Onetti: "Todo en la vida es mierda" |
El pozo (1939), de Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909-1994) rompió las convenciones literarias de su tiempo anunciando la nueva novela. Nadie había narrado hasta entonces con lirismo tan cruel y amordazado [«Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender»] el desarraigo del hombre, en el mismo momento que el mundo se venía abajo con el auge del nazismo, los estragos de la Gran Guerra y los conflictos económicos e ideológicos de entonces, con sus oligarquías dominantes, sus dictadores y caciques.
Este libro hondamente pesimista, creó, en Eladio Linacero, el arquetipo del antihéroe onettiano, «sólo y entre la mugre». Soñador, enamorado de la juventud y la inocencia, no encuentra otra forma de realizar su sueño que raptando una adolescente, Ana María. Lázaro, el militante, tiene un ideal; Cordes, el poeta, sus bellos pensamientos, pero para Eladio no hay sino un sentido de culpa y la certeza de vivir aislado en un mundo de eterna oscuridad.
Este libro hondamente pesimista, creó, en Eladio Linacero, el arquetipo del antihéroe onettiano, «sólo y entre la mugre». Soñador, enamorado de la juventud y la inocencia, no encuentra otra forma de realizar su sueño que raptando una adolescente, Ana María. Lázaro, el militante, tiene un ideal; Cordes, el poeta, sus bellos pensamientos, pero para Eladio no hay sino un sentido de culpa y la certeza de vivir aislado en un mundo de eterna oscuridad. |
La
vida breve (1950)
es una larga novela que marca el punto culminante de su carrera como
narrador. No sólo cuenta la vida novelesca de un novelista, Juan María
Brausen, sino la novela o el guión cinematográfico que escribe, la crónica
que hace durante el relato que Onetti hace de su vida y que llega a
confundirse con ella, trascendiéndola y salvándola. El personaje central
es un alienado e introspectivo publicista que vive con su esposa,
[Gertrudis, que ha perdido un seno a causa de un cáncer], una atroz
intimidad de mutuo desamor. Al ser cesado del trabajo, incapaz de
enfrentar la nueva situación cae en una serie de fantasías, o
argumentos, tratando de dar sentido a la confusión: unas veces es el
bandido Arce, que vive con una prostituta y vende drogas en las calles, o
el médico cínico Díaz Grey, para quien Brausen inventa un amor con la
joven Elena Sala y un completo escenario: un lúgubre puerto de río
llamado Santa María. De esa manera Brausen lleva a cabo su batalla contra
el anonimato, queriendo vivir y morir sin memoria.
Puerto
de Santa María es el lugar, la tierra, el nombre feliz lleno de sol, de
gentes, de árboles y soledad donde el autor y los personajes hallan
salvación. Una ciudad irreal, limbo terrestre donde viven el tormento de
la vida breve sin importarles el futuro, ausentes de pasado y sin
necesidad ni interés por comunicar algo a los otros. En Santa María los
personajes existen absortos en un tiempo que es un presente invulnerable
al pasado y al futuro. De allí que mientras Brausen escribe una novela,
Onetti escriba la que leemos y los personajes tengan que huir de Buenos
Aires o de Montevideo, a Santa María, para encontrar libertad, porque
sospechan que es el otro mundo, un país de maravilla, una ciudad
literaria.
Santa María está hecha de los sueños de Brausen como Brausen de los sueños de Onetti, quien deja a aquel crear en su memoria y sus delirios la ciudad. Brausen sabrá de la realidad de sus sueños mientras su mujer llora, dormida, y Onetti, que comparte con él un despacho, le hace buscar la salvación en la habitación de la Queca, su vecina de aquel. En esa habitación, «naturaleza muerta» donde se oyen todos los ruidos del mundo y desde donde siente los suspiros de su mujer que sufre en sueños, Brausen, -que se finge Arce para gozar de la pureza ilusoria de no tener pasado y se realiza en Díez Grey haciendo que el ayer no importe y la historia de su personaje sea impotente ante el hoy de Santa María-, se mueve adentrándose en sí mismo como por el espacio irreal de un cuadro. Los objetos, sucios y podridos, reposan con obstinada inocencia, ajenos al devenir, desnudos en su existir, mudos y discretos pero apoderándose del intruso. Absorto en esa paz que contagian los objetos llega a la existencia pura, recorre el alma, el cuerpo, la persona toda de la Queca, logrando una intimidad irrecuperable con ella. Decide entonces asesinarla para lograr el vacío total. Pero un otro, real, la mata por él. Brausen alcanzará la plenitud del ser cuando, en compañía del asesino real, se entrega a la policía. La
vida breve
es una elegía-despedida a la vida sin pasar por la muerte; la
conciencia de la soledad y de nuestros falleceres diurnos y nocturnos. Y
el rechazo, también, a todos los valores que se nos han impuesto. Brausen
inventa una realidad para vengar la realidad no elegida pues, como
artista, tiene la facultad de crear otros mundos para escapar de la
insoportable continuidad de la existencia.
La
imposibilidad de comunicación rige El
astillero (1962), su pieza maestra. La novela está dominada por la
persona de Junta Larsen, un hombre duro, lacónico y rebuscador, antiguo
propietario de un burdel que había aparecido por primera vez en Tierra
de nadie y que también forma parte del elenco de La
vida breve. Las visiones ideales de la juventud de Larsen, sus
subsecuentes sueños de riqueza y poder, le han eludido; ahora está al
final de su larga maniobra. Vuelve a Puerto de Santa María y se convierte
en un muy bien remunerado gerente de un astillero. De hecho, el astillero
es un despojo del tiempo y el salario mera imaginación, pero Larsen, como
los otros empleados, entran a gusto y con aparente convicción en este
juego kafkiano: estudian archivos envejecidos, hablan de barcos que hace
tiempo desaparecieron, cortejan a la enferma hija del patrón. La crisis
se precipita cuando uno de los empleados se rebela contra este mundo
absurdo, y Larsen, fallando al intentar asesinarle, enloquece y muere.
Para
Larsen la vida se nos va haciendo nada, una cosa tras otra sin interés ni
sentido. Pero a pesar del fracaso y las degradaciones, su heroísmo reside
en tratar de encontrar algún sentido a su constante lucha por sobrevivir,
sabiendo que crecer es fallar pues sólo en la juventud somos capaces de
amar y tener esperanzas. Al cerrar el libro tenemos la certeza de que la
muerte es la única que puede salvarnos del absurdo de vivir, librarnos de
esa pesadilla que es la vida adulta.
El
asunto de Juntacadáveres
(1964) es un fragmento de la vida de Larsen, cuando, al establecer un
burdel en Puerto de Santa María, asiste a la realización de su ideal.
Refiere paradójicamente los precedentes de la expulsión decretada por el
gobernador, de Larsen o Junta, quien murió, según se cuenta en El
astillero, de pulmonía en un hospital de El Rosario.
Santa
María es ya una ciudad en plenitud ciudadana. Pero la verdadera historia
hay que buscarla en el ánima de los personajes: Larsen, con su extraña
vocación de ser siempre y sobre todo una figura escatológica, un ave de
mal augurio que anuncia la muerte, un junta-cadáveres, hiena
coleccionista de carroñas, y su grupo de grotescas putas, decrépitas,
buscando en el lupanar el naufragio definitivo.
Onetti
ha puesto en esta novela toda la sabiduría de su larga existencia a fin
de someternos al asfixiante clímax de una ciudad alucinada que renace
cada día, desde su provincialismo, entre un río y una colonia de
labradores suizos, con la tranquilidad conmovida por la presencia súbita
e insólita de una casa de putas, autorizada por el Consejo Municipal
mediante votación y luego de un nudo de discordias y conflictos que
termina en una tragedia y una curiosa cruzada impulsada por el cura
Bergner, con militancia de jóvenes que «quieren novios castos y maridos
sanos». Larsen, el proxeneta, significa el «progreso» en una sociedad
atemorizada y conservadora. El prostíbulo es el mundo futuro y las putas,
la infinita ternura que necesitan los hombres.
Toda
la obra de Onetti es una honda reflexión que nos empuja al desamparo, el
desencanto, el desarraigo, la pasividad, el aburrimiento. Sus personajes
se mueven entre las miserias de la angustia y la resignación, que asumen
sin ira ni rebeldía, con cierto fatalismo cristiano digno de nuestras
tradiciones, así sea sin fe. Sus personajes son contemplativos a la
manera de Díaz Grey o Jorge Malabia, seres incapacitados para crear
relaciones orgánicas con sus comunidades y son por tanto relegados a la
soledad y el aislamiento. El mundo, para ellos, es un suplicio que deben
evitar pues representa la decrepitud e insolvencia de unos valores que la
pequeña burguesía abandonó hace ya tiempos, pero que parece serán
pronto remplazados por otros. Un mundo de indiferencia moral, sin fe ni
interés por el destino. El asunto central de su obra es la imposibilidad
del hombre para resistir el peso de la realidad, como dice Eliot en uno de
sus poemas. Incapaces de aceptar que sus vidas carecen de sentido, sus
personajes tratan de modificar la realidad y se destruyen a si mismos. Notable
cuentista, la trama de sus narraciones se construye a menudo alrededor de
una acción fundamental ofrecida en versiones o claves varias, contadas a
través de terceros, pasivos espectadores -como el lector- que evocan con
maledicencias, chismes y rumores la vida de otros, dejándonos en la
incertidumbre al tiempo que teje un personaje colectivo al que nos vamos
integrando, una sociedad a la que terminamos por pertenecer: la gente de
Puerto de Santa María.
Onetti
fue calificado de anti novelista a causa de su escaso interés en los
argumentos tradicionales. La acción en sus libros está generalmente
subordinada a describir detalles que enfatizan el paso del tiempo. Su
estilo, plano desde los primeros libros, fue cambiando gradualmente hacia
un denso y oblicuo instrumento pleno en encubrimientos, reiteraciones, monólogos
elípticos de acuerdo con las características complejas y confusas de sus
personajes y la estática visión de la vida que tienen.
Juan Carlos Onetti abandonó la escuela secundaria y trabajó como portero, oficinista, mesero y vendedor. En 1932 se trasladó a Buenos Aires, donde vivió por dos años, y publicó sus primeros cuentos en los suplementos literarios de La Prensa y La Nación. Sus intereses literarios se fueron desarrollando paralelamente a sus intereses políticos. De regreso a Montevideo fue nombrado editor de Marcha (1939-1942) donde promovió la nueva literatura. Al dejar la revista pasó a trabajar en la agencia noticiosa Reuter, primero en Montevideo (1942-1943) y luego en Buenos Aires (1943-1946). En esta última ciudad permanecería hasta 1955 trabajando como editor de las revistas Vea y Lea. Durante la década del cuarenta escribió varias novelas y tradujo a varios escritores norteamericanos, en especial a Faulkner, uno de sus favoritos. En 1957 fue nombrado director de las bibliotecas públicas de Montevideo. En 1974 premió un cuento de Nelson Marra, donde la policía uruguaya es presentada como torturadores y raptores. La historia fue publicada en Marcha, que fue clausurado por diez semanas y Marra, Onetti y otros miembros del jurado fueron puestos en prisión, y golpeados para hacerles entender que nadie podía afirmar que la policía uruguaya golpeaba y torturaba a los detenidos. Onetti sufrió una crisis nerviosa, tuvo que ser recluido en una clínica por algunos días y luego partió para Madrid, donde murió. Otros de sus libros son Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), Los adioses (1954), Para una tumba sin nombre (1959), Dejemos hablar al viento (1979), Cuando entonces (1987) y Cuando ya no importe (1994). Sus Obras completas aparecieron en México en 1970. Recibió el Premio Nacional de Literatura (1962) y el Cervantes (1980).
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Harold
Alvarado Tenorio
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Revista de Poesía Arquitrave
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