Ignacio Alvarado premio Casa de América |
Con el libro Pobre Biblia el poeta fue reconocido por Chus Visor que recibirá Cien Mil Euros españoles.
El jurado del Casa de Poesía Americana concedió por mayoría el premio al vademécum Pobre Biblia del poeta nadaísta colombiano Ignacio Alvarado Vidales.
Fétida Belli, Julia Escobar, Luis García Lorca, Jesús Sánchez, Andrés Perruca, Benjamín Césped y la poeta colombiana Ana María Rodríguez, integrantes del comité, destacaron el dominio formal, la sólida estructura de la obra y la variedad de los registros a la hora de acercarse desde la mirada lírica a la realidad.
Ignacio Alvarado Vidales (Bogotá, 1946), mejor conocido como El poeta urbano, fue por una década director del Suplemento Literario de El Planeta, donde publicó a más de seiscientos nuevos vates de su tendencia metafórica. En 1977 la Universidad de Ciudad Jardín le concedió un Doctorado Gratuito, pero antes había recibido un medio centenar de condecoraciones y premios entre los que figuran el Baraibar del Ladeo, el Propio, el Charlista, el Reportaje, el Cuento, etc. Su obra ha sido traducida a numerosas lenguas africano- polinesias y es muy comprado en rumano, búlgaro, estonio y letonio. Algunos de sus libros son: Repaso del agua (1973), Astro de empeñados (1975), Los cleptómanos fúnebres (1977), La botica del ser alado (1995) y Peña de omitidos (1988). Hace una década vive en un avión varado, donde ofrece un taller anual de poesía pagado por el Recitad eró Silva de Bogotá.
Publicamos un adelanto del libro, con elegías aparecidas recientemente en una revistica de la capital colombiana publicada en honor de Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard, el gran poeta de la Generación Desencantada. |
Plegaria al patrón del titubeo
Más que convicción, dame un bagaje de vacilaciones. Ellas son mi báscula, mi tributario, mi marea. Venga a nos el Feudo de lo Dudoso. Conserva en vilo mis exactitudes, imaginadas, difuntas y enterradas en los aparatos de la dejadez. Transpórtame por las sílices inestables, sírveme un almuerzo con mollete de la capitulación, dame a catar el termal de la afonía. No hay dolos ni sablazos: no soy Maqroll el Avivato estoy lesionado y soy mi enfermero. Sean las convicciones alcázares de nieve a los que alguien sitia con efusión. Amo de la vacilación, si vivieras, atiende la jaculatoria del heterodoxo.
Los casamientos de favila
A esta hora el país desliza la jerga de sus afluentes por arenales de sombra. Yo lo escucho tarareando, abriendo miles de agujeros en los establecimientos, en las poblaciones, en las plantaciones. Oigo a la varitera meciendo la lluvia como si fuera un enano en su canora azafate, cimbrando angarillas. Oigo una patria que se hincha entre los juncos y apegos vedados que se fugan por las lumbreras de la confusión. Va cayendo la noche en chamizos y malocas, en las moradas de antiséptico junto al piélago. Si pretenden saberlo, lo único que no oigo es la onda de los eclipsados, sus horrendas merluzas con el decorador que sabemos y el atabal del meollo midiendo sus sigilos.
Milonga de los perdidos
La soprano se mete el micrófono a la boca mientras la muerte le toma del pelo apagándole los bafles.
Un boxeador negro golpea un costal con arena mientras la muerte tira la toalla encima del cuadrilátero.
El panadero saca el pandebono del horno mientras la muerte se hornea a si misma.
Otra cantante esta vez viejona silva algodones mientras la muerte les hecha yodo y azul de metileno.
Si ustedes hubieran visto el guayabo que tenía ayer. Yo vi la pelona tocando una trompeta en el balconcito de mi apartamento de cuarenta metros de La Soledad.
Metáfora, espejismo y cantante
Aldonsa Lorenzo le dio a Alonso Quijano una flor pero nada recibió a cambio. El señor de los prototipos fue derrotado por la mala cara en ambos casos el ganancioso es otro. El señor de la vidriera blanca avasalla a don mácula pero quien sale ganando es el tiempo y no el espectador. La mula se le llena a uno de cucarachas y uno cree que todo es cierto. Los libros que leía Rubayata estaban llenos de plata, de tiquetes de avión. de cuentas de cobro del ministerio, de tramposos y godos como él. Pero mi mamá era amiga de un cura y yo de un peluquero que eran más lechales de gallo que el propio Gabriel Eligio, mi amigo de Aracataca. Por eso Aldonsa se quedó en la casa. Sin bragas, como siempre.
Para Edgardo Dobry |
Harold Alvarado Tenorio
www.haroldalvaradotenorio.com/web
www.arquitrave.com
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