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Un criminal nato.
Reseña de la obra de teatro “La Oruga (Bullying)”, de Alejo Beccar |
“La Oruga (Bullying)”[1] relata la historia de una adolescente que, tras ser hostigada sistemáticamente en la escuela por sus compañeras, decide suicidarse. Luego aparecerá como un espectro, remordiendo las conciencias de sus verdugos, repitiéndoles: “¿por qué a mí?” A partir de ello, Alejo Beccar, dramaturgo y director de la obra, busca retratar y aportar elementos para la comprensión del “bullying”, es decir, el “acoso escolar”. A través de una puesta en escena minimalista -espacio despojado en el que sólo hay sillas- desde la perspectiva del autor “la obra plantea las causas y los efectos de la violencia en la secundaria y de qué modo es ignorada hasta que se produce una tragedia[2].” Como veremos, en la pieza teatral circulan presupuestos compartidos por numerosos “expertos”. Y en lugar de aportar a la construcción de una salida superadora, reproduce a pie juntillas todas las limitaciones de los estudios en los que se funda. En este sentido, la crítica particular que realizaremos en este artículo permite problematizar, también, la mirada generalizada sobre el fenómeno del bullying. De malas yerbas… Los estudios sobre el bullying forman parte de una corriente de análisis estrechamente ligada a la psicología, de gran influencia en países como España, Inglaterra, Canadá y EE.UU. Ahora bien, ¿qué es el bullying? Según los especialistas, consiste en el acoso moral, psicológico y/o físico de un alumno o grupo sobre otro, de un modo sistemático, con el objetivo de hacerle daño. En términos generales, dichos trabajos se limitan a observar aspectos individuales, como la personalidad, el rendimiento escolar o el entorno familiar. El acoso escolar requeriría tres protagonistas centrales: un líder (el bully), la/s víctima/s y los espectadores. De hecho Olweus, pionero en la materia, elaboró una tipología para detectar víctimas y agresores[3]. Entre las características de las “víctimas típicas” se encontrarían la ansiedad, la inseguridad, la sensibilidad, llorar frecuentemente y sentirse poco atractivos. Aún más, señala la existencia de “desviaciones externas negativas” como la obesidad, el pelo colorado o usar anteojos. Por su parte, los “agresores típicos”, además de ser belicosos, tendrían una opinión positiva de sí mismos y un mal carácter, harían bromas desagradables y serían eficaces en los deportes y las peleas. En suma, esas tipologías humanas darían lugar a una guerra soterrada o abierta entre débiles y fuertes. El enfrentamiento dejará de un lado a los ganadores y del otro a los perdedores. Todos esos estereotipos de corte malthusiano-lombrosiano son escenificados en “La Oruga”. Andrea, una chica gordita, torpe e insegura es acosada permanentemente por un grupo de compañeras de curso. La insultan, la obligan a pagar un “peaje” para salir al recreo, le escupen la comida y la apodan “oruga” -“culo de cerdo cabeza de tortuga”. Por su parte, el grupo acosador tiene como líder a Belén, una típica matona. En este caso, se trata de chicas ágiles, esbeltas y peleadoras. Otro grupo de compañeras, las espectadoras, observa esta situación y se debate entre la acción y la impotencia. En la medida en que sienten temor de pasar a ser el blanco de las humillaciones, actúan como cómplices silenciosas. Pero como en el mundo no habría lugar para los débiles, finalmente, víctimas de la presión de las líderes, se unirán al clan de las hostigadoras. Desde la perspectiva del director, este grupo adquiere una gran importancia en tanto reflejaría el comportamiento de la sociedad en relación a la violencia: “la gente no interviene porque le da miedo lo que le puede pasar. Miran para otro lado[4].” De la tipología humana puesta en escena, deducimos entonces que, en el mundo del “sálvese quien pueda”, todos somos responsables de lo que le ocurre a Andrea. La incómoda sensación del “fuimos todos” recorrerá al espectador durante toda la obra. La fábrica del bullying Los tipos individuales se verían potenciados, según los expertos, por otro elemento central que explicaría los distintos grados de agresión: los controles y dispositivos escolares. El desconocimiento del problema por parte de las autoridades educativas redundaría en un incremento de las situaciones conflictivas, agravando el problema. Por ello, Olweus propone fortalecer la vigilancia en los espacios de ocio ya que allí se producirían con mayor frecuencia los hechos de violencia. En sintonía con este planteo, en “La Oruga” la escuela cumple un rol completamente pasivo en relación al hostigamiento que sufre Andrea. Como la principal inquietud del colegio consiste en preservar “el prestigio”, da lugar a la intervención del gabinete psicopedagógico. No obstante, los técnicos en lugar de sancionar a las agresoras culpabilizan a la víctima. De esta forma, la escuela, en su inoperancia, aparece como una de las causas principales del problema. El disparate llega al colmo cuando el gabinete decide avanzar en la resolución más sencilla: expulsar a Andrea porque, en última instancia, eran sus diferencias e inadaptaciones al grupo las que provocaban la agresión de sus compañeras. Es en este punto en el que empieza a gestarse el giro dramático en la trama argumental. Este no es el único ejemplo en donde se evidencia cómo la escuela, en la creación de Beccar, aparece como una máquina inoperante. La obra comienza con una voz en off, suponemos que de una preceptora, que al pasar lista menciona a “la muerta”, Andrea, y frente a sus alumnas cabizbajas sólo puede pedir disculpas. “La Oruga” tiene, desde su inicio dos problemas. Por un lado, sus personajes grafican los arquetipos de corte lombrosiano elaborados por los teóricos del bullying. Así, se individualiza el problema y se lo descontextualiza de un conjunto mayor de relaciones sociales violentas. Por otro lado, se plantea la existencia de una estrecha relación entre la violencia en el espacio escolar y lo que hacen o no hacen las escuelas. Una vez más debemos señalar un punto sobre el que venimos insistiendo en este periódico. Cargar las tintas sobre la escuela forma parte de una concepción que invierte los términos del problema: no es la escuela la que permite explicar la violencia actual sino que, contrariamente, es la violencia la que explica la escuela de hoy. Ahora bien, en la línea de investigación centrada en el bullying, la responsabilidad no sólo recae sobre alumnos, docentes y directivos. Un tercer actor fundamental es la familia. En “La Oruga”, la única referencia que trasciende el espacio escolar es, precisamente, la familia de Andrea. Veamos que nos dice sobre ella. La semilla del mal La desestructuración de la familia (burguesa) tradicional, según los numerosos “expertos” del bullying, permitiría explicar la emergencia de esos retoños desviados. Durante los últimos años, los padres habrían olvidado la importancia de la vida familiar, dedicando la mayor parte de su tiempo al trabajo y delegando a la escuela la educación de sus hijos. Las familias no-tradicionales tornarían los vínculos más efímeros y los chicos, como correlato, elaborarían nuevas formas de convivencia en las que el afecto y el compromiso emocional pasarían a un segundo plano. En “La Oruga”, el primer dato que aparece sobre la familia de Andrea es que sus padres están separados. Su madre sólo se preocupa por sus notas en la escuela. Por el contrario, a su padre no le interesa demasiado su rendimiento escolar. Los días de Andrea transcurren sin que ellos se enteren de lo que le sucede en la escuela pero, una vez que el problema se hace visible, su mayor preocupación pasará a ser culpabilizarse mutuamente. Sólo la negativa de su hija de volver al colegio los hará intervenir. Pero, al quejarse en la escuela, sólo le traen más problemas con las matonas, ahora más virulentas. La imagen que se le ofrece al espectador es la de dos adultos egoístas hablando sin escucharse entre ellos. Tampoco ninguno escucha a su hija. De esta forma, la falta de comunicación entre los diferentes actores se configura como un eje central de la trama. En ese contexto familiar, Andrea busca consuelo en su abuela, también abandonada por su familia, ya que es la única persona con la que puede dialogar. Sin embargo, es ella quien porta, en último término, un “mensaje desesperanzador” que la llevará al suicidio: nacemos para morir y, cuando ya no se puede hacer nada, lo mejor es morir. Este mensaje, representado mediante alusiones al individualismo nietzscheano -“Dios ha muerto, querida”- reedita una concepción reaccionaria de larga data, con una fuerte impronta religiosa: por fuera de la familia tradicional -burguesa- sólo resta el individuo aislado, una muerte en vida. Como vemos, en “La Oruga” la recomposición de la familia aparece como una tarea necesaria para resolver la violencia en las escuelas. Esta mirada responde a una concepción según la cual el contexto social de lo que ocurre en las escuelas se limita al ámbito familiar. En este sentido, Alejo Beccar plantea que: “En el caso de la víctima de bullying, Andrea, los padres se niegan el uno al otro. En el caso de los chicos que ejercen el bullying reflejan lo que les pasa en la casa. Obviamente puede estar incrementado por la violencia que pueden ver por medio de la televisión o la calle”[5]. Ahora bien, ¿de que familia nos habla Beccar y, en términos generales, los “especialistas” del bullying? Ni el tiro del final… Como hemos visto, desde la perspectiva del bullying todas las familias habrían atravesado un mismo proceso de desestructuración, encontrándose en la misma situación y contando con idénticas herramientas y posibilidades. Como el eje se coloca en los individuos aislados y no en las relaciones sociales, los padres “eligen” trabajar en lugar de quedarse en su casa cuidando a sus hijos. He ahí uno de los problemas: la familia (en abstracto) fracturada por entuertos personales. Una familia que, a las claras, no es cualquiera sino una bien burguesa. En ella no hay hambre, sudor ni esfuerzo sino padres que sólo debieran ponerse de acuerdo. Dicha abstracción no sólo opera en relación al contexto familiar de Andrea. En este sentido, uno de los elementos más desacertados refiere al rol que cumplen las “acosadoras”. En tanto no sabemos quiénes son ni porqué actúan de ese modo, la obra exhibe una perspectiva cercana a la criminología positivista que naturaliza los comportamientos agresivos. A su vez, como los cómplices silenciosos juegan un rol central, la obra machaca sobre el espectador la idea de que todos somos responsables, todos somos potencialmente verdugos. “La Oruga” porta las limitaciones propias del campo teórico en el que se inscribe. En términos generales, los estudios sobre el bullying se caracterizan por recortar la realidad de tal modo que los individuos, aislados de las relaciones sociales que entablan, ocupan un lugar central. Por ello es que creen que es posible tipificar a sus diferentes protagonistas. De esta forma, se configura un análisis ahistórico que oculta las determinaciones sociales más generales que explican la violencia en las escuelas. Estos déficits dan lugar a que numerosos autores, incluyendo a Beccar, lleguen al absurdo de considerar que el bullying puede comenzar en el jardín de infantes mismo. A su vez, nos invitan a pensar que absolutamente todos cumplimos un papel en él, sea como víctimas, victimarios y/o espectadores. Así, no se entiende cuál es su especificidad histórica, social y cultural. Además, tampoco se explica por qué un alumno frente a las cargadas de sus compañeros decide acribillaros o matarse. Ello sólo cobra sentido al considerar la pérdida del horizonte social de miles de jóvenes, su degradación moral; se trata del desprecio por la propia vida y la de los semejantes. En este sentido, lo que Beccar considera un “asesino silencioso”[6] es, en realidad, uno de los síntomas de una sociedad que se descompone, dando lugar a la ruptura de las relaciones sociales más básicas. En este marco, la perspectiva socialista de la escuela se opone a los discursos, como los de los teóricos del bullying, que apelan a la responsabilización general -“somos todos culpables”- y que niegan la posibilidad de un cambio a partir de la organización -sálvese quien pueda”. Notas [1] En cartel durante los meses de julio y noviembre de este año. [2] Crítica, 27/08/09. [3] Ver Olweus, D.: Conductas de acoso y amenaza entre escolares, Ed. Morata, Madrid, 1998. [4] Crítica, ídem. [5] Ver http://oruga-teatro.blogspot.com [6] Esta afirmación se basa en una serie de estudios efectuados en distintos países que relaciona linealmente el bullying en las escuelas con las tasas de suicidio.
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Natalia Álvarez Prieto
Gentileza de Razón y Revolución - Organización
Cultural
http://www.razonyrevolucion.org
Publicado, originalmente, en El Aromo
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