La poesía: |
A
esa antigua frase que confirma y condena a la poesía, entre los géneros
literarios, a un rol de Cenicienta la hemos oído tantas veces que ya no
podemos recordar cuando fue la última ocasión. Pero con los años y
cierta práctica sumada a la reflexión, es admisible que uno tenga un
acto de rebeldía y que comience a dudar de esta “verdad” instalada no
sólo en nuestro medio. ¿Será así o será que las editoriales
menosprecian desde el vamos a este género y en vez de alentar su difusión
lo van reduciendo a la circulación de dos o tres nombres mayores, no
moviendo un dedo para que se estimule la difusión de nuevos autores o de
otros poetas que no sean los de un parnaso virtual, consumido en especial
por colegiales que los adquieren merced a la obligación y por algunos
transgresores que generación a generación se acercan a este arte de
rapsodas y aedos? Lo
primero que llama nuestra atención es que este género recibe altos
halagos de editores y del periodismo cultural, al mismo tiempo que algunos
agentes literarios, desde su misma presentación, nos comunican que no
reciben poesía y que los suplementos culturales cuando le dedican atención
parecen que están extralimitando su generosidad y gentileza. En mundos
paralelos proliferan las editoriales menores que publican una tras otra
conjuntos de poemas de autores que costean, en la mayoría de los casos,
la edición de sus obras. Y a lo largo y ancho de nuestro país
comprobamos como, anualmente, se mantienen bares y otros sitios donde se
realizan reuniones regulares de lectura y discusión de estos poetas que
no tienen nada de “malditos” y no ven en la poesía nada de
“Cenicienta”. Cuando
uno se entera de la enorme cantidad de libros de poesía que año tras año,
solventados y puestos en circulación esencialmente por sus autores, se
editan sólo en Buenos Aires, se le dificulta creer que a los gestores de
esta actividad se los deba tratar casi como a “autistas”. Se nos hace
difícil mantener la creencia de que estos poetas sólo consuman su propia
poesía y que, con suerte, la de aquellos otros autores con los que
comparten un círculo poético. Comparadas las cifras de libros de poesía
con la de colecciones de cuentos que aparecen anualmente en nuestro país,
entra en conflicto la noción de Cenicienta de las letras, por más que
entendamos que ninguno de los tradicionales géneros literarios merece ese
apelativo. Más
de una vez he pensado que si una de las pocas editoriales que manejan el
mercado argentino, una sola al menos, se ocupara de organizar a conciencia
y de promocionar –como lo hacen, por ejemplo, con los best-sellers del
tenor de los que produce Dan Brown– una colección de nueva poesía
argentina, las ventas no serían tan bajas como éstas empresas
comerciales nos insinúan constantemente y como los serviles
“escribidores” repiten a coro. No
es el caso hablar aquí de creación
de demanda dirigida por la oferta que el mercado quiere implantar,
pero distintos signos delatan que no se hace ni intenta nada para que los
lectores tengan ante ellos un abanico rico en elecciones y no que deban,
en tono con la globalización, conformarse con catálogos de librería que
parecen calcos de los catálogos de metrópolis extranjeras o, en el mejor
de los casos, con otros títulos y autores, pero armados con idéntica
aspiración. Saenz
Peña, noviembre de 2005 |
Héctor Alvarez Castillo
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