... Flora se las dedica "a mis compatriotas, los peruanos”. Resultado: cuando llegan a Arequipa, los libros son quemados en la plaza pública —tardío auto de fe—, y don Pío, escandalizado, suprime a su sobrina la pensión de 2,S00 francos. Mas nada de todo aquello amilana, por previsto, a la heroína societaria. Su nombre es ahora famoso en la capital de Francia y, mientras litiga con su marido por los hijos, escribe en "Le Voleur” y "L’Artiste” criticas, artículos, ensayos; publica su novela Méphis, de neto corte social aunque romántica, y alterna con los jóvenes hegelianos alemanes que elaboran el socialismo científico.

Una tarde, su marido, loco de despecho, la espera en plena calle y cuando la tiene a tiro, dispara sobre ella su revólver. Flora se desploma con un balazo bajo el seno, casi a la altura del corazón. Por error, aquella noche se pregonaba en París que Jorge Sand, la novelista famosa y partidaria del divorcio, como Flora, había sido asesinada por su esposo. Pero actitud inusitada: apenas mal repuesta de su herida y cuando aquél puede correr el peligro de la pena capital por su atentado, la "paria” se dirige a la cámara de diputados y presenta su famoso folleto: Pétition pour l’abolition de la peine de mort. Le basta con verse libre del tirano familiar, con recobrar legalmente su apellido y poder transmitírselo a sus hijos. "Es admirable —escribiría "Le Journal du Peuple”— que una petición como esa venga de una victima de nuestro contrasentido social; por sí sola revela un corazón en el que se alían el sentimiento religioso y el amor a la humanidad”.

En 1839, Flora viaja por cuarta vez a Inglaterra—es la misma fiebre viajera y aventurera que retoñará en Gauguin— y lo que allí descubren sus ojos es lo mismo que lo que descubrirían los de Engels: miseria, dolor, lágrimas, injusticias sociales indecibles, obreros sin derecho al sufragio... Ve las fábricas de Birmingham, Glasgow, Sheffield; conoce el dantesco infierno proletario y el risueño paraíso de los nobles y burgueses; y su supremo comentario queda resumido en estas palabras: injusticia, hipocresía.

A su regreso a París (1840), escribe su libro más fundamental desde el punto de vista sociológico, aunque no sea el más célebre: Promenades dans Londres. En Promenades no hay ya meros sentimentalismos y en muy poco se diferencia del que, escrito por Federico Engels sobre la misma materia, servirla de tábano espoleador a Marx para redactar "El Capital”. Es un libro realista, crudo, vibrante, cuyas páginas son como linternas que esclarecieron sub-mundos oscurecidos y velados hasta entonces. A partir de este momento, para Flora Tristán no hay ya obreros franceses o ingleses. La idea nacionalista se extingue por completo en su cerebro para dar paso al franco internacionalismo. En Inglaterra o en Francia, en el lado de acá o en el lado de allá del canal hay sólo una masa de trabajadores oprimida por el capitalismo. Es urgente libertarla. "Trabajadores —les dice en la dedicatoria— a todos vosotros y a todas vosotras va dedicado este libro; lo he escrito para ilustraros sobre vuestra situación. Por consiguiente, os pertenece”.

Todo esto podrá ser "socialismo utópico” o "socialismo pequeño burgués” para el marxismo dialéctico, pero sin él no habría sido posible Marx. Hoy vemos el triunfo del autor de "El Capital”, pero olvidamos sus fracasos iniciales. ¿Qué repercusión tuvo, por ejemplo, el Manifiesto Comunista en Inglaterra? ¿Se ha reparado en que, no obstante ser escrito en Gran Bretaña, sólo se tradujo al inglés tres años después y en que al mismo "Capital” le costó largos años abrirse senda? Sin Owen, sin Fourier, sin Flora Tristán y los demás precursores, ¿habrían acogido los corazones obreros el evangelio marxista? Los trabajadores entendían aquel lenguaje emotivo de la “petite espagnole” y así lo declaraban en su periodiquito "La Ruche Populaire”. Flora era una obrera más y sus dos hijos se ganaban la vida trabajando manualmente (Alina, como modistilla en un taller). También los periódicos contemporáneos de derecha llamaban a Flora "utopista”, pero ella replicaba sin inmutarse: "¿Por qué? ¿Es utópico trabajar por la unión obrera?”.

Y su libro de ese título: La Unión Obrera sería, por así decirlo, su caballo de batalla y la coronación de una existencia que iba a apagarse bruscamente en plena flor. Especie de catecismo revolucionario, en él se proclamaba por vez primera la tesis de la lucha de clases y la ineludible tarea de fundir a los trabajadores de todo el mundo en un bloque para oponerlo a las otras.

Esto era en 1843, es decir, cuatro años antes de la publicación del Manifiesto Comunista —lo que basta para aquilatar el papel de precursora que le corresponde a Flora Tristán.

En la lucha de clases, más intuida que deducida por Flora, el obrerismo deberá empezar por exigir: a) Derecho al trabajo, al voto y a la instrucción; b) representación o participación en el gobierno. Ya no se tratará de Asociaciones benéficas o mutuas para cubrir urgentes necesidades materiales, sino de una unión total que elimine de raíz esas necesidades. Mientras el obrero no se una, no habrá defensa posible y la lucha de su clase será vana.

He aquí cómo entreveía la dinámica de la Historia esta mujer: "Con la Revolución (francesa), la burguesía ha ocupado el puesto privilegiado de los nobles y ahora oprime al proletariado. Es preciso hacer girar la rueda evolutiva y desalojar a la burguesía de ese puesto de mando. El trabajo ha sido hasta ahora el brazo; en lo sucesivo, será la cabeza”.

Tales eran sus ¡deas—hoy corrientes—; pero hay que tener en cuenta que esto se decía hace ya más de cien años y que, por consiguiente, la postura mental de Flora Tristán presuponía cincuenta veces más audacia que la de la más avanzada revolucionaria de hoy. Veamos cómo resumía ella misma sus conclusiones: "La clase obrera tiene derecho a existir como tal y a que las demás la respeten. Reconocimiento de la propiedad de los brazos, pues, en Francia, veinticinco millones de trabajadores no tienen otra propiedad que esa. Derecho al trabajo para todos los hombres y todas las mujeres. Reconocimiento de la igualdad de derechos para el hombre y la mujer como medio de constituir la unidad humana. La emancipación de los trabajadores será la obra de los propios trabajadores”.

Su grito de combate y, por así decirlo, su estribillo era: "hermanos y hermanas: unámonos”. (“Proletarios de todo el mundo: unios”, sería el de Marx y Engels). Y con este título y basándose en esa idea, pide un himno a varios poetas, entre ellos a Beranger; un himno que fuese una Marsellesa de la Paz.

Como al auténtico apóstol, nada la descorazona y, para ella, su idea cobra los contornos de una verdadera religión.

"Mi religión —dice— es amar a mis hermanos en la humanidad y mi fe no puede ser inferior a la de los católicos”. Apenas publicado su libro La Unión Obrera, Flora concibe el proyecto de lanzarse a través de Francia como peregrina de la idea. No tiene recursos; para hacer la segunda edición se ve obligada a recurrir a las suscripciones, que consigue personalmente a punta de visitas y de insistencias; pero ningún obstáculo material basta para contener sus entusiasmos de "evangelizadora”. "En las Cámaras —escribe—, en las Asambleas y en el teatro se habla de los obreros; pero nadie ha tratado todavía de hablar a los obreros. Pues bien, yo iré a buscarlos a sus talleres, a sus bohardillas, a sus tabernas y allí, frente a sus miserias, les forzaré a salir, malgré eux, de esa miseria que los degrada y los mata”.

Y, en efecto, en abril de 1844—sería el último de su vida— inicia su "tour de France”, que se convierte para ella en un calvario. Los trabajadores de provincias se muestran reacios a escucharla, los periódicos burgueses la fustigan, la policía la persigue. "Tengo a casi todo el mundo contra mí —dice Flora—: a los hombres porque pido la emancipación de la mujer; a los propietarios porque reclamo la emancipación obrera”.

Es evidente que muchas de las ideas sociales de Flora Tristán estaban inspiradas en las de Saint-Simon, Owen, Fourier y demás "socialistas utópicos” y que, respondiendo a los dictados de su hora, su estilo era el de la exaltación y el sentimentalismo. Pero nada de ello obsta para que su visión del panorama de la historia fuese en muchos aspectos certera; e igualmente resulta innegable que oteaba también con exactitud el porvenir. He aquí uno de sus más felices atisbos, referente a un problema que por aquellas fechas no se columbraba todavía con la debida claridad y que hoy ha rebrotado bajo un moderno disfraz: "Los acontecimientos de la Revolución (francesa) son tan imponentes que los hombres se sienten aplastados por ellos. Napoleón la traicionó para implantar el absolutismo. Pero ¿cuál fue su obra? Encadenar la libertad que la Revolución había introducido en 1789; no dejó en libertad acción alguna de la vida; toda su centralización administrativa sólo tuvo por objeto restringir la libertad; había que extirparla hasta del fondo de las almas; el espionaje estaba en el ejército, en el santuario, en la enseñanza, en todas partes. Nada prueba mejor que ese espionaje inmenso la agitación que alentaba en el alma del emperador y la conciencia que tenía de su impotencia para ahogar los principios revolucionarios. El absolutismo está condenado en la vida moderna. Waterloo, ese hecho providencial, ha representado el segundo triunfo de la libertad. La demencia imperialista de Napoleón le llevó a su ruina. Los pueblos libertados por Francia y a los cuales impuso Napoleón amos, fueron los que, irritados por tan enorme decepción, respondieron al llamamiento de los reyes a quienes humillaba la superioridad del parvenú. No fue la derrota que le infligió Rusia lo que derrocó a Napoleón sino el espíritu de libertad, que aprovechó la primera coyuntura para sacudir su yugo. Si Napoleón hubiese sido el agente del principio revolucionario, habría rechazado a los ejércitos reales hasta más allá del Dnieper”.

En 1843, el joven hegeliano de izquierda, Arnold Rouge, va a ver a Flora y, en el transcurso de la entrevista, ésta le manifiesta: "el vergonzoso sistema monárquico bajo el que respiramos se hundirá ante la ira del pueblo. No le concedo ni dos años de vida. Sus días están contados; la nueva generación está resuelta a limpiar el nido de la Revolución de la nidada de cuervos que en él se han introducido”.

Flora prevé —y así se lo dice al joven marxista germano— que si se abandona a los obreros a su miseria e ignorancia "se convertirán en un cuerpo formidable del que se aprovechará el primer intrigante político que quiera perturbar el orden; lo mismo que los esclavos en la sociedad romana, los obreros irán entonces a alinearse bajo el estandarte de cualquier Catilina que atacara a la sociedad”. El golpe de Estado de Luis-Napoleón probaría pronto este aserto, y determinados y funestos movimientos de nuestra contemporaneidad lo demuestran igualmente.

Otro de los claros atisbos de Flora Tristán fué el de que sería vano alzar gran clamor contra las guerras mientras, por otra parte, se siguiera atizando el fuego de la mística nacionalista, causa de ellas: "Los pueblos—dice— sólo piden vivir en paz. Pero los han envenenado exacerbando el amor propio nacional, que nos lleva a desear que el país donde hemos nacido prive sobre los demás de la tierra. Este es el fruto amargo que producen las luchas”.

Por razón de su doble nacionalidad —la peruana y la francesa— y en su condición de "paria”, el espíritu de Flora estaba preparado cual ninguno para acoger y hacer germinar la semilla del internacionalismo. "En Francia todos son franceses sin acepción de provincias. Se acerca el día tan deseado en que todos seremos hombres, hermanos, sin diferenciarnos por el nombre de ingleses, franceses o alemanes. . . Lo esencial es hacer comprender a los niños que nuestro planeta es un gran cuerpo humanitario y que, odiando y haciendo el mal a nuestros hermanos, somos nosotros mismos quienes nos odiamos y hacemos el mal. Hay que anclar en los espíritus esta doble noción, esta unidad del gran cuerpo humanitario y esta solidaridad de naciones e individuos”.

Las ideas de Flora acerca del problema de la prostitución, del religioso y del educacional están también, en muchos puntos, absolutamente acordes con los de nuestra época, lo que revela su carácter de precursora, de mujer extraordinariamente anticipada a su tiempo. La falta de espacio nos impide analizarlas aquí una por una, pero no podríamos eludir la tentación de citar algunas de sus palabras acerca del régimen carcelario y su punto de vista —novísimo en aquel entonces— sobre la pena de muerte. "A los crimínales —dice— hay que aislarlos y reeducarlos. La pena de muerte es absurda hasta desde el punto de vista económico, ya que priva a la sociedad de individuos que un régimen racional sabría aprovechar”.

Durante su "tour de France” —Dijon, Chalón, Saint-Etienne, Macón, Lyon, Marsella, Burdeos—, siente a veces terribles desfallecimientos, pero se repone de ellos diciéndose a sí misma: "Creí que estaba cansada de mi misión de apóstol errante. No, no; lo estoy sólo físicamente. Jamás me fatigaré de ella. Siento que amo a la humanidad más que nunca”.

Sí, físicamente, aquella mujer está agotada —aunque sólo tenga cuarenta y un años— y al llegar a Burdeos, a aquel Burdeos desde el que un día partiera ilusionada hacia el Perú, cae en cama abrasada por la fiebre. Los obreros que vienen a trabajar en la construcción del hotel, todavía inconcluso, donde se aloja, la despiertan a las cinco de la mañana con sus martillazos y Flora Tristán, semi agonizante ya, escribe: "Cuando oigo sus martillos, me digo: allons: he aquí a mis pobres hermanos que vienen ya a dejar sus vidas al servicio de la humanidad; es preciso que yo siga su ejemplo, que me levante y trabaje también por ella”.

A las 10 de la mañana del 14 de noviembre la congestión cerebral se precipita, rompe los diques interiores de aquella ardiente cabeza que tanto había pensado e hilvanado y Flora Tristán, la luchadora, la sorprendente precursora, cierra los ojos para siempre. Una voluntaria y espontánea suscripción de los trabajadores logra reunir, sou a sou, la suma suficiente para el entierro y para erigir, en el propio Burdeos, un sencillo monumento en recuerdo de la "santa desaparecida”, de la "abuela del obrerismo”. "A la memoria de Madame Flora Tristán, autora de la Unión Obrera, los trabajadores reconocidos. Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad”, reza la dedicatoria de ese monumento que consiste en una columna trunca rodeada de laurel.

La memoria de Flora Tristán no se ha extinguido, en efecto, ni es probable que se extinga. El 7 de noviembre de 1922, durante la discusión del sufragio femenino en Francia, el senador Louis Martin, tuvo para ella este recuerdo: "Si madame de Staél supo combatir la tiranía; si madame Beecher-Stow desacreditó la esclavitud, Flora Tristán alimentó la idea de unir en un bloque potente al proletariado del mundo entero; Flora Tristán es la verdadera iniciadora de la Internacional Obrera”.

Tal es, a grandes trazos, la silueta vital y espiritual de la "intrépida peruana” cuyo destino novelesco nadie habría sido capaz de prever en los plácidos días de su infancia dorada, del mismo modo que nadie habría podido vaticinar el de su nieto Paul Gauguin hasta el momento de su violenta y extraña ruptura con su plácido mundo circundante de burgués.

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PETROPERÚ: Ciclo de conferencias Mujeres de la Independencia “Conocer es Querer” - Flora Tristán

4 may 2021

Continuamos el ciclo de conferencias para escolares “CONOCER ES QUERER” Acompáñanos en esta cuarta fecha, donde abordaremos la vida y participación de Flora Tristán. Participan las investigadoras Mariana Libertad y María Elena Arce.

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por Rosa Arciniega

 

Publicado, originalmente, en: Cuadernos Americanos Año VII Nº 6 Noviembre - Diciembre 1948

Cuadernos Americanos es editado por la Universidad Nacional Autónoma de México / Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe
Link del texto: http://www.cialc.unam.mx/ca/CuadernosAmericanos.1948.6/CuadernosAmericanos.1948.6.pdf

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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