Mi nombre es Cozbi y
estoy muerta. Los fieros me mataron y lo merecía, creo, a veces uno se
merece ciertas cosas y aunque nadie te defiende, aprecias las actitudes
benignas. Mi tribu era la de Madián, enclavada en Los Pocitos y había
estado el día completo esperando al palestino en San Rafael y Dragón,
que a una le gustan esas intrigas, un papel de color azul había sido
echado por la cornisa y estaba feliz cuando descubrí su firmante.
Me gusta mucho Zimri debido a su porte atlético, pero los fanáticos de
Madián están pendientes, si no es de mi tribu, es decir, de Los Pocitos,
nos sacrificarán. Los Pocitos quedan a tres cuadras del barrio de Zimri,
bueno, barrio como tal no es, en realidad los palestinos viven en
tiendas y a Zimri nadie lo visita porque es insultante, siempre cuando
alguien llega lo desnudan y le pegan. Sin embargo, cuando los fieros de
la tribu vieron mi cuerpo vestido, soltaron los tambores.
La divinidad era amar lo prohibido porque Zimri había estado en el mismo
hotel que Mastodonte y al pirata casi nunca lo agarraban los fieros de
la tribu, ellos fumaban marihuana y bebían todo tipo de rones, sin
embargo nadie los acusaba. Mi padre me defendió, y de manera indiscreta
Zimri no pudo guardar lo del pecho. Los habitantes de Los Pocitos cuando
se enteraron fueron a la huelga todo el día comiendo chocolates al pie
de los leones. Para ellos los palestinos solamente son gente de juergas
y alborotos y como vieron los grandes botellones de miel se las
enterraron por los ojos a los de las tiendas, en cuanto vieron a Zimri
conmigo, dijeron que lo desnudarían. Precisamente en la cúpula del Monte
Guar le sacrificaron, pero a mí, bueno.
Los palestinos llegaron y trataron de defender a Zimri, el cual gritaba
como un animal, pobre amor, o tal vez lo sabía y le gustaba la ricura,
con su gorro de color azul hasta las orejas, diciendo frases muy a la
moda, guao, nos hicieron a todas las chicas de Los Pocitos un gran
favor, al poco rato apareció otro palestino con la cara linda y dijo:
-Aunque no dejen, el amor traspasará algunas razas y punto.
Se encaramaron en los camellos verdes, ruta 27 y no paramos hasta la
mitad del camino. Pero lo mío fue cruel. Más cruel que lo de Zimri, yo
no era de su barrio y cuando llegaron los palestinos y me vieron así
desnuda y tibiecita, dijeron que era una ramera y ávidos de tirar las
cacerolas, empezaron con las mismas de cuando María y venga piedra, el
malecón cerca, los fan de Los Pocitos enarbolaron una calavera y
gritaron: ¡Venganza, venganza! por toda la avenida del puerto y por la
radio emitieron un mensaje cuya esencia hablaba de mi muerte. Ellos ni
imaginaban: ya estábamos muertos desde milenios en el capítulo 25 del
libro de Números del Pentateuco, y no importaba si al final pegaban mi
cabeza como banderola en Los Pocitos por rabia contra los palestinos: la
tribu del Gran Yahvé. La noche de la ejecución estrenaban: “Desnudos en
la distancia”, la última producción de Almodóvar y la calle 23 pululaba
llena de luces. De todas formas los palestinos estuvieron escondidos
hasta el nuevo milenio y mi tribu pintaba las aceras.
Desde aquella época el malecón se quedó desierto mientras Zimri y yo
volábamos encima de las olas. Salu y Zur estuvieron peleados a muerte
hasta la época de las guayabas. Sólo entonces olvidaron las diferencias.
(Cuento listo para radiar: aparecido en una de las tiendas encontradas
en la explanada donde se había librado la batalla de Megido. Se cree que
fue escrita por una madianita infiel: Nota del director de programas
Eduardo Bernal, alias Melquíades:.)
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