Armando Manzanero |
A.
Desde siempre y por siempre: El
bolero La
poesía es patrimonio universal, mientras que el bolero, antes de ser
cantado, era más universal que la misma poesía sólo porque el
sentimiento, sin fórmulas mágicas, estuvo, desde siempre, en el corazón,
acompañado por el padre de todo, el amor y por la madre de todos, la
mujer, en la cámara silenciosa del pecho. Los historiadores, en su manía
esquemática, nos han dicho que hace 150 años, que hace 100 años, que en
Cuba, que en el trópico y
que no sé donde, ni cuando. No nos gusta esta cronología de los
sentimientos; nos parece que hay bolero en los susurros de los corazones
acartonados de los europeos, o en las danzas Watusi. Siempre ha habido
canciones de amor, cadenciosas, musitadas. Hay más bolero en todas partes
que música y que seres humanos. Pero
nos dicen que el Viejo Mundo es árido. Las sagas de amor cortés, el trobar
clus era bolero; las canzone latinas y las gestas trovadorescas son
boleros. Los maestros cantores, antes que poetas, eran sólo enamorados.
¿Se requiere algo más para definir un bolero? Nosotros no estamos
inventado una teoría, estamos contando, y ojalá pudiéramos cantarlo.
Iris M. Zavala, en El bolero. Historia de un amor, lo dice así:
“El bolero pone en escena el petrarquismo poligonal y es también
heredero directo de aquel trobar clus, con sus relaciones de poder
en el lenguaje amoroso. El nuevo lenguaje está al servicio de una muy
antigua técnica amatoria, la del sentido”1 .
Otra cosa es pensar en el lenguaje, en el mensaje y en acompañamiento,
porque así podemos pensar en nuestro bolero. Está uncido con la caricia
de las olas o del viento sobre las palmeras; empero, en este contexto, no
podría existir este lenguaje ni este mensaje en las montañas nevadas, en
las cumbres que tienen que ver más con lo inexpresable y con la renuncia
al sentimiento. Por eso decíamos, en alguna parte de estas reflexiones,
que cada tierra se expresa con su lenguaje y con su ritmo. Así, el bolero
ha crecido, para nosotros, en las playas, en las Antillas, no en los
Andes. Fue escrito allí, aunque ahora, como el tango, crezca más que el
mismo deseo o que la misma negación del amor, que se canta, dulcemente,
sin llorar, aunque las partituras y los instrumentos se ahoguen en lágrimas.
¿Qué
cantarían los aztecas a la llegada de Hernán Cortés? Ese es otro
cuento, pero Armando Manzanero, en sus dejos vocales, padece esa
nostalgia hermosa del desentrañamiento, porque es un maya y no puede
herir; sólo rasgarse con ese dulce terror de la nostalgia, suavemente,
con medida y por eso nos impregna. Toda reflexión sobre Manzanero,
aunque no seamos compositores ni músicos, debe parecerse a un bolero. Armando
Manzanero nació en 1935, en Mérida,
Yucatán, México,
y ha sobrevivido a Agustín Lara,
a Pedro Vargas y a los
extranjerismos que se mofaban del sentimiento y de la vida en medio de su
frenesí. A los 10 años aprendió
a tocar el piano
y a los doce
ya se ganaba la
vida con este instrumento. A
los quince, de lunes a
sábado, tocaba durante un cuarto de hora en
la emisora XWFC, lo
que le permitió promocionar
su nombre. Luego logró colocarse
como pianista de tiempo completo
en el bar Candilejas, en ciudad de
México. En 1953 visitó a Colombia
como pianista de Lucho Gatica, el que luego empezó
a darle algún prestigio cuando, en 1960, incluyó alguno de sus
temas en uno de sus discos.
En 1967 Carlos Rico, su amigo y paisano, impuso los
temas Adoro y No.
Pero fue Rubén Fuentes,
director de la RCA Víctor Mexicana, quien
definió su
vida como
artista y
lo lanzó
al estrellato, al convencerlo
de que interpretara, con una
gran orquesta, sus propias composiciones.
Así salió al mercado su primer disco:
A mi amor ... con amor , en el que
se incluyeron, además de los ya conocidos
Adoro y No, otras canciones que rápidamente se
convertirían en éxitos como: Aquel señor, Esta tarde
vi llover, Contigo
aprendí y Cuando estoy contigo.
La fama de Manzanero, con
este álbum
de larga duración, se extendió por todo
el continente y los principales cantantes
se pelearon sus
canciones: Olga Guillot, Roberto
Ledesma, Marco Antonio
Muñiz, Pedro Vargas, Los
Panchos, María Marta Serra Lima y Angélica María. ¿Qué
lo ha sostenido? El mismo frenesí armonioso y silente del sentimiento y
de la vida, confirmando una vez
más que en el arte,
el alejamiento de las fuentes no
hace más que recordarle al hombre
sus orígenes. Mientras que el enorme boom del rock de los sesentas
y setentas, auspiciado por el mercantilismo y el desahucio, marchitaba en
su misma carrera, Manzanero seguía escribiendo, cantando y
sintiendo. Nunca nos hubiéramos imaginado a Los Beatles cantado Adoro,
pero ellos, a su manera, hicieron sus boleros estilo pop y balada, ese
camuflaje del sentimiento desentrañado. Pero aun Los Rolling Stones se
ablandaron cantando Angie y hoy no nos costaría nada imaginar a Bon
Jovi o a Los Aterciopelados o a Shakira cantando No sé
tu. Porque resulta que ahora todos quieren reencaucharse con el
bolero, como Luis Miguel o Charly Zaa o cualquier guarachero
puertorriqueño. ¿Y cómo se hubiese escuchado a Frank Sinatra cantando
Esta tarde vi llover? Armando Manzanero también ha sobrevivido
a los nuevos Agustín Lara
del Jet Set. Los
intérpretes de Manzanero condecoraron su voz, con sus temas
sencillos, universales y sentidos. No hizo falta que él fuese un cantante
excelso, porque nosotros,
amantes del bolero, y los conocedores de este ritmo, sabemos con el
sentimiento, con los años y el bolero, que él supera la voz, y sobrevive
a sus malversadores, pues su voz se ha depurado sin pretensiones. Por eso
ahora Manzanero es más actual, más claro, más sentimental que
nunca. Los enemigos del amor, del sentimiento, de lo anodino, como los
que, en su tiempo, llamaron cursi a Agustín Lara, han pasado y si
sobreviven es porque han tenido que acudir a él para reconocerlo. En una
histórica y premonitoria presentación de su primer disco de larga duración
se ha escrito: “Cuando la música romántica atravesaba la peor etapa de
su vida, cuando los ritmos
trepidantes y electrónicos invadían la atmósfera de norte a sur y de
oriente a poniente...cuando la juventud en masa volvía la espalda al espíritu,
y se entregaba en cuerpo y alma al vértigo de ritmos monocordes y exóticos,
surgió Armando Manzanero..”2 ,
en medio de ritmos aún más confusos que muchas veces se aprovechan de su
cantinela enamorada; aquí sigue, pues, entre nosotros, Armando
Manzanero. B.
Sus boleros o el renacimiento de un ritmo en decadencia Sin
duda alguna, dentro de todos los estados que suscita la fascinación por
el ser amado, el primero es
el ensueño, porque el amor no puede caber del todo en la realidad y
requiere de cierta transparencia entre este y el otro mundo porque el amor
no puede vivirse permaneciendo vivos del todo. O sea, que el tiempo del
ensueño no es ni a medio día ni a media noche; por eso hay que apagar la
luz de los ojos para ver; lo que no quiere decir que el amante esté
privado del ejercicio del pensar que sólo existe para concentrarse en el
ser amado. Armando Manzanero traduce en esta, una de sus primeras
composiciones, ese estado así: |
Voy
a apagar la luz para pensar en ti y así dejar soñar a mi imaginación. |
Si el objeto del amor fuese real no haría falta la imaginación. He ahí el ensueño en el que, como en el mejor de los mundos románticos, no hay distancia ni tiempo: |
Allí
donde todo lo puedo, donde no hay imposibles qué importa vivir de ilusiones si así soy feliz. |
Como
en Los cantos a la amada lejana de Novalis, existe ese contraste
entre el ser real y el soñado. Esa es la magia del amor. Pero nosotros lo
hemos vivido siempre así, sin ser Armando Manzanero y sin ser románticos.
De allí que a todos nos haga falta Apagar la luz. Pero ¡qué
pena racionalizar de esta manera el ensueño! No es Manzanero el
que ha escrito esta canción; antes de él el amor se la ha dictado así a
los enamorados. Por eso, ¿cuánto sentimiento hay, cuántas
composiciones, cuántas melodías en la ensoñación? Tal vez el amor sea independiente de nosotros y por eso no se cansa de la presencia y del dolor de la ausencia. De ahí la necesidad del alma de alimentarse, para los amantes, por la piel. Pero es necesario que el ser amado esté ahí. Gabriel D’anuncio ha escrito que el encanto de la espera se acaba con la presencia del amor. Para Manzanero el ansia no se agota; es sólo un motivo para seguir sintiendo porque no se trata, solamente, de encuentros, urgencias y de separaciones. La palabra todavía no quiere decir cansancio, es sólo un deseo de permanencia: |
Todavía,
cuando amanece quiere verte todo el día, cuando
anochece sigue siendo mi alegría, tu presencia vida mía. |
Siempre el deseo de eternizarse, de no perder el encanto que no es más que la premonición de la partida, porque todo amor es un adelanto de la muerte, como un deseo de absoluto y aunque los amantes no sean filósofos, conocen que llegará el final: |
Todavía,
guardo un beso y un suspiro para darte si
me faltas no me canso de extrañarte, todavía, vida mía. |
Aún este bolero de Manzanero está lleno de nostalgia porque evoca el tiempo feliz que debe llegar, la primavera que es tan pasajera como las flores y como el amor. Por eso aquí, en esta explicación del amor, todavía hay que esperar lo que ya estaba entre los brazos: |
Todavía
quiero ver llegar al fin la primavera, para
darte de tus flores la primera, todavía, vida mía. |
Todavía es un deseo que quiere decir ojalá, para siempre, y en este deseo la palabra todavía deja de pertenecer al tiempo y se convierte en un sentimiento. Pero no nos imaginamos a Armando Manzanero tratando de escribir este tema, con su música, con un lápiz en la mano y un diccionario. Pero nosotros lo disfrutamos con certeza, todavía. La biografía sentimental del compositor yucateco no está escrita en sus temas, ni todos van hacia la misma persona. Por ejemplo, quiso apagar la luz para alguien y amar todavía a otra alguien, pero para él, y para nosotros, la primavera y las flores siguen siendo los mejores recados del amor. Nos gustaría decirle a Manzanero, el nombre verdadero del amor que se llama: amar. Cuando dice: |
Tengo
la mejor estrella Que
en la noche brilla para
darte a ti, tengo
la rosa más bella que la primavera pudo concebir. |
se
ha vuelto subjetivo y quiere seducir con esas garras prestadas de todo
amante, que es mentiroso por naturaleza, pero la magia consiste en que el
ser amado las recibe, porque el amor es el único engaño que puede vencer
la estéril verdad de vivir. No podría nunca Armando Manzanero poner orden ni cronológico ni sentimental a sus temas. Por ejemplo, una de sus primeras canciones Voy a apagar la luz pertenece a un tiempo presente, inacabado, lo mismo que Adoro o que todas. Sin embargo, el verdadero orden está en el amor desbordado, no en el perdido y ni siquiera en la añoranza del ser amado aunque esté presente, porque el ensueño pertenece a todos y mucho está en Pensando en ti, que igual lo pudo haber escrito Agustín Lara o Camilo Sesto o Vicente Fernández. Este bolero no lo ha compuesto por su corazón, sino que le ha sido dictado o inspirado por todos nosotros. Él ha servido de traductor y por eso nos gusta y la reclamamos como intérprete sin voz. Nosotros le hemos dicho a Armando Manzanero estas palabras: |
Cuando
me hablan y no estoy o no miro adonde voy es
que estoy pensando en ti, y
si veo que al despertar todo me hace suspirar es que estoy pensando en ti. |
Y nos gustaría preguntarle a él si al oír estas palabras no ha pensado: quién la escribiría, porque ése es el destino de un tema verdaderamente bello y sentimental, que no puede decirse que le pertenece. ¿O será que Armando Manzanero ha sentido lo mismo que nosotros? Porque todos seguimos diciendo con él: |
Cuando
observo que las cosas amanecen más hermosas es
que estoy pensando en ti, si
las voces de las gentes las escucho diferentes es que estoy pensando en ti. |
Éste
es el cuento bello del amor, el que tradujo Joan Manuel Serrat cuando dijo
que: Los amantes creen que inventaron el amor. Y en todos los temas
es el mismo énfasis: el deseo, el sentimiento de sentirse diferente o
estar en Un mundo raro. Pero sigamos hablando de Armando Manzanero a quien le hemos dictado, de nuevo, este otro sentimiento para que lo cantara. Pero ¡Qué tristeza! Nos gusta el bolero, siempre, en pasado. Y bueno, por eso no somos compositores porque no nos ha quedado tiempo, pero de todos modos estamos de acuerdo con él en la necesidad de hacer nuestro el objeto del amor aunque reconozcamos, de antemano, que es como el agua que corre para otros y no nos deja sino la sed: |
Mía,
aunque tú vayas por otro camino y
que jamás nos ayude el destino, nunca te olvides sigue siendo mía |
lo hemos dicho como el agua. No hay sentimiento más profundo que el de querer abrazar y saberse solo; pero de todos modos Armando Manzanero también tiene manos y no deja de extrañar a quien se ha ido: |
Mía,
aunque con otro contemples la noche y
de alegría hagas un derroche nunca te olvides sigues siendo mía. |
Es
el tesoro del amor que ha partido. Bueno,
pero sí existe una cronología, una biografía del corazón, traducida
por Armando Manzanero en el desorden propio del amor que nos ha
hecho perder la medida y la razón, y por eso es que el bolero no puede
ser una poesía. Los grandes románticos dirían: “Adiós en el tiempo
nos encontramos y en el tiempo nos perdimos, atentamente Hegel o Aristóteles”.
Los filósofos no pueden amar, ni los profesores, ni los astrónomos, ni
lo biólogos. Nosotros sí. Porque no se trata de medir, de calcular, ni
de pensar. Porque es el sentimiento el que
escribe y para él no hay métrica. Ahora sí podemos creer que los
simbolistas franceses no hacían sino esconder su impotencia de amar: en
el simbolismo, en la música interna y en un métrica diseñada para
diccionario. La melopea de los simbolistas no hace más que ocultar tras
la razón el vacío, la carencia de sentimientos, la desnudez y la
desnudez no requiere de memorias, sino de abrazos y de boleros. Desde hace
200 años los poetas puros no hicieron más que establecer cánones para
que, en nombre de Isodora Duncan o de Teofilo Gautier o del mismo Arthur
Rimbaud, nos tapáramos los ojos del pecho. ¡Cómo seguimos avergonzando
a los poetas, nosotros los Manzaneros! El mismo Goethe amaba de acuerdo
con los principios de la ciencia, de la sabiduría y según los prejuicios
de Weimar. ¿Qué es la ceguera? Es nuestro estado permanente, con los ojos abiertos, en el que tanteamos, dudamos y caemos. Cuando abrimos los ojos se acaba el amor, el encanto y la vida. El amor debe ser ciego. Ver es racionalizar el sentimiento y dedicarse a manejar la vida que ya no existe para nosotros. El único pensamiento que se le ocurre a Armando Manzanero, sobre este asunto, es el siguiente bolero: |
Han
visto como pierde su alegría una
fuente ya vacía cuando el agua le faltó, es
la cosa más triste de este mundo y así me siento yo por ti, sólo por ti. |
Para Manzanero el sentimiento se traduce en ausencia. El ansia de amar se convierte en ansia de ser. Cómo nos gustaría que Octavio Paz hubiera leído esta canción, pero él, sumido en su torre de porcelana, no puede conocer de la quincalla celeste del amor. Y si alguien le preguntara que qué piensa de Armando Manzanero tal vez hubiera dicho que no cabía en su ensayo impostado sobre el erotismo, en la Llama doble. ¿Cómo conversarían Armando Manzanero y Octavio Paz? Es como imaginar un diálogo entre un sabio atomista y un maestro de aritmética. Así, en esa proporción, el profesor de aritmética mira con respecto al atomista y para el atomista, el profesor no existe. Porque de igual manera hay esa decantación prejuiciosa en torno al amor: arriba los expertos, los dueños de sí, los budas y abajo los amantes, perdidos en la llama doble de la pasión y del fervor. El ciego no puede ser visto, ni escuchado, ni siquiera cantado, sino por aquel que ha cometido la ignorancia suprema del amor: |
No
mires cuando un ciego se enamora cuando
quiere ver la aurora cómo
se pone a llorar y
sufre la luna cuando brilla y no hay dos enamorados que la quieran contemplar. |
Sin duda alguna a Armando Manzanero le hubiera gustado escuchar desde México hasta la Patagonia, en alguna tienda de aquellas que hay, o en cualquier fonda, la canción que dice: |
Aquel
señor a quien compraba las
flores que te daba, me
preguntó por ti que qué pasaba que
porqué no te llevaba; le
tuve que decir que no te veo más, que
te fuiste de mí, que ya no sé de ti, no
le pude mentir, pues flores otra vez no le he vuelto a comprar. |
Y Armando Manzanero, haciendo memoria, no pudo acordarse de aquel hombre, pero sí de aquélla mujer a quien flores le compraba. ¡Pero qué tristeza! Las flores que se mustian tan temprano siguen allí en aquel puesto, mientras que ella se ha ido. Sin duda, a Armando Manzanero le hubiera gustado ser aquel señor quien vendía las flores y no quien las compraba, para no acordarse para quién: |
Aquel
nuestro camino solíamos andar donde
las aves al mirarnos se ponían a cantar, los
árboles aún se inclinan para verte y todo queda triste cuando ven que tú no estás. |
Aquel
señor, Armando Manzanero, ha preferido disfrazar su nostalgia así.
¿Por qué? Porque ella se ha ido y aquel señor y aquellas flores siguen
ahí. ¡Qué tristeza! Cuando volvemos a los lugares en los que éramos
felices, cada quien y cada cosa se nos vuelven dolorosas, como aquel señor
Que nos deseara que fuéramos dichosos... Pero ese consuelo se
convierte en dolor. Esa es la tristeza que canta Manzanero en Aquel señor. Sólo cada uno de nosotros es dueño de su único amor. Sólo nosotros sabemos amar, lo que quiere decir que el amor es único, aunque nos pertenezca a todos. ¿Quién no ha sentido que su amor es único? Porque cada amor es el último, el único, el supremo: |
Como
yo te amé jamás
te lo podrías imaginar, pues
fue una hermosa forma de sentir, de
vivir, de morir, y a tus sombras seguí; así yo te amé |
Todos los cantantes, los poetas y los enamorados lo hemos escrito, cantado, soñado y perdido. Todos, con Manzanero, seguimos diciendo: |
Como
yo te amé por poco o mucho tiempo que
me quede por vivir, ese verbo que jamás podré volver a repetir. |
Pero
después nos damos de cuenta que lo repetimos, entre muchos que dicen con
nosotros: Como yo te amé. No
existe ninguna ciencia mayor que amar, ni ninguna como ésta en la que
somos maestros y en la que hemos perdido el tiempo, el examen y la prueba,
porque amar es aprender a saber que todo amor era un intento de alcanzar
una verdad que debemos muy pronto olvidar. Manzanero lo ha dicho
por todos: Contigo aprendí. Pero lo más grande de aprender en el amor es olvidar que la semana y que el mes y que los años no valen nada. Aquí recordamos un sentimiento y con toda la razón que el amor es la subversión suprema: |
Contigo
aprendí que existen nuevas y mejores emociones, contigo
aprendí a conocer un mundo nuevo de ilusiones, aprendí
que la semana tiene más de siete días, a
ser mayores mis contadas alegrías y a ser dichoso yo contigo lo aprendí. |
Bueno,
¿y qué aprendí contigo? Ya se me olvidó. Entonces enséñame de nuevo
qué es lo que debemos aprender. Seamos racionales, sensatos y tranquilos:
que la semana sólo tiene siete días y que el mes cuatro semanas, pero,
por favor amor, enséñame a olvidarlo, porque quiero aprenderlo otra vez
contigo. No hay nada mas evocador, más nostálgico y más brumoso que la lluvia, en la ausencia del amor. Todos, caminando del brazo de la soledad, hemos esculpido la nostalgia sobre el suelo, sobre el agua y sobre la tristeza alguna tarde donde hemos visto llover. Pero, lo malo fue que: “No estabas tú”. Caminando con Armando Manzanero por las calles, sin hablar, en silencio, hemos escrito este bolero con él: |
Esta
tarde vi llover, vi
gente correr y no estabas tú, la
otra noche vi brillar, un lucero azul y no estabas tú. |
Cuando
estamos así, sólo estaba Armando Manzanero y tú no. Y vemos como
cae la lluvia sobre el suelo, como un pensamiento triste que de forma
exclusiva busca nuestros pasos aburridos que únicamente persiguen un
recuerdo que se va y que cae sobre el alma como una bruma, como una
tristeza: Y no estabas tú. Pero, al otro día o tal vez en otro año, en otro tiempo, volverá a llover, regresará el agua a correr y se reanudará el recuerdo y la melancolía y nosotros buscándote, pero no estabas y te buscamos “la otra tarde”, en otro otoño, aunque sea la misma lluvia, el mismo recuerdo, la misma tristeza: |
La
otra tarde vi que un ave enamorada, daba besos a su amor ilusionada y no estabas. |
Pero
la lluvia no puede responder aquélla pregunta del bien y de las nubes límpidas
porque nunca podremos saber si tú nos quieres, o nos extrañas o nos engañas,
aunque Manzanero sabe que “no estabas tú”.
Ya no esperaré más: |
a
que sientas nostalgia por mí, a
que me pidas que no me separe de ti, tal
vez jamás seas tú de mí mas yo mi amor esperaré. |
Claro
porque siempre hemos dicho Esperaré.
Yo sé y tu también lo sabes, “porque sientes lo mismo que yo...”.
Pero en esa esquina, de este viejo bolero,
aquélla luna me encontrará sin ti; por eso prefiero recordarte,
mi amor, esta vieja canción:
Esperaré. Hace tiempo que Manzanero escribió este hermoso bolero y sólo han quedado la luna, la esquina y la desesperación. Ya no recordamos porque habíamos escrito esa promesa para la luna, para el amor. En esa esquina ya no esperaré, aunque hayamos permanecido siempre en esa soledad, en aquel lugar, con esa luna y con esta canción: |
Esperaré
a que sientas lo mismo que yo, a
que a la luna la mires del mismo color, esperaré
que adivines mis versos de amor, a que en mis brazos encuentres calor. |
El diálogo interminable del amor siempre se refiere a ti. Y por eso se hace costumbre dolorosa extrañar y amar cuando el objeto amado ya no está. Manzanero ha hecho una trascripción sencilla de este correlato pero en presencia, no como cuando solemos pensar por soledad, por abandono o por deseo. ¿Acaso no existe plenitud mayor que la de la muerte o la del amor? Cuando el ser amado está aquí, la palabra se trasfigura en canción. Eso es lo que cuenta, lo que nos pasa, así: |
Cuando
estoy contigo no sé qué es más bello si
el color del cielo o el de tu cabello; no
sé de tristezas, todo es alegría, sólo se que eres tú la vida mía. |
Si el bolero no fuera triste entonces todo se habría resuelto con esta canción. En estas palabras hay un presentimiento de ausencia. Abrazar es comprobar que amar es morir en la felicidad. Pero hay que volver a vivir y, desde esta torre, aprender a olvidar; la fórmula más plena de la comunión está aquí: |
Cuando
estoy contigo no sé si en la brisa hay
mejor sonido que en tu alegre risa, si
pones tus manos cerca de las mías dudo de que existan madrugadas frías. |
El amor es el que ha escrito esta canción que despierta la nostalgia de la redención con el amor. Todos los versos, los silencios, los gritos no hacen más que reclamar la liberación del dolor, de la separación: |
Cuando
estoy contigo no existen fracasos, todo
cuando quiero lo encuentro en tus brazos, cuando
estoy contigo me lleno de orgullo, quisiera que grites que soy solo tuyo. |
Comunicarse con el ser amado es una forma de aislarse siempre del mundo porque siempre se trata de hablarle. El amor nuestro se convierte en el tema que los demás se cansan de oír y también de repetir. Nos fatiga la historia de amor ajeno, no la nuestra. Pero siempre seguimos hablando así: |
Cuando
hablo de ti digo
que tienes de un poema la dulzura que
en tus suspiros se adivina que hay ternura si tú supieras cómo hablo yo de ti. |
¡Cuántas
veces lo hemos dicho y escuchado! Se trata de la cantilena incansable del
lenguaje del amor; de lo que pasa en el alma ante la sola mención del
nombre del amor. En este bolero se relata lo que nos pasa a todos cuando
decimos: Cuando hablo de ti. Por eso pensamos que el bolero no es más que la historia inacabada del amor, del hallazgo y de la pérdida de la felicidad. En Al fin soy feliz y en Felicidad el sentido y el sentimiento son iguales; se repite que la larga búsqueda ha llegado a su fin, plenitud que rara vez pervive en el bolero. El enunciado “al fin” se conjuga con el de “no podría vivir ya sin ti”; pero, repetimos, el estadio de la felicidad no puede ser definitivo ni en el bolero, ni en la poesía, ni en la vida. En el tema Al fin soy feliz se conjuga también este estadio pasajero con la sensación de haber encontrado una verdad: |
Al
fin soy feliz, mi
anhelo va viajando al infinito, estoy
viviendo un tiempo tan bonito, gozando
a todas horas tu sonrisa, voy de prisa. |
Aquí existe la sugerencia al disfrute de la madrugada: Disfruto del llegar la madrugada mientras que en Felicidad es así: porque amaneces si el cielo tiene más esplendor. Pero el amor, como vía de reconocimiento del yo, es irremplazable, porque mueve a la exageración y a la vez al reconocimiento real de la categoría imperfecta que no alcanza a admirar el objeto amado en todo su esplendor. El enamorado se juzga a sí mismo como alguien que padece una locura que no quiere perder: |
Mi
problema es que te quiero tan exageradamente que
no puedo dejar de ser por ti un loco, un inconsciente, el problema, mi problema, el problema, mi problema. |
Hoy dirían los psicólogos que este tipo de amor, expresado por medio de la obsesión, es un afecto negativo que conduce al apego como patología, porque se convierte en instinto de pertenencia. Pero en esta canción lo declara esperando como respuesta una reciprocidad irremediable: |
Mi
problema es haber hecho de ti lo indispensable cuando
todo en esta vida es remediable qué problema, mi problema. |
Una de las formas más paradójicas de manifestar el amor es la que está consignada en el tema No, porque así como manifiesta un deseo radical de separación puede seguirlo diciendo muchos años, lo cual quiere decir: abandonémonos siempre, digámonos no, pero toda la vida. Nosotros tenemos un enunciado para este estadio del amor. Yo te diré: |
No,
porque tus errores me tienen cansado, porque
en nuestras vidas ya todo ha pasado, porque no me has dado ni un poco de ti. |
No se convierte en un preámbulo que requiere de un regreso para seguir diciendo siempre No; porque aun cuando el amor acabe, no quiere decir que muera. Por eso, y todos lo sabemos, igual que decir te amo, no me dejes, no te olvidaré, es igual que escribir o sentir que: |
Para
cuando regreses encontrarás
sobre la mesa aquellas aves, algunas
flores que corté de los rosales, que aún siguen rojas para cuando tú regreses. |
Entre la separación y el reencuentro sólo hay el tiempo trascurrido entre el voltear una hoja en la página del recuerdo, hasta la próxima que es la del deseo: |
Para
cuando regreses verás
que el libro de poemas que me diste, aún
sigue abierto donde mismo tu leíste, todo te espera para cuando tú regreses. |
Y cuando tú regreses, veras que “parece que fue ayer”. Recordar así es la forma más intensa de revivir el amor. Cuando dos enamorados se abandonan y se reencuentran tienen en esta canción la fórmula más perfecta y segura de reconciliación. Para el amor, esa clave mágica para aniquilar el tiempo, el espacio, el tedio y la soledad, la palabra precisa seguirá siendo: mi amor, ya no recuerdo cuándo te olvidé, porque “parece que fue ayer”: |
Parece
que fue ayer cuando
te vi aquélla tarde en primavera, parece
que fue ayer cuando las manos te tomé por vez primera. |
Existen verbos asociados directamente con el verbo central que nos ocupa que es amar: olvidar, recordar, añorar, desear. Pero hay uno en especial que le pertenece por naturaleza: perdonar; porque el amor vive de perdonar y de volver a empezar. Cuando Armando Manzanero escribe: Perdóname es porque quiere conjugar en primera persona el que sigue, que es abrázame. Reconocer que se ha faltado al amor es esa trampa dulce en la que se puede de nuevo anudar el corazón: |
Perdóname
por malograr todo lo bueno que me has dado, por
provocar las cosas malas que han pasado,
hoy me arrepiento de no haberlas evitado. |
Y hay que pedir perdón porque sabemos que la peor condena, la definitiva, es la separación y un amor así no es capaz de renunciar. La mitad de las canciones de amor dicen “te amo”, y la otra mitad “perdóname”; pero en realidad el misterio del perdón en el amor no puede estar expresado de otra manera más que en el olvido de la traición. Primero, No, luego Para cuando regreses, sólo te pido: |
Perdóname
por amargar lo que te queda de dulzura, por
olvidar que eres mi amor y no aventura, por olvidar que en tu cariño hay hermosura. |
Los sabios, los poetas, los enamorados, menos los científicos, hemos descubierto que el alma se alimenta por la piel o por los labios. La presencia, la costumbre del abrazo, el sonido de la voz, el perfume, la ropa, el silencio, el bolero, la lluvia, la ausencia, la mirada. ¿Cómo no extrañar ese mundo que de tanto rozarse con otro mundo, llega a convertirse en uno solo? Entonces ¿cómo no extrañarse, cómo no añorarse, cómo no sufrir la separación? La verdadera pena es la separación, que es la madre de la soledad. En todos los poemas y en todas las canciones de amor se trata de cantarle a este extrañamiento y amar y vivir son sólo intentos de resolverlo. Ya nada es como era, ya nada será igual. Ni tú ni yo. Por eso, no existe quien pueda negar esta extrañeza del amor: |
Te
extraño como se extrañan las noches sin estrellas, como
se extrañan las mañanas bellas, no
estar contigo, por Dios, que me hace daño. Te
extraño cuando camino, cuando lloro, cuando río, cuando
el sol brilla, cuando hace mucho frío, porque te llevo como algo tan mío. |
Porque,
repetimos, el alma se alimenta por la piel y se siente frío a pleno sol y
hay silencio en medio de la multitud y no entendemos ninguna voz y por eso
lo alegre nos parece triste y lo
triste se ha convertido en esta canción. La
extrañeza en el amor se vuelve añoranza cuando es el recuerdo de la unción
del amor. También se extraña una y todas las noches en las que después
de la contienda de la pasión, un cansancio sobrevive a aquélla noche de
amor. Cómo te extraño, No se tú. Entonces, sólo se quiere
volver a aquellos momentos en los que se fundieron el tú y yo. En este
bolero hay un umbral en el que se insinúa el sentido que reúne el amor
sexual y la devoción; porque la sensación física convertida en
sentimiento ya se refiere al amor real convertido en amor mágico. Pero la canción No se tú habla en forma clara de un umbral en la pasión que ha logrado privar, al amante, del goce de otro tipo de sensaciones; la clave de este bolero está en aquélla parte que dice: |
No
sé tú pero yo quisiera repetir el
cansancio que me hiciste sentir con
la noche que me diste y el momento que con besos construiste. |
Porque el amor pasional priva los sentidos del deseo de contacto con otro objeto amado y por eso siempre surgirá ese extrañamiento de la separación, mencionado en forma tan repetida en todos los boleros y en especial en este: |
No
sé tú pero yo no dejo de pensar, ni
un momento me logro despojar de
tus besos, tus abrazos, de lo bien que la pasamos, la otra vez. |
Después
del amor que hay desleído en este bolero es difícil seguir o regresar.
Pero todos los amores son eternos, sobre todo el último que es capaz de
escribir y cantar de nuevo ese reconocimiento universal a la sujeción, a
la esclavitud del amor. En Adoro hay un presente irremplazable y para su sujeto no hay antes ni después, porque es el concepto de una felicidad declarada que verdaderamente resuelve la incógnita del enamoramiento y el miedo del mañana y los pesares del pasado, porque quien adora, ama y nada más, con ese brillo trasfigurado que pone en los ojos ese espejismo añorado del amor. |
Adoro
la calle en que nos vimos, la
noche cuando nos conocimos, adoro
las cosas que me dices, nuestros
ratos felices los adoro vida mía. |
Ya
hemos insistido en el carácter universal de ciertos temas que por su
misma sencillez o porque expresan en forma clara y directa el sentimiento
pueden llegar a mucho y a través de distintas épocas. Recalcamos, de
nuevo, en que el tema Adoro posee estas características y algo más,
porque también lo asociamos con sus intérpretes y con alguna época de
nuestra vida en la que nuestros sentimientos eran más importantes que
nuestros propósitos y razones. La expresión declarada, abierta y
trasparente del amor es el verdadero tema y motivo del bolero, de la canción
y de la poesía más universales. Si habíamos expresado que es más hondo
el dolor de la separación, no podemos negar que tiene más fuerza la
expresión “adoro” que “amé”, porque el amor se juega su vida en
un eterno presente, mientras que el olvido vive del pasado y de la ilusión
perdida. En
realidad, el amor es el recuerdo vivo del paraíso perdido y es la expresión
más acabada del deseo de felicidad; requiere candor, obnubilación,
ceguera, perdón, nobleza, y, a la vez, exige una negligencia absoluta que
viene a perderse con la ausencia. ¡Cuándo se acabará ese romance entre
él y ella! Pensándolo bien, el amor ha sobrevivido a los poetas, al
odio, a la separación. Pero hay que decirlo: de pronto no existe ninguna
otra instancia en la cual se nos recreen todas sus facetas como en el
bolero, porque, como sabemos, el tango vive más del rencor y del desamor,
que del amor. En todas partes del mundo seguirá dándose ese encuentro
maravilloso del enamoramiento y de la desprevención y de ese ensayo de
felicidad que está definido en el noviazgo.
Es difícil que exista un bolero que diga Somos casados, porque para nosotros hay muchas más posibilidades sentimentales arraigadas en la sublimación del idilio en nombre de la familia, del arte, de la viudez, de la dejadez y de un nuevo matrimonio. Y así como con respecto al tema anterior Adoro ya afirmámos que no existe más realidad para el amor que el presente, entonces, también, podemos decir que si el amor existe en realidad, si su vehículo de expresión y materialización es el enamoramiento y que si la institución de los amantes ha reemplazado a la del noviazgo, la exaltación perfecta del amor se realiza en el noviazgo y no en el de los amantes. Este es el sentido del tema Somos novios: |
Somos
novios, pues lo dos sentimos mutuo amor profundo y
con eso ya ganamos lo más grande de este mundo; nos
amamos, nos besamos, como novios nos deseamos y hasta a veces sin motivo y sin razón nos enojamos. |
3.
Final agradecido Armando
Manzanero
no ha pretendido escribir, cantar y contar historias patéticas y
trascendentales, posrománticas, al estilo alemán del Werter,
de Romeo y Julieta o de Abelardo y Eloísa. Así tampoco Agustín
Lara no ha pretendido ser el continuador de los compositores románticos y
clásicos. Por eso su
respuesta tan contundente a aquellos que los llamaron cursi. Desde luego
que ya todos sabemos que en estos grandes compositores nuestro sentimiento
se ha convertido en música y su historia es la historia sentimental de
nuestras vidas. Armando Manzanero, Agustín Lara, Lucho Gatica,
Jaime R. Echavarría, Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Tito Rodríguez,
Rafael Hernández, Los Panchos, Rolando La Serie y Jorge Isaacs han
compuesto nuestra María
para novelarla, para recordarla, para que nos duela, nos consuele, nos
conmueva y nos motive. Muchas
veces a nosotros no nos ha interesado el purismo del intérprete como
ocurre en la actualidad cuando los boleros de Manzanero siguen
siendo cantados por músicos jóvenes que no poseen ese sentimiento para
interpretarlos, pero terminamos perdonándolos porque los temas del
maestro son tan universales y sentidos que siguen superando a sus
interpretes y esta seguirá siendo la razón por la cual el bolero seguirá
existiendo y continuará
reproduciéndose de cuando en vez, cada que un hombre poseído de un
sentimiento de amor o desamor se entregue a la tarea de contar sus penas y
sus dichas sin los artificios pretenciosos del poeta culto que nunca podrá
ser bolerista, así como Armando Manzanero nunca haya pretendido
ser poeta, aunque sus boleros contengan más poesía que la esgrimida en
los concursos y en los encuentros de literatos.
La cortina íntima de nuestra vida amorosa está bordada, mucho, por Armando Manzanero, que aún la sigue tejiendo, desde su casa centroamericana, en Mérida, Yucatán, o en cualquier lugar que recorra del mundo: caribeño, antillano, lleno de palmeras, de recuerdos, de guitarras y de boleros. De todo este mundo él ha extraído, llevado por la cadencia y simpatía de su ser sencillo, este afecto tan doloroso, este dulce sufrimiento que se llama bolero. ¿Cierto, querido amigo y gran compositor, cierto maestro Armando Manzanero, que nos entendemos porque cuando seguimos escuchando el tema Adoro no sabemos si lo escribimos nosotros o usted? |
Carlos Arboleda
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