Marzo, el mes del no libro |
Si tenemos en mente
cualquier definición histórica de libro desde que el ser humano creo la
escritura, desde que los griegos acunaron el término biblós
para referirse a lo que en un inicio era un rollo de papiro, el mes de
marzo para nosotros es el mes que se muestra consagrado con mayor
insistencia a ese frágil pero perdurable objeto. Al comienzo del llamado
ciclo escolar miríadas de niños, adolescentes, jóvenes y padres
recorren librerías, ferias y bibliotecas, en su trajinar tras las
solicitudes de los docentes. Pero, ¿se consagran al libro? ¿Existe a la
par de lo intenso de esa búsqueda un respeto y aprecio similares? El libro se transforma y
casi se limita a una mercancía. Las librerías que trabajan con textos
escolares y complementarios, pasan a ser el privilegiado sitio de
intercambio de ese objeto devaluado que parece haber extraviado su
esencia. Entre la mano que paga y retira un ejemplar y la que cobra y
entrega el libro subsiste la misma relación que entre la que entrega y la
que retira una lata de conservas o un pan de manteca. El intercambio de
marzo, que llega hasta abril o mayo, despoja al libro tanto de la dimensión
de reservorio del saber como
de instrumento para el mero esparcimiento o disfrute. La comercialización
del libro de marzo, gracias a sus principales actores -las editoriales de
textos, los docentes y los padres- es un vasto escenario de la alienación.
La "extrañeza" que este ejercicio guarda con el objeto
transmisor de conocimiento convierte a éste en un ente vacío de sentido.
El libro transformado en mercancía es manipulado con desdén, como una
obligación y no una cita, invitación al descubrimiento y la creación. En marzo sucede todo
aquello que uno no esperaría que sucediera. En marzo todos somos libreros. Las editoriales invaden ámbitos del
circuito comercial vedados por principios básicos de comercialización,
penalizados por leyes que no se aplican. Grupos preponderantes dentro del
mercado editorial, como Santillana, disponen parte de su fondo en
"promoción", y a esas ediciones "promocionadas" les
marcan precios de novedad, bajando los descuentos. Con lo cual percibimos
que la promoción sólo sirvió a la editorial, ya que limpió stock con
mayores ganancias. Les comento que esto no es más que un ejemplo de jardín
de infantes en comparación de otros comportamientos regulares como son
las ventas dentro de los mismos establecimientos educativos, con la
anuencia de los directivos, la bendición a librerías, en perjuicio de
otras, y otras conductas semejantes. ¿Puede modificarse este
panorama? Primero hay que recordar que este mercantilismo obsceno está
ligado a la estructura del año escolar, al cual parasita. Y que es hijo
dilecto de la conducta indecente -cuando menos- de las editoriales de
texto, sumada la "ignorancia" hacia el libro que recorre por el
resto del año a la mayoría de los hogares. Si durante el año el libro
ocupara una posición distinguida en el núcleo de las familias, ahí
tendríamos la primera defensa. No se tildaría de gasto, de molesto
gasto, a la compra de los textos escolares, con lo cual el primer
acercamiento sería distinto y el nivel general de los mismos, en una
sociedad más ilustrada, tendería a ser más alto. Tengamos presente que
se dice que en nuestro país, antiguamente, la enseñanza era más
completa o profunda. Los invito a abrir un libro actual, por ejemplo, de
literatura para cuarto o quinto año del bachillerato y, en comparación,
a que se haga lo mismo con los antiguos manuales de la editorial Estrada,
preparados para esa misma asignatura. Es probable que estos últimos
fueran dirigidos a otros alumnos, con otro compromiso escolar, y también
a otros docentes y a otra concepción política de la escuela. El
contenido del manual de la década del ochenta por cierto que es altamente
superior, al menos a los ojos de quien escribe este artículo. También
pueden probar con los libros de matemática, de geografía. Ustedes
propongan. Marzo dejará de ser el mes del no-libro en gran parte cuando sus principales actores tengan una relación de aprecio durante todo el año hacia el libro y lo que él simboliza para nuestra cultura, desde los albores de nuestra civilización hasta nuestros días. |
Héctor Alvarez Castillo
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