Cartas de esperanza para la humanidad
planetaria[1] |
Mi primera lección y
maestra de la Ecología, fue mi madre. El aprendizaje se inició
durante viví en su vientre. María Antonia tenía por costumbre conversar conmigo acerca de sus sueños. Cierto
día, durante su
embarazo, después de caminar varias
horas, se sentó bajo la
sombra de un frondoso tamarindo y
se durmió al ser vencida por el cansancio. Al despertar se encontraba en un mundo alegre en el cual los animales sonreían y las
plantas estaban vivas y fuertes. Era el
paraíso donde se
respetaban los derechos de los animales, los cuales no eran objeto de
caza; por el contrario eran tratados con respeto y cariño,
igual que a los árboles, cuyos troncos recibían cada día
el matutino abrazo. Por las mañanas, ella se bañaba en el manantial
de pinares y robles e
inhalaba el aroma de las
flores y resinas del bosque.
Era el mundo de hermanos y hermanas, amigos y amigas;
compañeros y compañeras de la vida comunitaria. En aquel paraíso nací, por la vía natural, sin ir a un
hospital ni usar drogas o anestésicos. Aquel escenario tierno y estético
invitaba a la tranquilidad espiritual de la paz planetaria Mi grito al nacer no fue de dolor sino de júbilo al
respirar una atmósfera de libertad y amor a la verdad. En el ambiente se
escuchaba la música armónica
del viento que peinaba las
hojas y mecía los árboles. Al crecer fui aprendiendo a conversar con las plantas, los
animales y a escuchar
atentamente los cuentos y las
sabias enseñanzas de las abuelas y de mi
propia madre. En aquel paraíso, con el tiempo, me convertí en un
sanador, que solicita permiso a la naturaleza y selecciona la mejor
medicina para curar a las personas, a la familia y a la comunidad. En ese mundo no había dinero y nadie estaba interesado en
acumular riqueza a expensas de cortar los árboles, matar a
los animalitos, extraer oro para asesinar las piedras.
Respetar la vida y la naturaleza
eran la mejor manera de reconocer que las medicinas vienen de la
Madre Tierra y son producto social del trabajo, del conocimiento
y del amor humano. Madre: le pregunté, cuando ya estaba grandecito. ¿Por qué
me contabas esos sueños, si yo todavía no había nacido? Ella me
respondió: “Tú estabas vivo en mi vientre, nadando en el líquido de mi barriguita y cuando movías tus pies y estabas
inquieto, yo te relajaba y
aprendías al escuchar los
sueños”. “Nunca debes olvidar, agregó, que las mejores enseñanzas
comienzan antes de nacer y
por eso creo cuando
seas grande serás un sanador
que soñará con las esperanzas de la humanidad
planetaria”. Aquella lección maternal me enseñó que los cuentos tienen la magia de los sueños e iluminan el camino futuro de la vida. “Los sueños, sueños son” y en el curso de la vida, soñar es una de las mejores formas de la comunicación y solidaridad humana.
[1] Estas cartas fueron inspiradas por el niño Andresito, de El Salvador, que comentó uno de mis artículos sobre el impacto de la minería en Centroamérica. |
Juan Almendares
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