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Necesito un ordenador:
escribí a cien desconocidos,
con letras redondas, maquinadas,
inhábiles gacelas sublimando los desafueros.
Sonriente, a los quince días, recibí cien ordenadores;
venían de toda la tierra:
selvas, desiertos, montes;
y de la añoranza.
Eran cien máquinas tímidas;
decían poemas a la espera,
y bebían las temeridades como Kendall.
T.S. Elliot escribe sobre una doncella,
y ve el rojo silencio de mi rostro,
mientras observo al trasluz la medianoche.
T.S. Elliot envía a la casa ruralista un ordenador con postdata:
I love you, dice cual cínico escritor,
y luego llora entre las nubes.
Otro señor de presumido rostro
envió una segunda máquina como verdad innegociable,
corría desnudo por el monitor, y reía, reía... plin!, plin!:
- Eres la mujer borgiana.
De espalda era travesti, de frente una corola:
su nombre: Lancelot.
Gérar Depardeu muere en una cristalizada buhardilla
y habla en idioma de puentes levadizos:
- A lo mejor eres elegida.
Gérar Depardeu envió antes un ordenador lleno de anagramas
y sacudía en las estrellas el perfil del viento,
luego con idéntica imitación clavó sus manos a una cruz.
Una rubia desnuda emerge del monitor como las ninfas
y se ve a Marilín Monroe que pinta un mensaje de violetas:
-Todas las mujeres son como yo, dice,
escondida en la jaula donde una fiera se enardece
y el suicidio precede a la noche.
-II-
De los cien ordenadores
algunos eran anónimos,
otros llevaban nombres en tarjetas:
Lennon, beatle deiforme,
Ágatha y Poirot,
Hemingway, Baudeleaire (flores enfermizas),
Pasternak y la caída del muro de Berlín,
and George Harrison en la lobreguez de diciembre.
Tardes de domingos y vecinos
cambian latas con arroz por un minuto
junto a buenos artistas;
alquilo ordenadores para escribir cartas,
y reencontrar los versos en una ciudadela.
Alquilo ordenadores para juegos de flautistas,
o insomnes vírgenes,
para inundar la realidad y una canción de Brian Adams.
Alquilo ordenadores en los domingos, insisto,
y es hueca la música de un salsero de moda;
Madre se derrite en una vieja tumba,
Hija pequeña huye en un filme de week end
Y Padre hurga en la imaginaria billetera.
-III-
Necesito que los raros enciendan la nieve
y mi cabeza provoque itinerarios,
que algunos vivos dejen de ser muertos
y los muertos abandonen la vida.
A la semana devolveré como herencia,
tal vez ocho ordenadores,
una estampa trasnochada,
y el ruido del viento encima de las hojas.
Prometo la luz de la tarde, la lluvia tardía
y el sonido de un órgano matinal,
para el desnudo computador de la censura.
También irán de vuelta los acordes,
el engaño, la insensatez,
y el robo de un auto.
Estaré lista para verles partir,
aunque de nuevo mi desesperanza
renazca en una tarde de domingo,
y Dios masculle el Apocalipsis,
mientras el sadismo
inunde los cien ordenadores. |